China comercia, invierte y presta. Lo hace en los países de América Latina y el Caribe para impulsar su proyecto «Ruta de la Seda. Necesita aumentar sus ventas en los Estados Unidos, un mercado de 379 millones de consumidores y un PIB de US$19,605.1 billones.
Su interés por nosotros es por la ubicación geográfica, el tratado de libre comercio DR-Cafta y la estabilidad macroeconómica que nos ha convertido en un confiable receptor de nueva inversión extranjera directa.
Tenemos el deber de defender nuestra soberanía, no es negociable con nadie, por eso es prudente dejar claro que no tenemos escasez de crédito externo, no necesitamos acudir a bancos chinos. Pero romper con Taiwán para asociarnos con China no puede ser en vano, a la osadía hay que sacarle rédito. Nos interesa recibir inversiones reproductivas, sabiendo que lo hacen a través de empresas respaldadas por el Estado.
Lo han hecho en otros países, podrían comprar empresas entre las 640 que operan en los 65 parques industriales de zonas francas que tenemos. Un sector que se recuperó de la crisis provocada por la feroz competencia de Pekín, que redujo nuestras exportaciones en mil millones de dólares, de US$4,500 a US$3,500, de 2005 a 2009.
Si se limitan a comprar unidades productivas, la transferencia de propiedad no aumentaría el “stock” de capital productivo del país, tampoco agregaría nuevas plazas de trabajo, a menos que multipliquen la capacidad de producción y/o la diversifiquen. Podría ocurrir, China está trasladando fábricas a otros países. En primer lugar, para dedicarse a actividades de alto valor añadido. En segundo lugar, por el mayor costo por elevación de salario, transporte marítimo y apreciación del yuan. Podríamos recibir fábricas de colchones, zapatos, textiles y productos similares, que fueron fundamentales en el crecimiento industrial del gigante asiático hace un cuarto de siglo, cuando era un país pobre y empezaba a incrementar su comercio con Occidente.
Como las empresas en zonas francas no pagan impuestos, los beneficios se limitarían a nuevos empleos por aumento de producción o diversificación, por eso debemos exigirles que por lo menos la mitad de los puestos sean ocupados por trabajadores dominicanos, que paguen salarios competitivos y busquen socios locales.
Si en buena proporción usaran insumos de la agricultura dominicana, la inversión china contribuiría a aumentar la producción nacional y a reducir el déficit de la cuenta corriente que nos ha convertido en importador neto de capital. Revirtiendo el desfavorable balance comercial que tenemos con ellos, en 2017 el comercio total en dólares fue de 1,360 millones, vendimos 130 millones e importamos 1,500 millones, para una inaceptable tasa de cobertura (relación entre exportaciones e importaciones chinas) de 1 a 11.5.
Debemos tener presente que como la guerra del comercio dicta la lógica, la agresiva política comercial china preocupa a Washington. No aceptará que en República Dominicana practiquen “operación triangular”; es decir, que con materiales procedentes de China se fabriquen productos para venderlos en los Estados Unidos.
Tengo la información de que oficiales de EE.UU. han estado visitando fábricas en las zonas francas para indagar origen, cantidad y costo de las materias primas. Debemos aseguramos de que no proceden de China en una proporción dominante, no habría manera de justificarlo.