Cuidado con los improvisados

Cuidado con los improvisados

Hará cosa de unos quince años, más o menos, que por ruegos de unos conocidos míos recomendé a un buen amigo que creía era estudiante de término de arquitectura, a quien se le encomendó realizar una remodelación de la residencia de éstos, y como tenían un dinerito ahorrado con mucho esfuerzo y sacrificios, no se podían permitir el lujo los servicios de un profesional de prestigio sino de alguien con conocimientos técnicos suficientes pero que, sobre todo, fuera una persona de entera confianza.

Mi buen amigo, que en ese momento sí lo era, pues después de este trabajo se perdió la amistad, acometió la empresa, al principio, con gran entusiasmo haciendo muchos dibujos preparatorios y planos de la nueva fachada de la casa, la ampliación de una terraza interior y la construcción de dos nuevas habitaciones en una segunda planta, estando los propietarios del inmueble tan contentos de haber encontrado a este muchacho que a cada momento llamaban a este servidor para agradecerme encarecidamente la recomendación.

No pasó mucho tiempo, a lo sumo un mes de haber comenzado con todos los preparativos y el buen amigo comenzó a fallar, iba cuando le daba la gana con la excusa de que estaba preparando su tesis, pedía mucho dinero para materiales que no llegaban a la obra, no le pagaba a los obreros quienes comenzaron a quejarse con los dueños de abandonar el trabajo y, principalmente, lo que estaba a medio hacer, sin terminar, comenzaba a dar muestras de muy evidentes vicios de construcción, con la losa agrietada de un extremo a otro, paredes desniveladas y el granito del piso levantado, lo que demostraba de que no había supervisión de ningún tipo.

Una mañana me llamó el propietario molesto y con gran preocupación, para decirme que mi amigo tenía dos semanas que ni se apersonaba por allá habiéndole pagado él ochenta por ciento del costo de la mejora de su vivienda sin un resultado satisfactorio, más bien era un terrible mamarracho, un tollazo como pocas veces pueda haber visto uno en su vida.

Removí cielo y tierra para buscar a ese amigo, que en ese momento se había convertido en ex amigo, para que me explicara porqué un trabajo que no era una cosa del otro mundo, en donde yo con mi buena fe lo había recomendado con gente decente para que él se ganara un buen dinero y encontrara otros trabajos, terminara de esa manera tan irresponsable, dejándome a mí, a la vista de esas personas, como un buen charlatán.

Cuando al fin pude hablar con él, entre las múltiples excusas y evasivas que me dio, dijo tímidamente la única cosa razonable por lo que quedó tan mal con esa gente y conmigo, y es que realmente él no era estudiante de término de arquitectura ni sabía nada de construcción, sino que su único aval eran unos cursos de diseño de interiores y pensaba que con ello, más un poco de arrojo y sentido común, podía edificar cualquier cosa, ya que él siempre se jactaba como buen fantoche que era, cuando estábamos reunidos todos los amigos, de ser un arquitecto en ciernes.

Y traigo esta historia a colación, pues vemos muchas veces que personas no aptas para desempeñar profesiones y actividades, se enganchan a eso produciendo bastantes desgracias, y en vez de ser honestos y sinceros negándose a desempeñar esos papeles que no solamente los desprestigia a ellos mismos, sino como en el caso de los propietarios de la casa a la que hago referencia en este artículo, de despilfarrar sus magros ahorros y esfuerzo en un proyecto totalmente fracasado.

Por ello quien carezca de capacidad para desempeñarse en un rol, sea el que sea, debe dejarle paso al que sí la tiene, so pena, como lo sería el caso del gobernante de una nación, de llevar a todo un pueblo al fondo de un gran abismo.

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