“Salí del Banco de las 5 esquinas de Arroyo Hondo… Crucé a la farmacia del frente y, con mucha gracia y de aspecto campesino, un señor mayor se me acerca y me pregunta: ‘¿Dónde queda el Parque Enriquillo?’…”.
Esa que así cuenta es mi amiga Eugenia –nos dice Píndaro y continúa recordando lo que ella le ha contado- “En su mano derecha me muestra una moneda parece de oro.. con una palmita en su centro… En ese mismo instante, se nos acerca otro señor… bien vestido… De inmediato, el viejito le dice al recién llegado: ‘Quiero empeñar esta moneda y no se a dónde ir’… A lo que el elegante responde: ‘Eso tiene que valer mucho, pues es del tiempo del Jefe’…” a lo que recibe como respuesta del viejito: ‘¡Yo no hablo con hombres sino con mujeres!… Estoy hablando con ella, que es una mujer seria’…”.
“De un momento a otro –continúa narrando Eugenia- sentí que me envolvían pero no podía reaccionar… Dentro de mí no podía tener un control… Los dos hombres siguieron caminando junto a mí hasta donde yo iba… Llegamos entonces frente a la heladería cerca del Banco y, no sé cómo, el señor bien vestido desapareció y, en su lugar, otro individuo se desmonta de un carro estacionado al lado del colmado justo a donde habíamos llegado y se acerca a nosotros… ‘Miren señores –nos dice- entren al carro pues, como está la cosa, no pueden estar mirando monedas de oro en la calle’… Yo atiné a decirles: ‘Voy a hacer una llamada por teléfono a mi hijo’… Y, de inmediato, uno de ellos me arrebató el celular, mientras yo les decía ‘¡Yo no tengo dinero encima!’… El señor mayor entonces me dice: ‘No se apure mi señora… entre al sillón del frente’…” nos sigue contando Eugenia…
“Traté de levantar mi brazo para parar un carro público que pasaba pero mis músculos no me respondieron… Estaba atontada… Al momento, estaba con el carro andando y el señor mayor me decía: ‘Mire, usted se va a ganar muchísimo dinero’… Yo le repetía que no tenía un chele encima pero el chofer seguía manejando por todo el Ensanche La Fe… De un momento a otro, uno de ellos me dice: ‘Tú tienes dólares en esa libreta que usaste en el Banco’… En lo que me di cuenta, estábamos frente a 360, donde preguntaron desde el carro a un wachiman: ‘¿Aquí hay un Banco de estos? –refiriéndose al de la libreta que me habían quitado-, a lo que recibieron un no como respuesta, pero con una indicación de seguir hasta la plaza de enfrente donde sí había una sucursal de éste…”.
“Mientras el carro doblaba por las calles de la telefónica para llegar por detrás a la plaza esa, uno de ellos me martillaba insistentemente al oído: ‘Mire, quédese callada y no comente nada de esto con nadie… esto se queda entre nosotros’… Una vez llegamos a la plaza, quien se baja del carro es el que está de chofer y no el viejito… Caminamos hasta el banco y, al llegar, me indica no hablar con nadie y sí usar la libreta para sacar todo lo que en ella tenía ahorrado… No sé lo que me pasó… ni cómo pasó… Me puse en fila.. Esperé… Saqué el dinero… di media vuelta y salí del banco con el señor que estaba sentado esperando… ¡Y no pude reaccionar para nada!… Nos montamos de nuevo en el carro y, con algunos apagones del carro que fallaba de vez en cuando, llegamos hasta casi frente a la escuela de Artes y Oficios en la San Cristóbal… Al llegar a un punto del área, uno de los hombres me dice: ‘Entrégueme el dinero, que tengo que ir a comprarle algo a mi mamá’… En ese momento, puso la moneda de oro en mi cartera y sacó el dinero de ella sin que yo pudiera reaccionar… Y, me dice: ‘Salga del carro, que yo llevo al señor a la diligencia de su mamá’…”.
Y un espantado Píndaro le dice: “¿Y no fuiste a la PN?… A lo que ella responde: “Fui… les conté… pedí ayuda… La respuesta que me dieron fue muy simple: ‘Señora… ¡a usted la acaban de engañar Los Piadosos!… Vaya tranquila… que no podemos hacer nada…”.
Sólo hay que leer este relato para, con mucho pesar, tomar un termómetro de cómo está la calle y los que mandan en ella… Pónganse a rezar, para que no le engañen también “Los Piadosos”.