¡Cuidado! ¡La cotorrita SÍ está ahí!

¡Cuidado! ¡La cotorrita SÍ está ahí!

“Ha pasado casi una semana desde ¡el día en que la democracia dominicana fue abusada! –exclama Píndaro-… Es como para no perder la costumbre de seguir usurpando los derechos de la población, pues se les hace necesario practicarlo para no perder el entrenamiento de mentir y de robar… Al parecer, alguien le echó una canana a la Junta y actuó como chivo sin ley, ignorando que hay un Pleno en esa institución, y burlándose impunemente de la misma y del sistema”.
Píndaro y Herminio se han pasado estos días cabizbajos… Todavía no pueden creer ‘tanta belleza’ en un sistema ya lo suficientemente corrupto y corrompido… En su caminar, han encontrado un viejo amigo que está en las mismas condiciones que ellos, hasta el punto de casi hablar para sí mientras camina en casi un paso a la locura… “¡Hola Francisco! –exclama Herminio-… ¿Cuándo llegaste de La Romana?”… Con un dejo de tristeza, el amigo levanta levemente su cabeza mientras balbucea algunas palabras… “Nosotros, los que elegimos cada cuatro años, debemos pagar impuestos, y al mismo tiempo no tener calles limpias y asfaltadas, lugares de recreación familiar, seguridad ciudadana, educación pública de calidad a pesar del 4%, eficientes servicios eléctricos y a buen precio, derecho a una buena alimentación y la imposibilidad de tenerlo por sólo disponer de un pírrico salario mínimo que no alcanza para cubrir el costo de la canasta familiar…”.
Píndaro y Herminio cruzan sus miradas y de inmediato se identifican plenamente con el recién llegado quien, con su cabeza y mirada aún bajas sin reparar en que está siendo curiosamente observado, prosigue su perorata… “Nosotros debemos pagar la seguridad social y no tener buenos servicios de salud, ya que los hospitales públicos son un desastre… Si es que puedes pagar un seguro privado, el servicio no es de lo mejor, pues un buen número de galenos hacen en este país lo que les da la gana… De la pensión, pues, ni hablar… Es mejor, que al terminar nuestra edad productiva laboral, ponernos al cuello una piedra de molino y tirarnos al mar… así, posiblemente podamos morir con dignidad… Mientras, los gobiernos de turno se reparten el botín y hacen con dichos fondos los que les viene en gana…”.
Tanto Herminio como su alter ego Píndaro, no vacilan en echar sus brazos sobre los hombros de Francisco y, al mismo tiempo, comentarle: “Es que casi no podemos borrar de nuestras mentes las vagabunderías y triquiñuelas que vivimos cuando fuimos a intentar votar… Entrando a nuestro centro de sufragar, justo al pie de los escalones que nos llevarían a la mesa asignada se nos acercan tres jóvenes enfundados en camisetas moradas… Uno de ellos nos cuestiona: “¿Saben su mesa de votar?”… “No” -le respondemos, para ver qué intentaban hacer en un día en que estaban desautorizados para promocionar-… “Agradézcanle a nuestro candidato que ahora les vamos a orientar” –y, mientras eso decían, nos entregaban una tarjetita con la foto de su candidato a síndico en el Distrito Nacional-… “¿No sabían ustedes que están violando la Ley Electoral?” –les inquirimos-… Esto fue suficiente para que los tres volaran y desaparecieran de nuestras vistas de inmediato….
Ambos siguen vadeando votantes y logran entrar al edificio en el que se ubica su mesa… Proceden a hacer la fila y esperar y, mientras esto hacen con toda calma, sus vistas analizan el ambiente hasta encontrar un jovencito sentado en una silla frente a las filas que esperan al igual que ellos, para entrar a votar… Cuaderno en mano y acompañado de un joven militar que abraza su arma larga y que suponíamos estaba asignado a la seguridad de todos, sencillamente lo protege… Su voz se dirige a una joven preguntándole su nombre y, la incauta –parece nueva en ejercer su derecho-, le responde: “Me llamo Rosa Alba”… Él, de inmediato procede a asentar en su cuadernillo y al enfilar su mirada a uno de nosotros cuestiona: “¿Me puede dar su nombre?”… ¡Imagínense la indignación que nos arropó al momento! Sin pensarlo dos veces, le enfrentamos y lo retamos a que de no abandonar lo que hacía lo iba a denunciar al presidente de la mesa para que a ambos –tanto a él como a ‘su seguridad’- los detuvieran también por violar el libre derecho al voto…
Herminio le sugiere a Píndaro esperarlo fuera del recinto mientras él ejerce su derecho al voto. Una vez le toca el turno, entrega su cédula, verifican sus datos y es autorizado a acercarse a la computadora… Abre la primera pantalla en la candidatura que ha decidido apoyar y procede a tocar la palabra ‘Confirmar’… ¡De pronto, ante él aparece una página predominantemente en blanco, con unas diez fotografías de unos señores que jamás había visto y con ausencia total de sus nombres ni logos de partidos!… “No sé por qué vino a mi memoria la famosa “Página en blanco” del libro de Balaguer, que tantas inquietudes, interrogantes y comentarios todavía provoca en el correr de la historia…”.
Píndaro, que ha venido mirando el desarrollo de los hechos, desdichados unos, y desviados otros, no acaba de entender por qué se quiere engañar tan impunemente a esta población… Y sentencia: “Parecen olvidar que una cotorrita siempre estará ahí para utilizar su afilado pico cuando entienda llegado su momento… ¡Cuidado!”.

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