Cuidado, señor canciller

Cuidado, señor canciller

Saber mentir y compartir buenas maneras, exigía la diplomacia. El gran coto de la impunidad e inmunidad internacional, ha permitido el paseo de egos y culpas, por el mundo. Ha sido el premio para minorías vanidosas y el regusto individual para truchimanes. Desde la creación del Estado moderno, la pasarela de vileza, auspiciada por el erario, es parte de la historia, sin desconocer los excelentes desempeños que han impedido catástrofes, enfrentamientos y lances bélicos innecesarios. El tiempo de los “espías bien pagados y mal comprendidos”, como definía Luis XIII a los diplomáticos, ha cambiado, pero la incomprensión no daña el remanso de los afortunados.

En el país, la tiranía supo quién debía representarnos, sedujo a la cantera de ilustrados y pusilánimes. Convirtió la avidez intelectual en abyección, basta revisar papeles para estremecerse con pasquines aviesos, denuncias miserables, cotilleo infame y degradante. Soplones conocedores del Derecho de Gentes, del mundo greco romano, recitadores de Hugo Grocio, se prestaron para lo peor.

Labraron su honorabilidad con sangre, pidiendo alpiste, ejerciendo un proxenetismo de alcurnia, redactando telegramas infames y aquel etcétera de la degradación. Balaguer, con experiencia en el servicio exterior y en Cancillería, amarró lealtades con designaciones. Diseñó butacas para el ocio, con sede en ningún sitio pero con lugar en la fidelidad y agradecimiento. El diseño contribuyó al ridículo, a la suma de hechos insólitos.

Opositores al régimen, constitucionalistas, sobrevivientes del truijllato, familiares del heroísmo vernáculo, representaron al presidente post guerra de abril, más que al Estado dominicano. Timoratos y oportunistas aprovecharon el desliz y paseaban por las calles del mundo el favor.

El servicio exterior, ha sido premio para muchos, también el desván para los corotos, para esa categoría ciudadana que no encuentra sitio en otro lugar. La crítica, durante los doce años, al estilo, tuvo que repetirse, o susurrarse, después. Con similar ligereza los “liberales”, ese montón cuya presentación ideológica fue solo ser ”antibalaguerista”, reclamaron y disfrutaron, como premio, exilios dorados. Premio a labor de zapa, a ese ser y no ser, el Jano sempiterno que evita naufragios. Necesitaban descanso, tiempo para leer, requerían espacio para codearse, para hacer currículum, para apartarse de la mediocridad y la firma del presidente decidía. Recompensa para autores de gacetillas, organizadores de cenas, de caravanas, auspiciadores de entrevistas, mentores de negocios para beneficio grupal, ha sido el cargo diplomático, el consulado, el “tente ahí” mientras llega otra cosa.

Y como este es el país de las maravillas, los mismos beneficiarios de otrora, de siempre, los que tienen parientes, allegados, disfrutando cargos en ciudades inimaginables que permiten el silencio o el olvido, son los que critican el gran zafacón de Cancillería. Saben que el desmentido es difícil, saben que la crítica al ministro consejero que nunca asiste a la sede de la embajada, al embajador que trafica, amparado en las licencias que conceden los tratados y convenios, a la cónsul que nunca reporta ganancias, al embajador que maltrata, acosa y despacha desde algún pent house capitaleño, no será escuchada jamás, porque existe una vanguardia mediática que impide verdades, por aquello de techos de cristal que nadie apedrea.

La diplomacia nuestra se degradó a tal punto que ni los chistes legendarios sobre el arte de mantener las relaciones entre los Estados procede. “Cuando un diplomático dice “sí”, quiere decir “tal vez”.

Cuando un diplomático dice “tal vez”, quiere decir “no”. Cuando un diplomático dice “no”, entonces no es un diplomático.” La escoria intocable, con prosapia y sin ella, para mantener su designación y beneficios, después que el clientelismo chabacano sentó sus reales en la “Estancia Ramfis”, no dice si, tal vez, ni no. El canciller Andrés Navarro García, sabe eso. Es arquitecto, pero conoce los avatares de la administración pública. Preocupa la lisonja. Debe cuidarse de áulicos de ocasión. Su tarea es demasiado difícil y peligrosa. Le toca remover altares. Cuando eso ocurre, caen los santos y el responsable pierde simpatía.

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