¿Cuál patria queremos, o podemos tener?

<p>¿Cuál patria queremos, o podemos tener?</p>

 JOSÉ BÁEZ GUERRERO
A mi me parece interesante que varios de los países más influyentes en la historia reciente de la humanidad han alcanzado su grandeza a partir de la búsqueda de garantías y libertades individuales. Los padres fundadores de los Estados Unidos no se propusieron crear una república que sobrepasara o sustituyera a la Inglaterra o la Francia del siglo XVIII, sino que organizaron una federación de excolonias, o estados, cuyo principal vínculo común era la creencia en la soberanía de los ciudadanos, y su derecho a prosperar.

Entre nosotros, definir el sentido de la patria es un debate que aún no concluye. Historiadores brutos insisten en negar la importancia del patriotismo de héroes como Tomás Bobadilla o Pedro Santana, empeñados en juzgar sus actuaciones con parámetros modernos y descontextualizados; condenando un alegado conservadurismo o falso antipatriotismo, cuando en su época, dígase lo que se diga hoy, preservar la posibilidad de ser dominicano consistía primordialmente en evitar ser haitiano. A Bobadilla y Santana se les condena y se les maldice, reduciendo sus aportes imborrables al establecimiento de la patria, y magnificando sus alegados errores, sin analizar cuáles alternativas viables existían en aquellos momentos. Ningún otro prócer criollo posee la categoría suprema de Duarte; pero igual que en otros países, la patria la construyeron hombres imperfectos.

Pero peor todavía, estos mismos historiadores brutos rehuyen la discusión serena y civilizada de muchas interpretaciones corrientes de la historia, quizás temerosos de verse obligados a usar su criterio, ejercer la sindéresis o cuestionar juicios que vienen dañados desde su génesis, pues en algunos casos fueron aportados por historiadores cuya participación en los hechos no tuvo mayor relevancia que recibir un tiro en la nalga, y en otros por megalomaníacos con autobiografías fantásticas.

La historia dominicana es prolífica en anécdotas y héroes de ideas chiquitas, si es que tuvieron idea de algo, y aun los promotores de muchos falsos prohombres no logran definir claramente, ni proponer inteligentemente, para qué es que los ciudadanos de la parte española de la isla de Santo Domingo, los dominicanos, hemos estado luchando desde antes de 1821 y 1844. Muchas veces, en un mismo párrafo exaltado, algunos hipernacionalistas actuales mezclan los ideales de Duarte con los de Fidel Castro y Hugo Chávez, como si fueran lo mismo.

Con tanta confusión, no es extraño que cierta gente siga viendo al país como un mercado al cual hay que exprimirle la mayor ventaja lo más pronto posible, pues pese al inmenso progreso alcanzado en los últimos 40 años, el horizonte de muchos sólo contempla el corto plazo. Un país cuyos ciudadanos tengan fe en su viabilidad a largo plazo, requiere no sólo de mejor educación, salud pública u obras públicas, sino que las ideas que sustentan el sentido de la patria tengan aplicación práctica. La libertad a la que se refería Duarte es más cercana a las de Paine o Hobbes, que a la de Fidel ó Chávez. Pero para que esa idea cobre sentido, su marco imprescindible debe ser la ley. No es libertad para ser chivos locos, sino para utilizar nuestra fuerza creativa para prosperar.

Quizás el mayor reto que tiene por delante el actual gobierno es ayudar a redefinir el sentido de qué significa ser dominicano. Ello requiere esfuerzos enormes, incluyendo acabar con la impunidad, un problema muy espinoso. El derecho a prosperar, con la menor cantidad de obstáculos y en libertad, ha sido la piedra angular de las naciones que los dominicanos más admiramos. La lección no debería ser tan difícil.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas