¿Cuáles alternativos son alternativas?

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DIÓMEDES MERCEDES
Las múltiples y diversas auto-propuestas políticas, lanzadas sobre el mercado elector para “salvar al país”, llaman la atención, por la carencia de plataforma social u orgánica que las sostengan y por la probada incapacidad y despreocupación de sus gestores para fundarlas. Lo que nos hace pensar que, independientemente de las personas y su historial, se trata de un poco más de lo mismo disfrazado. Al caer la tarde, cuando el sol de un período no tiene más rayos ni luz, quieren ser presidentes alternativos (lo que no descartamos) impulsados por una visión personalista arcaica y tentados por el vacío político. Quieren ser aclamados por los oprimidos y los sin justicia, pero acomodados en el lomo y en los pasos de la mula del status quo. Hay situaciones y momentos donde ciertas contradicciones no se pueden conciliar. Hay que tumbarle el pulso a este poder responsable interesado de nuestras injusticias sociales.

La situación histórica, sociopolítica y económica de nuestra nación, estratégicamente crucial, necesita de personas con carácter, pero es principalmente de cambios y correlaciones nuevas de fuerzas de lo que se requiere para la institucionalización de la cultura democrática y creación de la ciudadanía que emergerá al paso de la marcha de la lucha social y política que ha de subir desde el suelo hasta el poder, sellando toda oportunidad de desviaciones, fracasos por imprudencias y traiciones que tienen su alma en la inestabilidad de políticos individualistas.

Querer honestamente cambiarle el rumbo al país, es hacer que simultáneamente su pueblo construya las pistas de ese rumbo conquistando equivalentemente los derechos de la que las élites tienen el monopolio, desposeyéndolo por aquel no tener poder propio para garantizarlos. Es la procreación de ese poder la pista de la democracia, aspecto diferenciador entre progresistas, demócratas y revolucionarios, y otros redentoristas autoritarios. Es con este poder propio y beligerante que la nación puede imponer el pacto social o el consenso democrático. La nación quiere en este tiempo mucho más que un cambio de mando hecho por arriba que por cuatro años le lave superficialmente la cara al modelo para refrescarlo y volverlo al punto inicial del círculo vicioso de la historia del país. La historia tiene su propia química y ritmo al margen de las aventuras, invención o promoción artificial del hombre necesario providencial con sus cortesanos o cortesanas de turno, sea este el ensangrentado ex-general Pedro Jesús Candelier o el inmaculado Guillermo Moreno.

No nos desviemos en los esfuerzos que hacemos por transformar buena parte del pueblo, y de su masa, en ciudadanía. Donde no podamos más unos, que continúen otros cimentando el poder de la Revolución Democrática, recaudando en las bases frustradas de las organizaciones políticas y en las bateas de las organizaciones o sectores sociales, religiosos, laborales, femeninos, juveniles, profesionales, barriales, etc., el oro de sus meditaciones hechas en las penumbras de sus precariedades, sentimientos y rebeldías ante las injusticias, para aglutinarlo en la idea única que encienda la energía que inunde las calles con su impulso organizado, en el que cada patriota encuentre su tamaño en la lucha por la creación de la nueva nación.

Despertemos ante su opresión a mayorías y minorías. Al 53% de la población femenina, a los trabajadores y empleados sobre-explotados, a las minorías raciales, religiosas, culturales, a los discapacitados, y al mar de jóvenes sin futuro a los que debemos evitar que se les estafe otra vez como lo hizo Leonel Fernández, considerado entonces un alternativo que contaba con una fuerte maquinaria como la del PLD, la que él con el status quo desnaturalizaron, sirviendo a   nuestro empobrecimiento y a nuestra colonización. Las experiencias deben servir para orientarnos y evitar errores. “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8, 32).

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