Culpa de la corrupción

<p>Culpa de la corrupción</p>

PEDRO GIL ITURBIDES
Hace un tiempo llegaron al país dos monjas misioneras colombianas que habían servido en Achaguas, una remota población rural del Apure, al suroeste de Venezuela. Venían para sustituir monjas misioneras trasladadas a otro país, que habían laborado en un hospicio para niñas huérfanas o abandonadas en Puerto Plata. El esposo de una integrante de la directiva de la entidad que patrocina el hospicio, quiso hablar con las religiosas.

¿Cómo está Venezuela? La religiosa lució reticente en principio. La orden, explicó, no le permite inmiscuirse en política, ni siquiera de su país. Con el anhelo de encontrar un relato objetivo sobre cuanto viven los venezolanos, hizo un rodeo para lograr su propósito. No, le dijo el cónyuge de la señora integrante de la directiva de la entidad, el interés no es lo político, sino la vida en el lejano Apure. Y le contó que el fundador de la República Dominicana, Juan Pablo Duarte, vivió al promediar el siglo XIX, en ese Estado venezolano.

La religiosa no esperó mejor acicate. Uno de los temas que abordó se relaciona con el abastecimiento de ropajes, vituallas y medicinas a la escuela y clínica rural administrados por la orden. Explicó que a lo largo de los años en que la orden ha permanecido al frente del centro, nunca lograron recibir otro apoyo que el de la propia comunidad beneficiaria. La orden gestionaba recursos mediante rifas, donaciones de los ricos del lugar y veinte malabares propios de monjas que administran la nada para dar mucho. Con tono de confidencialidad le dijo que ella no simpatizaba con Hugo Chávez, pero que reconocía que por vez primera, desde que él llegó al poder, el centro era dotado de cuanto era necesario para ofrecer servicio a los pobres.

En el mundo escolar y académico pervive la misma sensación. No he conocido un académico venezolano que me haya hablado bien de Chávez. Sin embargo, todos admiten que, salvo medidas restrictivas respecto de viajes al exterior, han encontrado un apoyo más decidido bajo el régimen de Chávez, que bajo sus predecesores.

Sin embargo, existe corrupción. La monja no le habló de ello al ingeniero amigo que me refirió la conversación con la religiosa. En cambio, los académicos que han expuesto sobre el actual régimen venezolano me aseguran que este mal de nuestros pueblos mina el mandato. Ante las preguntas suscitadas por una tal afirmación, no dudan en señalar que los gobiernos del pasado se lo llevaban todo. Chávez, que además tiene la suerte de gobernar en tiempos de altos precios del petróleo, parte y reparte de modo diferente.

Creo que en esta diferente manera de administrar los ingresos públicos se basa el ferviente apego de las mayorías por su persona. Cuando el general Marcos Pérez Jiménez fue sacado del poder, los venezolanos podían exhibir una pujante clase media. Entonces los niveles de pobreza no trascendían de un tercio de la población. Los sucesivos gobiernos de la junta militar de Wolfgang Larrazábal, Edgar Sanabria, don Rómulo Betancourt, don Raúl Leoni y del Dr. Rafael Caldera denotaron probidad personal. Y determinaron cierta honestidad de los grupos políticos que los rodearon.

Entonces llegó Carlos Andrés Pérez. De ahí en adelante, con Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi, y con el mismo Carlos Andrés en su retorno, Venezuela se vino abajo. Con esos mandatarios, además de detenerse el desarrollo y crecer sin límites la malversación, la deuda pública externa ascendió de cinco mil a treinta y cinco mil millones de dólares. Pero cuanto es peor, el crecimiento económico que derivó de la nacionalización del petróleo no se volvió desarrollo. En cambio, el crecimiento de la población se hizo presente, y de 13 millones en 1978, llegó a 20 millones de habitantes en el 2000.

Pero como los políticos habían dilapidado cuando no dispuesto inadecuadamente del ingreso público, la población bajo la línea de la pobreza se elevó del 40% al 82% de la población total. Con los resentimientos sociales que de ello deriva cualquier pueblo, el poder cayó en las manos de Chávez con la facilidad de un mango maduro. Y el resentimiento contra la administración por parte de políticos partidistas no se agota. Por supuesto, se agotará si no es contenida la corrupción.

Pero en tanto esa corrupción no se haga indeseable como se está volviendo entre nosotros, la mayoría de los venezolanos le dará Chávez para rato a Venezuela. La culpa la tienen los políticos corruptos que creyeron haber encontrado en el gobierno federal y en los gobiernos estatales de Venezuela, el tesoro del pirata Morgan. Y en procesos electorales como el del domingo pasado, buena parte de aquél 82% de pobres generados por esos políticos, le pasará factura a todos cuantos huelan a partidos del ayer.

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