Culpa es un concepto moral y religioso, que pierde vigencia cuando el juicio se basa en pruebas y tecnicismos legales, no en la íntima convicción del juez. Consecuentemente, lo que se juzga no es la culpa, sino la responsabilidad de los que han violado la ley. Si una persona elude astutamente una norma o compromiso legal mediante un subterfugio legal, no se sonroja si es socialmente señalado, y probablemente no sienta resquemor moral ni sentido de culpa alguna. Ocurre con evasores de impuestos que “gratifican” funcionarios con mayor astucia que sus competidores, quienes también harían lo mismo si pudiesen hacerlo. Tampoco siente culpa quien el sobornado, quien tan solo sigue las reglas del juego, pues no seguirlas puede ser riesgoso.
Los mafiosos retratados con pericia por Mario Puzzo, en El Padrino, muestran ser buenos padres de familia, aman a sus madres y respetuosos de tradiciones religiosas y normas sociales. La novela permite comprender a estos asesinos, llevando a pensar que uno mismo posiblemente haría igual que ellos si estuviese en sus pellejos.
Es muy difícil juzgar a otras personas; la Biblia establece que solamente Dios sabe hacerlo. “Ni siquiera yo me juzgo a mí mismo”, dice San Pablo (1Corintios, 4:3). Un joven delincuente rara vez se siente culpable respeto a la vida ajena, si la vida del otro amenaza la suya, o atenta contra su seguridad y bienestar. La misma “lógica ética” la tienen los imperios y los poderosos, incluidos los mafiosos y rateros del barrio. Similarmente los políticos, más aún los que han tenido formación marxista con pase para el ateísmo y han degenerado hacia el pragmatismo y cinismo. Ellos tienen intereses, metas, estrategias, tácticas y astucias, pero poco de valores y normas morales, los cuales solamente tienen cuentas como asunto de imagen, de mercadeo político, en caso de que se requiera el apoyo de personas de ciertos sectores electorales. Otra noción que queda fuera de contexto es la de vergüenza, la cual solo tiene sentido dentro de determinados grupos de referencia (colegas, familiares), los cuales, lamentablemente, suelen ser socios o están sobornados afectiva, emocional y materialmente. De nada sienten vergüenza, excepto de haberse equivocado, de fracasar según los estándares del grupo y, sobre todo, de quedar fuera de combate. Solo sienten vergüenza de fracasar.
Pero nada de eso suele implicar consideración moral, es decir, de la moral religiosa, filosófica o tradicional.
Han sacado a Dios del juego. Las nuevas reglas son ateas, relativistas, pragmáticas o cínicas. Los jueces carecen de otro asidero que no sean las normas escritas, constitucionales, y técnico-jurídicas. Los abogados defienden a los que pueden pagarles; exigen que se respeten esas reglas que garantizan su ejercicio. Cuestión de éxito y supervivencia ocupacional. La población clama protección, castigo, justicia. Los infractores piden ser juzgados con los procedimientos y artilugios que ellos mismos han diseñado para burlar la Justicia. Los que se han burlado de las reglas que ellos mismos aprobaron, piden comprensión y clemencia a sus víctimas. Son mucho más los culpables. Solamente los hallados jurídicamente responsables cargarán con el castigo.