Culpe a espacio en blanco por Irak

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Por HELENE COOPER
WASHINGTON — El juego de la culpa sobre Irak parece estar alcanzando su clímax. El signo más seguro es que la gente dentro del círculo político de Washington ha empezado a proclamar en voz alta que no están buscando asignar culpa alguna.

“Este no es un ejercicio acusatorio”, dijo el martes el general Peter Pace, presidente del Estado Mayor Conjunto, ante un comité del Senado mientras explicaba que otras agencias federales no estaban cumpliendo con su responsabilidad de enviar a civiles para ayudar en Irak.

“El dedo acusador santurrón no hará a Irak más seguro”, dijo el representante Tom Davis, republicano de Virginia, durante una audiencia en la Cámara Baja en la cual sus colegas criticaron a L. Paul Bremer, el ex administrador estadounidense en Bagdad después de la guerra.

Nadie puede decir con certeza que Irak esté perdido; es demasiado pronto para decir si la nueva estrategia del Presidente George W. Bush de incrementar el número de tropas estadounidenses en Bagdad y la provincia de Anbar en 21,500 no funcionará. Pero, a un continente y un océano de distancia, Washington ya se está posicionando para culpar si sucede lo peor. Después de todo, los libros de historia están siendo escritos ahora.

Por ello, en un Capitolio decididamente sombrío, una sucesión constante de funcionarios gubernamentales, oficiales militares y dignatarios de ayer han asistido a varios salones de audiencia del Senado y la Cámara Baja para criticar, y ser criticados.

Culpen a los demócratas.
Cuando los republicanos tenían el control de la Cámara Baja y el Senado, no se aventuraron más allá de un análisis de la estrategia de Bush sobre Irak. Con el poder recién adquirido, los demócratas han convocado a casi todos: desde el ex secetario de Estado Henry Kissinger hasta el asesor de seguridad nacional del Presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski.

Se ha dispensado mucha culpa. El Pentágono trató de atacar al Departamento de Estado, cuando el secretario de Defensa Robert M. Gates se quejó públicamente ante un comité del Senado sobre un memorando del Departamento de Estado que pedía que las fuerzas armadas cubrieran temporalmente algunos puestos en Irak de los que supuestamente era responsable el Departamento de Estado. “Si les inquieta el memorando, eso es moderado comparado con mi reacción cuando lo vi”, dijo Gates.

Al día siguiente, en una entrevista telefónica, el almirante Edmund P. Giambastiani Jr., vicepresidente del Estado Mayor Conjunto, a quien funcionarios del Departamento de Estado le pidieron que los defendiera ante un reportero, demostró que cuando los momentos son difíciles y se están asignando culpas, su primera prioridad no son los cuerpos diplomáticos. “Las fuerzas armadas no perderán esta guerra”, dijo, y luego añadió, “pero no ganaremos solos tampoco”.

El Departamento de Estado respondió, pero no con mucho gusto. David Satterfield, asesor sobre Irak, tomó el camino fácil durante una llamada de conferencia con reporteros, evitando las críticas directas al Pentágono y diciendo solamene que “las pautas de aptitud necesarias para el personal adicional no son pautas de aptitud en las cuales ningún servicio exterior del mundo, incluido el nuestro”, sea hábil.

Más allá de eso, el Departamento de Estado dejó su asignación de culpas a funcionarios menores, dependiendo de empleados de carrera no identificados para señalar que si el Pentágono se hubiera molestado en incluir al Departamento de Estado en la planeación de posguerra inicial, Irak quizá no sería el embrollo que es hoy.

“Estos diferentes departamentos están apegándose al mismo manual”, dice Brigham. “En ausencia de algún tipo de movimiento para cambiar la geometría, eso es lo que se obtiene. No se tenía esta disensión durante los años de Nixon, ni en los de Johnson”.

Brigham dijo que Lyndon B. Johnson recibió más críticas por Vietnam que Richard M. Nixon porque Johnson no hizo cambios significativos en la política hacia Vietnam, mientras que Nixon sí. A menos que Bush cambie radicalmente de opinión en la política exterior estadounidense, argumenta Brigham, digamos, empezando a retirar tropas, el juego de la culpa continuará.

O aumentará. “Este juego tendrá muchas más jugadas antes de acabar”, dice Joseph Cirincione, vicepresidente para la política internacional y de seguridad nacional en el Centro para el Progreso Americano, un grupo de investigación liberal. “¿Estamos acercándonos al clímax? Caramba, no”.

Bueno, aun cuando el juego de la culpa no haya llegado a su clímax, ahora parece un buen momento para analizar a los más recientes culpables, acusados y chivos expiatorios que se han puesto de moda en Washington. Es un grupo diverso.

Acusado: Irán.
Acusador: Presidente Bush.
El presidente elevó su retórica en enero cuando dio a conocer su nuevo plan de aumento de culpas, anunciando que “Irán está proporcionando apoyo material para los ataques contra tropas estadounidenses” en Irak. Espere más en las próximas semanas, conforme funcionarios gubernamentales digan que revelarán nueva información de inteligencia que demuestra que Irán está interfiriendo en Irak.

Acusado: L. Paul Bremer.

Acusador: El representante Henry A. Waxman, demócrata de California.
La última vez que Bremer, el administrador civil estadounidense en Irak en 2003-04, testificó ante el Congreso, fue elogiado por republicanos y demócratas por igual. Pero eso fue en el pasado, anres de que la desbaathificación se convirtiera en una mala palabra que es ahora, antes del libro de Michael Gordon y el libro de Tom Ricks y el libro de Bob Woordward.

En una audiencia en la Cámara Baja el miércoles, Waxman criticó a Bremer por una decisión del gobierno de Bush de enviar miles de millones de dólares en efectivo a Irak rápidamente después de que Estados Unidos ocupó el país. “¿Quién en sus cinco sentidos enviaría 360 toneladas de efectivo a una zona de guerra?”, demandó Waxman. Sugirió que parte del dinero había terminado financiando la insurgencia.

Bremer reconoció que cometió errores, pero dijo: “Pienso que hicimos un gran progreso bajo algunas de las condiciones más difíciles imaginables”.

Acusado: General George W. Casey Jr.

Acusador: Senador John McCain, republicano de Arizona.
Casey, responsable de la estrategia de guerra en Irak del Ejército durante los últimos dos años, compareció ante un comité del Senado que sopesaba si aprobar su promoción para ser el nuevo jefe del Estado Mayor del Ejército, y rápidamente estuvo bajo ataque.

“Cuestiono seriamente el juicio que se empleó en su ejecución de sus responsabilidades en Irak”, le informó McCain. “Y hemos pagado un precio muy alto en sangre y fondos estadounidenses debido a lo que ahora literalmente todos consideramos como una política fallida”.

McCain luego votó contra la promoción de Casey. Pero el general rió al último; el Senado en pleno lo confirmó el miércoles por una votación de 83-14.

Acusado: Los Presidentes Bill Clinton y Jimmy Carter.

Acusador: Dinseh D’Souza.

El autor conservador argumenta en su libro reciente, “The Enemy at Home” (El Enemigo en Casa), que el retiro del apoyo al Sah de Irán que decidió Carter ayudó al régimen del ayatola Ruhollah Jomeini a conseguir el poder en Irán, dando por tanto el control a los islamitas radicales. D’Souza también dice que Clinton no respondió a los ataques islamitas y por tanto envalentonó a Osama bin Laden haciéndolo pensar que se saldría con la suya con los ataques del 11 de septiembre. Por tanto, dice D’Souza, se debe culpar a los liberales estadounidenses del ascenso del islamismo radical y la ira musulmana en Estados Unidos.

Está bien, este no es técnicamente un dedo acusador sobre Irak, pero parecía encajar.

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