Cultivo de árboles

Cultivo de árboles

Durante años el país trata de hacerse a la idea de que también la siembra y aprovechamiento de los árboles son una forma de agricultura. Se resiste el país, sin embargo, a la cabal comprensión de esta realidad. Y cuando digo el país hablo de todos y cada uno de nosotros. Muchas son las expresiones de resistencia que ponemos a esta otra concepción de la actividad agrícola.

Inversionistas dominicanos pueden contar sus experiencias de dedicación de esfuerzos y de recursos económicos en la silvicultura, que luego no pueden aprovechar. Organismos públicos los han estimulado con leyes y alguna ráfaga de promoción de siembra de árboles. Cuando llega el momento del raleo o de cortar ramas, empero, se abren, anchurosas y perturbadoras, las obstrucciones. Se les niegan los permisos para corte, se les perturba con persecuciones y se les postergan las licencias para el aprovechamiento ¡hasta de los charamicos!

Tal vez, por consiguiente, el país deba ponerse de acuerdo respecto de la restauración de la cubierta boscosa y el valor ambiental y económico que se le atribuye. La fruticultura tiene, en este campo, un amplio terreno conquistado. La ventaja del cultivo de frutas es la permanencia de la siembra. A lo sumo el inversionista se obliga a colocar nuevos recursos al enfrentar fitopatologías, tormentas que deslavan suelos quizá por el inadecuado tratamiento o resiembras para fortalecimiento de los cultivos.

Las de enloquecer, la sufren los silvicultores. Sembrar para que cultiven maderas preciosas los hijos o nietos es el primer reto frente al que se requiere mentalidad en extremo generosa. Sembrar árboles en una finca energética para luego enfrentar guardas forestales que desaprueban los cortes, es una desgracia. Desgracia que han sufrido muchos que se atrevieron a convertirse en silvicultores.

Y no faltan, porque de todo hay en la viña del Señor, los que siembran tres para cortar catorce. Éstos, paradójicamente, logran facilidades, atenciones y permisos con una presteza que se le niega al que hace una obra por el país. Es por ello que planteo que el país tiene que definir cuál es su propósito al pensar en políticas de sembrar árboles.

Debíamos, antes que tras cualquier otro objetivo, ir en busca de frenar el calentamiento del suelo de la isla. Un siguiente y triple propósito sería el de evitar la pérdida de la capa vegetal, el deslave de laderas o el daño a los lagos de las represas. Una capacidad de entrega que juzgo impropia de nosotros entronca con la inclinación a restaurar ecosistemas. Por eso, a la hora de pensar en la siembra de árboles hemos de darle sentido de lucro y ventaja. Porque al perseguir esto último, por carambola, le damos todo lo último al país.

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