Culto a Duarte

Culto a Duarte

Examinar la vida pública del Patricio conduce a la conclusión de que, en el concierto de nuestras figuras ilustres, ningún dominicano iguala su ejemplo de humildad, sencillez y honorabilidad.

Basta una lectura, aún sea ligera, de su ideario extractado magistralmente por el historiador Vetilio Alfau Durán, para afianzar la convicción de que Duarte es el punto más luminoso en la oscuridad prohijada por los peores hijos de la patria, pues siempre enfrentó con igual decisión las pequeñas y las grandes cosas y, como ser superior, siempre encarnó lo justo, siendo, cual afirmara Frances Willard, moderado en lo bueno y celoso de la abstinencia de lo malo.

Por ser siempre el primero en la acción política por la independencia, noble meta que defendió coherentemente hasta el último hálito de su vida, Juan Pablo Duarte fue reconocido y admirado por sus coetáneos más preclaros. Si Pedro Alejandrino Piña, uno de los que guardaron con mayor fidelidad el juramento trinitario, consideró a Duarte como el Decano de las libertades de Santo Domingo, para Juan Isidro Pérez, el Patricio fue el apóstol de la libertad e independencia de la patria y, para Francisco del Rosario Sánchez, en términos políticos fue Duarte: el Jesús de Nazaret. Vale además, destacar el reconocimiento que, entre otros tantos, le rindiera el presidente Ignacio María González, cuando en 1875, ya en el ocaso de su vida, le expresara el deseo de que regresara al seno de sus aficiones a prestarle el continente de sus importantes conocimientos y el sello honrado de su presencia.

El carácter certero de estas consideraciones nos presenta al Patricio como la figura seductora para enfrentar con éxito los grandes desafíos del presente. Si la antorcha de su ejemplo, cual numen sagrado, ha marcado por generaciones las sendas del buen porvenir, por qué no promover su relevo para que su inspiración llegue a nosotros y, despojándonos del individualismo e inmediatismo, podamos asumir las tareas que nos imponen estos tiempos. Desterremos al Duarte mítico, y lleguemos al Duarte verdadero, aquel que, según refieren los historiadores, cumple diariamente, heroica y anónimamente su itinerario histórico en el corazón del pueblo.

Al conmemorarse el 191 aniversario del nacimiento del Patricio, sustituyamos el simple culto por la reflexión edificante y veremos que es posible llegar a él, seguir su ejemplo y construir la patria grande y feliz que todos soñamos y merecemos. Hoy, cuando nuestra sociedad padece una inversión de valores que, siguiendo la máxima de Demócratas, parece que todo está perdido, cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa, comprobamos que no es posible prescindir de las lecciones del Patricio.

Convirtamos su ejemplo de vida en el faro de luz que guíe nuestros actos por el bien común y no por las ventajas particulares, en la jugada maestra que nos permita ganar en cuantos retos nos impongan las circunstancias.

Tenemos necesariamente que concluir afirmando que el pensamiento de Duarte conserva aún hoy, en los inicios del siglo XXI, toda la vigencia que tuvo a mediados del siglo XIX.

Que debemos hacer de su ideario y de su ejemplo el norte que lleve a puerto seguro los destinos de la patria.

Pensemos como Duarte, actuemos como Duarte, seamos como Duarte.

Este es el mejor homenaje que podemos rendirle al padre de nuestra patria.

Sólo de este modo podremos vivir tranquilos y felices, y al final del camino, ver que el esfuerzo no ha sido en vano.

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