¿Culto al discrimen?

¿Culto al discrimen?

En 1975, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas emitió una resolución que establece el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer. La resolución acogió una propuesta hecha en 1910 por la alemana Clara Zetkin, integrante del Sindicato Internacional de Obreras de la Confección, durante el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas efectuado en Copenhague, Dinamarca. Se procuraba entonces honrar la memoria de 129 mujeres que perecieron en 1857 al ser incendiada por sus dueños la fábrica textil en la cual laboraban en la ciudad de Nueva York, y que habían ocupado para exigir igualdad de salarios y una jornada de 10 horas de trabajo.

Ese suceso luctuoso fue uno de los exponentes más notables de la lucha de la mujer por la igualdad con los hombres en lo que concierne a oportunidades de trabajo y remuneración. Sin embargo, lo que parece un reconocimiento, más que reivindicar la lucha, podría constituir un culto al discrimen que alguna vez habrá que enmendar para sincerizar cualquier esfuerzo por reconocer los derechos de la mujer.

Es bueno recordar que 29 años después de aquellos sucesos que inspiraron el establecimiento del Día Internacional de la Mujer se produjeron en Chicago acntecimientos motivados por reivindicaciones laborales que culminaron con un baño de sangre de trabajadores. El desacato por parte de los opatronos de la Ley Ingersoll, que establecía jornada laboral de 8 horas y que fuera promulgada por el presidente estadounidense Andrew Johnson, en 1886, desencadenó una serie de huelgas y represión que tuvo su máxima expresión el primero de mayo del mismo año con la matanza de obreros cometida en Haymarket Square, de Chicago. Esto inspiró para que en julio de 1889, la Segunda Internacional instituyera el «Día Internacional del Trabajador» para perpetuar la memoria de los caídos en esos hechos.

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La similitud de causa de los sucesos que inspiraron el establecimiento de un Día Internacional de la Mujer y un Día Internacional del Trabajador contrasta con la diferencia de trato que reciben hombres y mujeres que desempeñan funciones iguales. Inclusive, la conmemoración del primero de mayo, no laborable y de gran festividad en todo el mundo, no tiene la conceptualización de género que caracteriza los festejos del 8 de marzo.

Alguna vez, si los políticos piensan sinceramente en otorgar a la mujer un trato igualitario en materia de oportunidades laborales y políticas, comenzarían por corregir el culto al discrimen que plantea el Día Internacional de la Mujer si se toma en cuenta que las causas que motivaron su instauración son muy parecidas a las que motivaron el Día Internacional del Trabajador.

En este día, abogamos porque se reconozca que hay todavía demasiado mezquindad en el trato hacia la mujer cuando se habla de proporcionalidad de cargos electivos con respecto a los hombres, cuando se le paga menos por desempeñar labores por las cuales se paga sustancialmente más a los hombres y cuando la burla es la respuesta de la autoridad ante sus querellas por maltrato de parte de cónyugues.

En nuestro país, hay que admitirlo, hemos avanzado bastante en el reconocimiento de los derechos de la mujer, de sus aptitudes para desempeñar delicadas funciones y de su dedicación, que complementan aquella insustituible función biológica de multiplicar la vida a través de la procreación.

Esforcémonos por continuar eliminando aquellas barreras que

limitan el ascenso de la mujer en igualdad de condiciones y remuneración que el hombre y de desmontar en los hechos cualquier culto al discrimen que se nos presente disfrazado de homenaje, de reconocimiento.

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