Independientemente de nuestro ingreso, sin cierto grado de cultura financiera nuestros esfuerzos en pos de la prosperidad sostenible serán mayormente inútiles, y estarán signados por la incertidumbre y la amenaza de la iliquidez.  Aun cuando acumulemos activos, si no armonizamos nuestras decisiones con el ritmo del flujo de caja y atendemos sus riesgos de manera adecuada, difícilmente alcancemos una auténtica autonomía financiera.

No tiene sentido, entonces, que persigamos niveles superiores de ingresos – con el consiguiente sacrificio de tiempo y calidad de vida – si no nos comprometemos con una gestión racional de nuestras decisiones de consumo, ahorro e inversión.  En otras palabras, enfocarse en ingresar más sin atender cómo usamos el ingreso no necesariamente nos acerca al bienestar.

¿Exagerado? Veamos. Responde con sinceridad estas preguntas: ¿Cuáles consumos paga tu ingreso activo de este mes? ¿Los del mes actual? ¿Los del anterior? ¿O los de un mes aún más anterior?

Responde esta otra: Cuando has experimentado un aumento en tus ingresos – por avance profesional, por ejemplo – ¿utilizas el aumento para mejorar tu liquidez o para apuntalar más uso del crédito de corto plazo?

Esto no tiene porqué ser así.  Un primer objetivo – que corresponde a la fase de higienización financiera – es lograr, a partir de un fortalecimiento gradual de nuestra liquidez, que nuestros gastos ordinarios del mes actual sean cubiertos por los ingresos del mismo mes, sin tener que recurrir al crédito de corto plazo.  Ese es el punto inicial de bienestar.

ZOOM

Bienestar

La autonomía financiera consiste en alcanzar el bienestar independientemente de las fluctuaciones del flujo de caja en el tiempo.  La liquidez,  por tanto, es el conductor por excelencia del bienestar, pues son los “bolsones” de liquidez los que permiten hacer frente a estas contingencias. 

Cualquier decisión que implique un nuevo compromiso financiero debe ser tomada sólo si no invade la liquidez de corto plazo.