Cultura, gobernabilidad y clima social

Cultura, gobernabilidad y clima social

POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
A raíz de la creación de la Secretaría de Cultura, el debate no se hizo esperar. Para algunos era un paso de avance, singular, un éxito rotundo, espectacular, en una palabra: la cultura se había “salvado”, otros pensábamos que quienes se habían salvado, a decir verdad, eran los burócratas, porque un nuevo espacio para el cultivo exquisito de la torpeza ritual se les había abierto de par en par.

En el proceso de hacer señalamiento de buena fe y con espíritu constructivo algunos se quedaron solos, y el ejercicio para el asentamiento de esa Secretaría, luego de la ley promulgada, más que reafirmarla en sus mejoras y rectificaciones, lo que se observó fue un centralismo delirante que ha dejado ondas huellas en el procedimiento administrativo de casi todas sus instituciones.

Sencillamente, porque se desconoció una práctica privada que los gestores culturales de modo espontáneo habían realizado en la República Dominicana, por más de 30 años junto a un sector privado que se acostumbró a ser socio firme de la cultura con una diversidad de ofertas asombrosas; esa había sido nuestra realidad.

Futuras reflexiones, en esta administración, entiendo que deben estar conducidas a un replanteamiento serio y profundo del tema del centralismo y la burocracia heredada en la Secretaria de Cultura, la búsqueda de un sendero que haga posible el tino de la gerencia, la locura de la creatividad y el desborde epicureo de la pasión…

LA ACCION CULTURAL Y LOS CLIMAS SOCIALES

Quiero ir a los hechos, sin más perfil que el señalamiento y el propio análisis. Es cuestión de mirar y pensar:

No es lo mismo la aplicación de la acción cultural en un clima social difícil, lleno de incertidumbres, que en un clima social estable de relativa tranquilidad. La realidad actual se mueve ligeramente hacia esa noción de estabilidad, pero la cultura y su acción en tiempos de crisis y desesperanza, implica mayor responsabilidad y profundidad.

Porque mientras la situación social busca un recodo de reafirmación, la acción cultural debe hacerse y debe lucir en su propuesta pública, como si la realidad social no es extrema ni angustiante, la acción cultural en su espacio se convierte en un indicador de credo y acción de la presencia del Estado. Es cierto que no siempre convencerá a todo el mundo, porque los climas sociales inestables no permiten un accionar cultural convincente, pero es inevitable que la puesta en escena de la cultura en todos sus rublos, contribuya de modo indirecto a poner en evidencia el esfuerzo que pueda hacer el gobierno de turno, para garantizar la acción cultural como una expresión de libertad ciudadana y alto símbolo de la calidad de vida.

Si bien es cierto que la acción cultural no permite tregua ante los climas sociales (salvo que haya una situación extrema de inquietud social de dislocamiento del orden, que dificulte la acción misma en el espacio público), no es menos el hecho que demuestra que las poblaciones con tensiones emocionales, dificultades en sus vidas cotidianas, desesperación ante su realidad social, tienen tendencia a minimizar, según circunstancias, la propuesta de la acción cultural.

De todos modos, no se confunda el desahogo que produce el jolgorio de masas llamado “cultura popular”, con una propuesta cultural que pretende restaurar una dignidad y un derecho al disfrute en áreas de la cultura pagadas por el contribuyente que al mismo tiempo, son excluyentes del mismo por la ignorancia de la infomación o por el proceso típico de automarginación por desconocimiento de derechos culturales en vigencia.

Las comparaciones quizás siempre sean odiosas, pero la riqueza creadora de los pueblos, también los climas sociales difíciles y los momentos históricos decisivos, tienen por objetivo colateral poner a prueba esa capacidad creadora justo cuando se puede valorar en climas semejantes las manifestaciones culturales.

Dicho de otro modo: la cultura en tiempos de crisis y desesperanza tiene la cualidad de reafirmar la fe humana de que el futuro no podrá ser peor que lo que se ha vivido y que la elección de un nuevo orden ciudadano, aunque la gente no tenga la capacidad para revelarlo, implica la ilusión o la gestación de un modelo cultural donde la inteligencia creadora sea respetada como huella indeleble del pueblo dominicano, que debe ser merecedor de algo más que un pan y círco, que no tiene asidero en la memoria.

En más de una ocasión he visto como el fanatismo eufórico celebraba en nombre de la cultura ese derroche “popular” instrumental en el que las masas se congregaban para seguir siendo masa y ruido, concentración cacofónica y amorfa, desperdigada en la madrugada, con peste a romo barato, esperando el día nuevo y en la apertura de los ojos, resaca obliga, de la pestaña caía un confite rosado, punto de recuerdo de un “encuentro popular”, donde la cultura brillaba por su ausencia, pero en nombre de ella se ha hecho el culturidicio.

En estos tiempos, convencer del valor de la cultura toda como factor de transformación de conciencia, es más difícil: porque la población todavía vive el puñetazo del alma que le transformó su vida cotidiana en un tormento, que no es fácil olvidar.

No obstante, con esa realidad se tiene que trabajar en la persistencia ciega de que la tarea es esa y hay que trascenderla con la efectividad del trabajo hasta la saciedad.

CULTURA Y GOBERNABILIDAD

Entonces, de lo que se trata no es de hacer una cultura extremadamente oficialista que dé asco y que sea excluyente, todo lo contrario, si se llega al término que la inteligencia media reclama se notará que mientras más colectiva y menos símbolos partidarios sean empleados en la promoción de la acción cultural, valga la paradoja curiosa, más proselitista podría ser. Cuando el espacio de la cultura se convierte en vocinglero de turno de un partido, pierde el valor de una esencia convocatorial, que está llamada a brindar la cultura al ciudadano, no importa su filiación política.

El valor de la cultura como un factor de gobernabilidad, entonces, tiene más sentido mientras la acción cultural emanada del Estado apoyado en su gobierno de turno, se ofrece a por igual a todos los ciudadanos y ciudadanas, porque de ese modo la cultura difundida se convierte en un espacio de convocatoria ciudadana capaz de trascender aquella visión inútil y sectaria, en la que se piensa que la acción ciudadana de la cultura debe imaginarla una célula de partido, para entonces llevarla a la acción pública como gobierno: craso error…

Con la memoria de dictadura de la República Dominicana, no hay asunto más delicado que la famosa relación Partidos/Cultura, especialmente lo que hemos sido testigos de tantos errores lamentables, cometidos por la izquierda dominicana en nombre de “la interpretación” de la cultura popular: aislados curiosamente ninguna organización hizo raíz ciudadana, para sobrevivir al tiempo y al dislate.

(Los famosos 7 días con el Pueblo, con sus 30 años encima, fueron la última hazaña de morbo cultural izquierdoso y todavía nadie sabe, finalmente qué cantidad de dinero se hizo, balance que ha perdurado en el tiempo, como otro ejemplo de lo espontaneo, el inmediatismo y el maximalismo en la interpretación de la realidad, para evitar polémicas estériles: en los documentos y artículos de la época, de mi parte encontrán la misma posición que ahora esgrimo).

En interés de la gobernabilidad lo que corresponde es crear la ilusión para todos y todas, hacer de la cultura aquel territorio reflexivo, de gozo lúdico, de transformación interior, pálpito irrenunciable que pueda conducir (con el efecto final del acto cultural sin importar el género: cine, video experimental, teatro, teatro experimental, novela, poesía, ballet, música ) a la ciudadanía a otro disfrute cuyo fin es elevar su calidad de vida.

Hemos visto en más de una ocasión la tendencia de nuestros partidos del sistema, sin distinción, a usar sus colores en actos culturales dirigidos a una población civil, que nada tiene que ver con sus militancias. Eso se suele hacer cuando se está en el gobierno, cuando eso se hace, se sectariza la cultura y aleja a los ciudadanos que la necesitan, porque confunden la cultura misma, su derecho a ella, con un acto partidario que los aleja, porque están hartos de la politiquería.

Para una relación franca de cultura y gobernabilidad, la guía debiese ser que el gobierno de turno reconozca al ciudadano su derecho a la cultura, sabiendo además que mientras más la despolitice hace un trabajo de reconocer al contribuyente su pago directo o indirecto al presupuesto de la Cultura.

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