Cultura y dominio de los referentes simbólicos

Cultura y dominio de los referentes simbólicos

Me preguntaba hace algún tiempo, ¿qué importancia tiene la literatura en el Santo Domingo contemporáneo? La respuesta sigue motivando mis cavilaciones. Entiendo, al abrir un horizonte histórico, que las letras fueron el terreno en el que la pequeña burguesía liberal se hizo dueña del saber y del poder; del dominio del presente y de las simbolizaciones del pasado. Nada quedó en pie frente al empuje burgués que se anidó en el liberalismo político y en el romanticismo literario.

Las formas de saber, las de representar la realidad y el conocimiento del pasado entraron en el negocio del dominio simbólico. Lo que antes fuera verdad, quedó relegado al tradicionalismo. Nuevas verdades y saberes se impusieron. Algunas palabras trascendieron y hoy son monedas gastadas. Póngase por ejemplo: pueblo, democracia, progreso, en el orden político y económico; autor, inspiración, influencia y estilo, en el literario. La espiritualidad fue refutada desde el materialismo racionalista y todo lo que apeló a validar el pasado quedó convertido en cosa añeja.

Prensa, libro y educación entraron en el terreno de la simbolización del presente como realización del racionalismo, en una gesta augural que se construyó un nuevo paradigma de saberes y se vendió como utopía de una modernidad que puso en el futuro el aliciente de un presente muy difícil de llevar. Autores como Schopenhauer o Nietzsche en Europa no se dejaron arredrar por los cantos esperanzadores y vieron en la nueva forma de recomponer el mundo: el despliegue de la voluntad de poder.

El espíritu decimonónico solo irrumpió en nuestro medio en la filosofía positivista de Eugenio María de Hostos, en el liberalismo político con Juan Pablo Duarte y en el romanticismo con Javier Angulo Guridi. Espaillat y Bonó leyeron el mundo dominicano, a veces, desde una perspectiva irónica, como representación positivista, guardando distancia de las prácticas políticas que continuaban siendo la expresión personalista que imposibilitan que imitáramos la modernidad de Francia, Inglaterra o Estados Unidos.

Nuevos símbolos y referentes fueron construidos y dominados políticamente durante las dictaduras de Ulises Heureaux y Rafael Leónidas Trujillo. En un mundo iletrado, el dictador Heureaux escribía mensualmente decenas de cartas, mientras Woss y Gil, uno de los hombres más cultos de entonces, leía una enciclopedia en la silla vicepresidencial. En aquel tiempo, las letras fueron dominadas por el dictador y su voluntad de poder. Alix fue un cantor del progreso lilisista; como Damirón fue el pobre escritor que se convirtió en propagandista del régimen trujillista. Lilís tuvo sus intelectuales incondicionales, como el primer José Ramón López, luego de su exilio; mientras que Trujillo, que sabía la importancia que tenían las letras, se rodeó de letrados, coaptadores como el poeta modernista Osvaldo Bazil y otros que habían vivido en las embajadas, matriculados en el presupuesto nacional.

La llegada de Trujillo al poder tuvo el concurso de la ciudad letrada de Santiago, donde se agruparon en torno al periódico “La Información” Vicente Tolentino Rojas, Emilio A. Morel (quien luego fuera desafecto del régimen), Joaquín Balaguer, abogado y tribuno, entre otros. Intelectuales que crearon un centro de dominio simbólico que tuvo su momento importante con la publicación en esa ciudad de la Colección Trujillo. Fue este un supremo intento de valoración de la Historia, la literatura y la cultura dominicana, en la que se unieron los adeptos a la dictadura.

El habla se destaca por la jerga del trujillismo, como lo ha demostrado Andrés L. Mateo en “Mito y cultura en la Era de Trujillo”. En este libro se presenta el grado de abyección intelectual de muchos de nuestros letrados, lo que confirma que los intelectuales son parte del poder; y aquellos que no lo son, conforman una minoría de marginados. Los hombres que se opusieron a Trujillo fueron lanzados al exilio, silenciados en su patria o aceptaron una postura de zombis intelectuales. El régimen autoritario controló todos los elementos simbólicos: la representación arquitectónica imponente con ribetes hitlerianos, la reconstrucción de la Ciudad, el cambio de nombre de Santo Domingo y el mo numento a Trujillo en Santiago, como símbolo del fin del caudillismo de las ínsulas interiores y el dominio omnímodo del sátrapa…

La Historia fue tocada por los favorecidos del régimen. El Archivo General de la Nación fue un reducto del positivismo desafecto y vencido hasta que los teóricos del régimen tomaron control. Desde entonces, y salvando ciertas excepciones, el positivismo ha visto en nuestra historia un pasado de batallas, conflictos políticos, sin que hayamos podido estar a la altura de la distintas corrientes de la historiografía occidental.

En el mundo del lenguaje y la poesía, Balaguer, Peña Batlle y otros de los oficiantes en la ciudad atrapada por el Dictador reconfiguraron la historia literaria desde una perspectiva romántica, revitalizando un anacronismo que aún perdura en la enseñanza de la literatura como verdad y olvidando la literatura como discurso contradictorio, dentro de los planes de las transacciones simbólicas.

Somos el país de grandes carencias educativas y donde poco se lee. Pero esa realidad es así porque los gobernantes no necesitan del saber de los otros….Dejaré en paréntesis una aproximación a la época de Balaguer, por ser más conocida. En los últimos veinte años el poder simbólico se da en una nueva realidad en la que disminuye, por lo menos, la visibilidad del poder vertical a favor de un poder pequeñoburgués, que en su despliegue horizontal parece competir con las clases rancias.

Esto me ha llamado mucho la atención, sobre todo al leer los discursos sobre el libro “Territorio de espejos” del exministro José Rafael Lantigua. Muestran estas simbolizaciones la nueva estrategia que usa del poder, y que se construye desde el Estado a favor de un escritor que ha tenido dominio del presupuesto cultural; de esta manera la intelectualidad se reproduce, y queda por debajo el arte o su verdad a favor de la estrategia de dominio. No era posible en tiempo de Trujillo que alguien usara los recursos del Estado para favorecer a sus partidarios y luego pasara la factura en su intento de construirse como miembro del Parnaso o como académico de la lengua.

“Territorio de espejos” es un libro menor a los que se publican en nuestro país. No tiene gran valor literario ni se le acerca a otros de nuestros principales poetas. Sin embargo, sobresale por ser la obra de un exministro de Cultura, editor y mecenas de muchos de los que lo encomian, y quienes lo comparan con grandes poetas, hasta llegar al extremo de decir que la suya es una obra de calidad universal. Lo cierto es que muchos de estos escoliastas solamente escriben un discurso de agradecimiento y sometimiento a una estrategia de poder. Esta práctica de adscripción y degradación espiritual la había denunciado hace diez años; y ahora se muestra como parte de las estrategias de la pequeña burguesía en dominar los espacios simbólicos mediante premios y artículos en la prensa. Y así los ‘intelectuales’ hacen su función de servir al poder. Lo grave de todo esto es que lo bueno pasa inadvertido; lo malo queda como bueno y el presupuesto nacional se usa para la reproducción de los íconos de cierta voluntad de poder político.

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