HELENA COIFFARD
Hace ya varios miles de años hubo una época de la cual tenemos poco conocimiento hoy porque los libros de Historia de la Cultura apenas la mencionan o no la mencionan del todo, en la cual el principio rector de la vida de las comunidades humanas era el femenino, llamándose esta época en que predominó el poder de la mujer Matriarcado.
Durante el Matriarcado, en el cual la humanidad vivía en comunidades agrícolas, no existían todavía grandes diferencias sociales ni económicas, pues no se habían creado todavía los sistemas que dividen a los seres humanos en castas, ni tampoco existían rangos sociales. Eran sociedades igualitarias que vivían en paz y armonía pues aún no se conocía la violencia y el terror que ocasionan las guerras.
En las sociedades matriarcales se veneraban las Diosas Madres, divinidades femeninas de la fertilidad a quienes se rendía culto para pedirles por la productividad de la tierra, pero todo esto cambió cuando los hombres conocieron y trabajaron los metales, que comenzaron a fabricar armas para la caza, y luego para la guerra. Es entonces que se produjo una transición al Patriarcado, cuando las Diosas Madres fueron destronadas y sustituidas por los Dioses Guerreros y comienza la Cultura de la Guerra a adueñarse del mundo.
Comenzó entonces con la entrada en vigencia del Patriarcado una larga edad de enfrentamientos en la cual los hombres pelean entre sí para lograr la dominación y subyugación de los más débiles para quitarles mediante el empleo de la fuerza y la violencia sus pertenencias, mujeres y siervos, tomándolos como trofeos de guerra.
Así, podemos ver como las guerras han jugado un papel central en la historia de la humanidad patriarcal, constituyéndose en un medio de enriquecimiento legitimado por las naciones de la tierra -formando muchas de ellas grandes imperios en base a esas horribles y bárbaras matanzas colectivas que tanto sufrimiento causan que se denominan guerras, ya a las cuales milenio tras milenio, con su institucionalización, las naciones dedican grandes sumas de sus presupuestos.
El Patriarcado ha creado una cultura autoritaria basada en la dominación, la imposición de los más fuertes sobre los más débiles a los cuales explota rebajándolos a la categoría de objetos de su propiedad y el empleo de la fuerza -unas veces más burdo, otras más sutil- para el logro de sus fines, que ha degenerado en violencia; y parece que después de repetir tanto dichos malos usos de la fuerza, esto ha llegado a dejar huellas en el subconsciente de muchos hombres que muestran conductas violentas.
Nos quejamos de que hay mucha violencia en el mundo hoy en día, en las relaciones entre esposos, padres e hijos, hermanos, jefes y empleados, adversarios políticos, y en muchos tipos de relaciones más lo cual no es más que el resultado en gran parte de los casos del afán de una parte por imponerse, por dominar a la otra, por no respetar sus derechos.
Los machos dominantes humanos, que son los poseedores de la mayor parte del poder político y económico del mundo han establecido las reglas sociales de acuerdo a su visión del mundo, que como dijimos antes es de imposición sobre los que considera más débiles, los cuales cree deben obedecerles y subordinársele; y el poder del sistema por ellos creador ha llegado a ser tan poderoso que el que no lo sigue a pies juntillas es excluido, marginado, aplastado.
Un número significativo de mujeres conscientes de las desigualdades de género iniciaron en el siglo pasado un movimiento social con fines de mejorar la posición política y económica de la mujer, conscientizándola de la situación desventajosa que ocupaba -y todavía ocupa- respecto a los varones. Con esto comenzó una lucha por los derechos de la mujer que todavía continúa, y que si bien no tiene ahora la fuerza que tuvo en la década de los 70, continúa en todo el mundo, donde las mujeres se preparan cada vez más para ser mejores seres humanos en todas las áreas de la vida.
Las mujeres ganan cada vez más espacio en la sociedad contemporánea, y han logrado mejorar mucho su situación económica y social, así como más independencia, y gracias a su inteligencia y esfuerzo van conquistando posiciones cada vez más altas en la jerarquía social y profesional, pero todavía les falta mucho por hacer para lograr un mayor poder político y económico, así como de decisión, pues después de tanto tiempo de dominación masculina los varones lo tienen todo, y solo en muy raras excepciones como la del Presidente de España, Rodríguez Zapatero, quien se ha ganado mi admiración, están dispuestos a otorgar a la mujer lo que de hecho le pertenece: la mitad de los puestos de conducción del Gobierno.
Como una contraparte al poder masculino que ha llegado a ser tan mal usado, el poder de la mujer, que es el poder del cuidado, de la protección, de la ternura, la inofensividad, el respeto, la abnegación, debería llegar a influenciar la vida pública para que su influencia benéfica de paz y armonía se haga sentir en la sociedad y pueda moderar un poco la fuerza del varón.