PEDRO GIL ITURBIDES
El presidente de los estados unidos del Brasil, Luis Ignacio da Silva -Lula, inició una cruzada contra la pobreza. Su iniciativa fue respaldada por Francia y Chile, y no se detuvo hasta lograr que esta misma semana tuviese lugar la llamada Cumbre contra la Pobreza. Kofi Annan, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se permitió hablar del tema por varios días. Resaltó que el año anterior, 842 millones de personas vivieron en condiciones de inanición, y retó a la humanidad para que esta situación se supere.
Conforme la propuesta de Annan, en el curso de un decenio deben superarse las situaciones que obligan a seres humanos a vivir con un dólar al día.
¡Ay, si Annan supiese que entre los dominicanos hay personas que perciben menos de esa cantidad al día, y muchos que viven por la gracia de Dios! Y debe haberlos en muchas otras sociedades, en donde prevalecen sistemas de agricultura de subsistencia o sostenimiento por caza y pesca ocasionales o fortuitas. O por la caridad de vecinos, amigos y desconocidos.
La batalla, a no dudarlo, es admirable. Y digna de mejor suerte. Algunos de los aspectos envueltos en la idea, como el establecimiento de impuestos internacionales, no prosperarán. El propósito de crear fondos obligatorios, aplicables a operaciones financieras transnacionales y algunas formas de transportación, es buena. Pero la ONU, o cualquier otro organismo
multilateral, carece de atribuciones para establecer estas cargas tributarias sobre sus miembros.
Superar la pobreza, por tanto, es responsabilidad de pueblos y gobiernos dentro de un territorio, en vez de labor de ajenos vecinos. Una alternativa se presenta a los vecinos: la ocupación del territorio de los pobres. Pero no es lo que plantean Lula da Silva, Jacques Chirac o Ricardo Lagos. Un tributo internacional, esencia de su enfoque, podría convertirse en un elemento de distorsión del comercio o las inversiones, y contrariaría las políticas del libre comercio. Aún ante las naciones que usan de este nominal como disfraz para sostener el mercantilismo.
Por años hemos sostenido que la clave se encuentra en un instrumento tan propio de cada pueblo -de los gobiernos de cada pueblo- como lo es su política fiscal. Del enfoque hecho para el manejo del gasto, de las inversiones, del comercio exterior, del trabajo productivo local, depende el que se venza la pobreza.
Los recetarios provenientes de organismos multilaterales, en cambio, no siempre son convenientes. Esas fórmulas resultan del cúmulo de imaginativas tendencias de los hijos de naciones pobres y ricas que trascienden sus fronteras para laborar en organismos de ascendientes internacionales. Pero a veces, aún manteniendo una estrecha relación con los medios sociales del que surgieron, estos tecnócratas alcanzan una visión errada de sus naciones.
Por ello tal vez, hace unos días la esposa del presidente Néstor Kirchner, de Argentina, proponía que no se le haga caso a los técnicos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Cristina Fernández, nombre de la dama, Senadora federal por propio empeño, recordó durante una conferencia dictada en el marco del Consejo de las Américas, que los grandes países no acogen ese recetario. Y dijo que a ellos, por no obedecerlos, les va muy bien.
Irónica, envalentonada por la política del gobierno del marido que procura desconocer un alto porcentaje de la deuda pública externa, no deja de tener razón. Gran parte de la deuda externa de todos los países pobres es obra de la colusión de prestamistas leoninos y políticos nacionales irresponsables y corruptos. Kirchner ha sacado esta verdad al ruedo. El único problema es que también pretende desconocer hasta el 75% del capital de inversionistas argentinos y extranjeros que colocaron capitales en bancos argentinos, en momentos en que prevaleció la paridad de su moneda con el dólar.
Fueron aquellos, días en que pudo lograrse que la Argentina volviese a su pujanza de principios del siglo XX, cuando sobrepasaba el producto interno bruto de las que hoy son grandes naciones. Pero entonces llegó el populismo y, para citar una frase dominicana de nuestros días, acabó con todo. Al establecerse la paridad, no se tomaron medidas adicionales relacionadas con la restricción de ciertas formas del gasto público, y la corrupción, el dispendio y la liberalidad fueron distintivos de esos días.
La irresponsabilidad, por tanto, dio al traste con una primera iniciativa responsable y cuerda. Contra ella grita la primera dama argentina, al secundar las disputas de su marido el presidente, contra los acreedores externos de su país.
El cuadro, más que privativo de los argentinos, es similar en muchos otros países. Se impone por tanto, que busquen los gobiernos de nuestras naciones, el instrumental adecuado para que la pobreza comience a desaparecer. Y esas herramientas se hallan a lo interno de nuestras naciones, en una cuestión tan elemental como simple, cual es el manejo sabio y prudente de los actos
de política fiscal. Si seguimos buscando alternativas en los organismos multilaterales, la pobreza seguirá creciendo, como lo ha hecho hasta hoy. Y no valdrán las cumbres contra ella, como la realizada esta semana, al comenzar la quincuagésimo séptima asamblea general de la ONU.