La sociedad dominicana es un miserable teatro, un conciliábulo de grandes y pequeñas complicidades, en el cual muy pocas veces se produce un enlace entre el espectáculo y la autenticidad. Oír hablar a Danilo Medina y pensar en la realidad suele ser una experiencia frustratoria. Porque el mundo real se recupera en la conciencia como algo derivado de la experiencia sensorial y analítica, y hasta puede nombrar la realidad con el lazo proposicional del verbo e instalarse en ella; pero lo que no puede hacerse impunemente es erigir un discurso que es plenamente la negación de su práctica. Entonces se es mentiroso a secas, un simulador. Hay un libro de difícil lectura de ese gran pensador francés que fue Michel Foucault, y él dice que “La historia es el modo de ser de todo lo que nos es dado en la experiencia.” Y si es así, leyendo la práctica de su gobierno, uno no entiende cómo es que este hombre puede ir a una Cumbre de Presidentes a hablar de “transparencia”, a dibujar un país en el cual sus autoridades se afanan por atajar la corrupción; porque lo que “nos es dado en la experiencia” es que su gobierno encarna el más alto nivel de despliegue y práctica de la corrupción en la historia republicana.
¿Hay un dominicano, uno solo, que pueda tragarse la mentira de que en nuestro país la corrupción está controlada? ¿No es esta nación, incluso en el mismo instante que él hablaba en Perú, el escenario cotidiano de actos de corrupción que llevan al crimen, a la extorsión, al suicidio? ¿No está la corrupción generalizada en su gobierno, y la acumulación originaria de capital, el predominio de un grupo económico que ha convertido el Estado en fuente de negocios particulares; junto con un estímulo al culto a la personalidad y la egolatría, más el uso del presupuesto público y la pérdida absoluta de los principios éticos? Hay que luchar para que los políticos marrulleros no nos roben nuestra noción de la realidad, que hemos comprobado con los sentidos, padecidos y pagados con sacrificios inenarrables, con sangre. Colocar un solo acto de una administración corrupta junto a un discurso de su principal figura derrumba un edificio de palabras. Es mejor leer prácticas y no discurso. Cualquier dominicano puede abandonarse, aunque sea un únicamente un segundo, a la fiera descripción del ejercicio de la práctica disolvente del gobierno del hombre que decía el discurso en Perú, y se topará con la verdad. Porque, a Danilo Medina, no podemos pedirle que entre en un trance consciente y encarnizado de negarse a sí mismo. Esa es la fatal ostentación de la mentira.
Los políticos dominicanos se creen con derechos adquiridos sobre la población vista como una inofensiva masa plural, y mienten totalmente desentendidos de la crisis inmóvil de credibilidad que han provocado en la población. Es cierto que el mundo es ya un universo sin paradigmas, y que lo que importa es disfrutar del poder. Pero sería bueno que la vida se tiñera del rubor de la gente sencilla, que cuando miente tiembla, y si la mentira es puesta en la picota pública, como sábana de virgen luego de la primera noche de amor, lo que sobreviene es la vergüenza como estigma imperecedero. Nada más divorciado de la autenticidad y de la verdad que el discurso de Danilo Medina en la Cumbre. Fue, en esencia, un elogio a la mentira. Y es a esa perversidad que se enfrenta el tema de la corrupción en nuestro país. Ya nadie se avergüenza porque lo asocien a los corruptos. Puede que sea la gran indigencia moral de la época en nuestra sociedad. Pero llena la faltriquera de dinero, y promueve a los sujetos en la estratificación social. El PLD sí que sabe de éste poder transformador, puesto que la corrupción, en sus gobiernos funciona como política de Estado, y ya dentro del Estado, como una corporación de carácter económico. La prueba es oponer la práctica al discurso, y quedarán al desnudo el cinismo y la mentira.