Los hay por todos lados como ceñidos al objetivo de llenar de gente espacios territoriales a ambos lados de una muy traspasable frontera. Poblar dos países al mismo tiempo, desde antaño hasta hoy y probablemente en todos los días que sigan, supone un maratónico ejercicio de procreación las 24 horas del día. Vientres hay de más para parir allá y aquí. Aunque la mayoría de los apareamientos que preceden al acto de nacer generan desahogos guturales en creole, distantes de la tierra de castiza habla castellana que les queda cerca, este es el país destinado a muchas de las criaturas resultantes en el que siempre encuentran a quienes les paguen por trabajar, haciendo provecho de la hospitalidad que les brindan señores oriundos reservándoles las tareas más duras y peor remuneradas.
Una isla para dos naciones que a pesar de su falta de afinidades culturales y una historia común que incluyó muchos cuellos pasados por machete o repelidos a trabucazos, parecen obligados a complementarse.
La febril multiplicación de la especie en la parte occidental de La Hispaniola causa una diversidad de reacciones en sus vecinos. Los haitianitos que pasan por incubadoras locales nueve meses después de coitos extra nacionales, provocan aquí tras llegar a la adultez chispazos de antipatía y de resentimientos patrióticos.
En círculos exigentes se les vea veces como más oscuros de piel y divorciados de nuestro tinte mezclado y hasta como menos humanos aunque de su abundancia genital reproductiva dan fe ellos en calidad de homo sapins bastante similares a nosotros los isleños de su vecindad; éstos con unos entusiasmos que han llenado sus propios predios de moteles y preñan adolescentes antes de inscribirse en los liceos.
Cierto es que en nuestras fertilizaciones amatorias (y es esta una desventaja) no abundan los genes que den pie a buenos cortadores de caña, ni traen a este medio individuos suficientes para pasar horas y horas bajo el ardiente sol colocando bloques de cementos atravesados por varillas de acero. En las plantaciones de café y otros frutos de recolecciones que obligan a doblar el lomo sin piedad, no brillan los vástagos del lado oriental.
Más lo hacen en el frescor de oficinas citadinas, en los ejercicios profesionales de fino hablar y secretarias atractivas. En cargos públicos de corto horario de esos que los figurines y activistas de la política se “honran” en ocupar en demasía a la caza de provechos. La sobrepoblación de abogados, con muchos de ellos de candidatos para afiliarse a Uber al otro día de graduarse y las hordas de choferes de “concho” rogándole a la gente que se monten en sus malos carruajes, o durmiéndose en las sombritas de las paradas por falta de clientes, expresan particularidades improductivas con tendencias a la inercia en las conjugaciones de ADN que resultan de la acción en muchos lechos dominicanos.
Es notable además la abundancia de público que generan sin pausa las relaciones carnales y la escolaridad sui generis de esta tierra para llenar locales de espectáculos musicales que no por desastrosos artísticamente hablando quedan fuera de las cuentas nacionales que como pueblo nos retratan de distintas formas y no todas con virtudes.