Dama homenajea a desenterrador

Dama homenajea a desenterrador

Embargado por la emoción y permanentemente vestido con el uniforme de la humildad, la sinceridad y la lealtad a los principios, debo responder, si es que puedo, al enaltecedor y noble gesto emulador de nuestra ministra de Salud, Dra. Altagracia Guzmán Marcelino. Es una colega de un bello y dulce, pero a la vez firme carácter, a quien su modesto esposo, el Dr. Fernando Sánchez Martínez dedica su libro La Mujer Médica en la Sociedad Dominicana, con las siguientes palabras: “Mujer médica, esposa y madre ejemplar. Luchadora social permanente”.
Quien suscribe se autodenomina desenterrador ya que fue a finales del pasado siglo cuando realizando esos menesteres, en un cementerio cercano a Boca Chica, compartí el trabajo de una exhumación con la hoy funcionaria. Desde finales de la década de los setenta e inicio de los ochenta, Juan Bosch nos había hermanado en ideales y sueños.
A propósito de esto último, me llega una anécdota del fenecido escritor uruguayo Eduardo Galeano. Dice el autor de Las Venas Abiertas de América Latina, que una vez le preguntaron al director de cine argentino Fernando Birri que para qué servía la utopía. Birri respondió: “La utopía está en el horizonte. Yo sé muy bien que nunca la alcanzaré, que si yo camino diez pasos ella se alejará diez pasos. Cuanto más la busque menos la encontraré porque ella se va alejando a medida que yo me acerco. La utopía sirve para eso, para caminar”.
Hemos andado, no al ritmo y a la velocidad que hubiésemos deseado, pero al menos ya hoy son pocas las exhumaciones que se hacen con fines de autopsia. La institución que a partir de ahora pasa a llamarse con nuestro nombre ha sido sujeto de desvelos, preocupaciones, esfuerzos, frustraciones y satisfacciones colectivas.
El afán por generar un producto de calidad con eficiencia que mejore el servicio, la investigación y la docencia ha sido una constante diaria. La insistencia en conseguir un nivel óptimo de entrenamiento es empeño incesante que de forma disciplinada acompaña nuestros pasos. Como amante y creyente de la historia, he recorrido la ruta valiéndome de la plataforma ideológica duartiana.
Igualmente he tomado prestado el arrojo y la valentía de nuestros restauradores, las sabias enseñanzas positivistas hostosianas, la intuición investigadora de don Pedro Henríquez Ureña y del pensamiento político de Juan Bosch. Con ellos he andado estos senderos con fe y sin miedo; la vista fija en el porvenir, seguro de que hacemos camino al andar, y a sabiendas de que los ojos del pueblo vigilan nuestro diario accionar. No me arrepiento de haber vivido luchando en contra de la pobreza, la ignorancia, las enfermedades, la injusticias y el desorden criminal. Igual conducta asumiría si volviera a nacer.
Tenga la amiga, colega y compañera ministra, la seguridad de que en el trayecto de vida que me queda por vivir no la defraudaré. La confianza puesta al designar el Instituto Nacional de Patología con el nombre de su humilde servidor Sergio Sarita Valdez tendrá como garantía, mi devoción a la expresión lapidaria de que “quien no vive para servir no sirve para vivir”.

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