Dame un empleo, no una ideología

Dame un empleo, no una ideología

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA  
Una hipótesis de trabajo para una investigación que podría resultar interesante es esta: En la República Dominicana los partidos políticos con vocación de poder mantienen su atractivo electoral en la medida en que pueden garantizar a sus miembros y relacionados empleos y oportunidades de negocios.

El tema no es nuevo, ni aquí ni en el resto de América Latina y el Caribe. Pocas organizaciones partidarias de la región son atractivas al electorado por sus ideologías o por sus propuestas de transformación social.

En realidad, después de 1989, fecha emblemática porque puso fin al experimento socialista, ha habido una proclama casi gozosa del fin de las ideologías. Aunque la no ideología se haya convertido, precisamente, en la ideología del pragmatismo sin referencias y sin horizonte. Hay ahora una conducta política todo-se-puede y todo-es-válido, aunque se carezca de dirección o finalidad.

Tampoco abundan las organizaciones que propongan la transformación social o la transformación del status quo. Se considera fuera de tiempo y fuera de pertinencia política hablar de cambios profundos y de reformas sustantivas en la economía y en el ordenamiento estatal. En América Latina los partidos apenas van detrás, los muy adelantados, de uno que otro planteamiento de la CEPAL, o del Banco Mundial. Cuando es sustitución de importaciones, recurren a los mecanismos que hacen posible este modelo. Cuando es desarrollar un mercado interno, se hace lo mismo, y cuando es globalización, así en plural y de forma genérica, se cultiva su retórica y se aprende la letanía. Y nada más.

¿Qué es, entonces, lo que más importa ahora de los partidos políticos? Creo que, a la luz de los hechos y de las observaciones, nuestras organizaciones partidarias están más empeñadas en garantizar los empleos que crea el Estado y sus instituciones, que en cualquier otra cuestión. Y también en llamar la atención sobre las posibilidades de negocio que se generan alrededor de la administración de la nación.

Admitamos el conocido y antiguo principio bíblico según el cual el que trabaja en el altar debe vivir del altar. En otras palabras, no se trata de asumir una postura irreal sobre los motivos que tiene una persona, hombre o mujer, para involucrarse en las actividades partidarias y gubernamentales.

Nos parece muy legítimo que el trabajo político conlleve gratificaciones. Lo que nos parece pernicioso es que el único motivo por el cual exista el partidismo en estas tierras sea por los panes y los peces. O que los partidos políticos vayan al mercado electoral haciendo estas ofertas.

Los dominicanos tenemos una experiencia interesante que, de seguro, no es única en la región. Nuestras organizaciones partidarias son fábricas de empleos, de puestos de trabajo. Más todavía: mientras los doctrinarios hablan de la necesidad de reducir el tamaño y las funciones del Estado, por estas tierras se ha transitado en vías contrarias.

Cuando el doctor Joaquín Balaguer ocupó la Presidencia de la República en 1966, encontró en la administración pública en general 98 mil puestos de trabajo. Cuando concluyó su largo, próspero y sangriento período de los 12 años, dejó 134 mil empleos.

Cuando don Antonio Guzmán y el PRD pasaron a dirigir el gobierno, en 1978, encontraron esos 133 mil 986 puestos. Ocho años después, el perredeismo dejaba 215 mil empleos.

El conservador Balaguer aumentó la nómina pública a razón de 2,998 empleos por año, y el PRD a razón de 10,157.

Cuando el viejo zorro de la política dominicana regresó al poder en 1986, en unas de las resurrecciones políticas más espectaculares de la historia del poder en la República Dominicana, encontró una nómina de 215 mil empleos. Diez años después la dejó en 283 mil 59. Esta vez fue más agresivo que la primera e infló los puestos públicos de trabajo en 6,781 por año.

Cuando el peledeismo se inició en los menesteres del Estado, después de una larga prédica de transformación social y de promesas de cambios profundos  en el gobierno, recibió una nómina de 283 mil 59 empleos. Cuando concluyó su mandato, en el 2000, la había subido hasta 330 mil 797. Una generación de puestos públicos de 11,934 por año, más en consonancia con la práctica perredeista que con la reformista-balaguerista.

Pero el perredeismo del 2000 no se quedó atrás. Empezó a gobernar con la cantidad de 330 mil 797 empleos y a finales del año pasado, es decir, del 2003, la había llevado a 408 mil 327. La máquina de crear empleo fue acelerada por este gobierno como nunca antes, a un promedio de 25 mil 843 por año.

Hay en esta relación, incluso, un dato que llama la atención: Uno de los beneficios que se derivaría de la privatización o capitalización de las empresas descentralizadas del Estado era bajar aquella nómina que se sabía parasitaria en demasía. Como todo el mundo conoce, los ingenios del CEA fueron arrendados, la CDE fue dividida en varias empresas y estas fueron capitalizada; CORDE prácticamente no existe, pero los empleos históricos de todas estas empresas públicas no han desaparecido. Siguen rondando entre 38 y 41 mil.

Esta es una de las grandes ofertas partidarias: los empleos de la administración pública. Hoy, en julio del 2004, el Estado dominicano emplea poco más de 408 mil empleados.

Nos parece, pues, que esta generosidad laboral del Estado dominicano, esta enorme capacidad para crear puestos de trabajo  –también hablamos de oportunidades de negocio–  es el imán que atrae a los ciudadanos y ciudadanas dominicanos a los partidos políticos con vocación de poder, y es, en el otro extremo, la oferta que llevan los líderes al mercado electoral.

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bavegado@yahoo.com

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