Dan clases a 870 alumnos en casas oscuras

Dan clases a 870 alumnos en casas oscuras

En espacios oscuros y sin ventilación, los alumnos que asisten a la Escuela Héctor J. Díaz, del barrio 27 de Febrero en el sector de Agua Dulce, se reparten en tres locales alquilados que están distribuidos a lo largo de una calle.

Al ver el primer local en el que funcionan dos «aulas», nadie podría pensar que pertenece a una escuela que cobija a 870 estudiantes. Repartidos en dos tandas, los alumnos reciben clases en once pequeños espacios.

Aunque cada uno funciona aparte, todos tienen dos detalles en común: son extremadamente calurosos y carecen de espacio suficiente.

Amén del calor que se siente dentro de cada uno de los espacios, lo más difícil es la oscuridad. Así lo explicó la directora del centro, Fladia Altagracia Espinal, quien confesó que muchas veces tiene que trabajar en la acera, que está prácticamente en la calle y frente a una cañada.

ACuando hay luz uno trabaja en la dirección. Cuando no, uno sale allá afuera y se sienta en la calle. Lo importante es trabajar», dijo poco antes de agregar que casi nunca tienen energía eléctrica.

Para los estudiantes esto también implica una cuota de sacrificio. Copian de la pizarra sin ver en sus cuadernos y cumplen con sus obligaciones casi por instinto. Cuando no pueden, como sucedió en una de las aulas en el día de ayer, uno de ellos se para junto a la puerta y lee en voz alta la clase. Después que termina, el profesor explicará las cosas que los chicos no han entendido.

La pizarra, en muchos casos, está de más. Como no es mucho lo que se puede ver, más que una ayuda representa un dolor de cabeza.

En cuanto a los locales, vale decir que los dos primeros tienen filtraciones y el espacio tan reducido como para que quepan los niños se sientan muy pegados unos a otros. Como no tienen ventanas, además, el ambiente se torna irrespirable.

El tercer local, en el que funcionan siete aulas, es un complejo laberinto en el que los cursos se reparten sin ningún orden. Caliente, como los demás, cada rincón está tan aprovechado que hasta el callejón y el patio de la casa han terminado convirtiéndose en cursos.

En el techo, los agujeros de las planchas de zinc son el mejor preludio de la goteras que caerán en cuanto llueva.

[b]DE LA ESCUELA[/b]

Creada en el año 1978, la escuela funcionaba en condiciones muy distintas: estaba en lo que era el club Héctor J. Díaz, hoy convertido en el club de los Cinco Mártires.

La escuela tuvo que ser reubicada un año después, cuando el ciclón David destruyó las instalaciones del Club.

Por aquellos días, cuenta Espinal, se mudaron en dos aulas en las que recibían clases todos los alumnos. Para ello, como eran mucho meno estudiantes que hoy, dividían a los muchachos en turnos de dos horas y media. «A las ocho entrábamos a un grupo de estudiantes y los sacábamos a las diez y media para entrar a otro grupo. Así estuvimos hasta terminar el año escolar».

Posteriormente, para trabajar más cómodamente, alquilaron dos locales más. «Después alquilamos dos locales y últimamente, hace diez o doce años, alquilamos otro. Ahí pusimos primero tres cursos y después fui agregándole más porque la matrícula creció».

Es una escuela hecha pedazo a pedazo. Esa es la historia de la Héctor J. Díaz, una institución que necesita de un espacio en el que se pueda trabajar más allá del amor por la educación.

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