POR FRANK PEÑA
Nueva York.- El sábado 18 de marzo, durante el partido semifinal del Clásico Mundial de Béisbol, la selección cubana derrotó al equipo dominicano con marcador de 3-1. Como era de esperarse, la mayoría de los dominicanos no ha podido aceptar y asimilar esa derrota con la quietud necesaria.
Miles de fanáticos dominicanos y algunos comentaristas residentes en los Estados Unidos han manifestado por radio, periódico y televisión estar profundamente decepcionados por la no llegada del team dominicano al partido final del Clásico.
Esos fanáticos junto a los comentaristas, también, han hecho el intento de localizar y enumerar las causas de la descalificación de la novena quisqueyana, señalando entre otras las siguientes:
El dominicano no era en realidad un gran equipo o una selección de ensueño, debilidad en el relevo, poca profundidad en el pitcheo abridor, deficiencia en la defensa, ausencia de jugadores como Pedro Martínez, Vladimir Guerrero y Manny Ramírez, y poca habilidad del mánager Manny Acta para sacarle más provecho a los jugadores en el róster, especialmente a los relevistas.
Esos conceptos serían correctos en gran medida si se aplicaran a una temporada completa de béisbol pues en una carrera larga, como la de 162 partidos en las Grandes Ligas o una serie corta de 10 partidos entre dos equipos, todas las virtudes y las debilidades de un conjunto salen a relucir.
Pero, resulta que la derrota de la Selección Dominicana y su no calificación para el encuentro final con Japón el lunes 20 se circunscribe o se limita a un sólo partido, el que se jugó el 18 de marzo.
Los 6 partidos jugados por República Dominicana y Cuba antes del único partido de la semifinal no valen absolutamente para nada; el juego del sábado 18 era un escenario nuevo y el único chance u oportunidad para que una de las dos franquicias se alzara con el triunfo.
La pena y la desilusión de la mayoría de mis compatriotas las entiendo, pues existía la falsa creencia de que el béisbol amateur cubano nunca podría pasarle por encima a conjuntos profesionales procedentes de Puerto Rico, Venezuela y República Dominicana.
Sin embargo, la historia y los resultados confirman que la escuadra cubana de béisbol estuvo en las dos primeras rondas y en el partido semifinal del Clásico por encima de las 3 novenas aludidas.
Cuba nunca estuvo por debajo de la República Dominicana; basta mencionar que durante los primeros 6 partidos del torneo, Dominicana acumuló 35 carreras impulsadas y 9 jonrones, y Cuba también 35 empujadas además de 6 jonrones. El equipo cubano jugó los 6 partidos anteriores al juego semifinal del pasado sábado con una visión de conjunto; y, apoyado en los fundamentos del béisbol, realizó casi siempre las pequeñas cosas que producen el triunfo.
El team dominicano, al revés, apostó al poder del bateo y a las muchas carreras empujadas; y eso se produjo los días 7, 9, 10 y 13 de marzo con 11, 8, 6 y 7 carreras. Pero el 12 de marzo, contra Puerto Rico, los dominicanos sólo empujaron una carrera, una contra Venezuela el día 14, y una contra Cuba el día 18.
Colocando aparte a Adrián Beltré (.300, 4 HR, 9 RBI), los jugadores de poder dominicanos se mostraron anémicos o no supieron repartir su capacidad de producir carreras en todos y cada uno de los 7 juegos en que intervinieron.
Alfonso Soriano, por ejemplo, en 12 turnos al bate no produjo un hit; David Ortiz terminó con .150 en bateo, 3 jonrones y 5 carreras empujadas; Miguel Tejada sólo empujó 3 carreras; Albert Pujols acumuló .286 en promedio, 6 hits en 21 turnos, pero en los últimos 5 partidos en 14 turnos logró 2 hits.
No se puede argumentar que Manny Acta manejó mal el equipo dominicano durante el partido que fue eliminado; el team que entró al terreno de juego ese día era el mejor que se podía estructurar, con Plácido Polanco en la segunda base y con Mo Peña en el jardín derecho.
La derrota dominicana del 18 de marzo se produjo en medio de un verdadero duelo de pitcheo. Bartolo Colón lanzó 6 sólidas entradas sin permitir anotación, y Odalis Pérez, quien había lanzado primores en Puerto Rico durante 4.2 entradas, lo sustituyó en el séptimo inning; luego de Pérez desfilaron por el montículo Salomón Torres y Julián Tavárez.
El juego del sábado se perdió no porque se dirigió mal al conjunto dominicano; lo que ocurrió sencillamente fue que dos pitchers cubanos lanzaron una joya de partido. Las 4.1 entradas trabajadas por Yadel Martí y las 4.2 de Pedro Luis Lazo fueron un veneno mortal para la República Dominicana, y ésto último queda demostrado diciendo que la única carrera anotada por Santo Domingo fue fruto de dos errores de Yulieski Gourriel en segunda base.
En fin, la derrota dominicana en el primer Clásico Mundial de Béisbol confirma una verdad eterna, una hipótesis que nadie puede contradecir: el lanzador carga en sus hombros por lo menos el 65% de la responsabilidad de ganar un partido, y el buen pitcheo siempre aplasta el buen bateo.
El triunfo de Cuba sobre la República Dominicana no ha sido un milagro como quieren insinuar muchos fanáticos y algunos escritores en los Estados Unidos.
¡Un buen equipo y un excelente grupo de lanzadores hicieron lo que tenían que hacer, ganar!