Dañando a los progresistas

Dañando a los progresistas

Los partidos progresistas en todo el continente tienen que lidiar con la etiqueta que los excesos y locuras autoritarias de Daniel Ortega y Nicolás Maduro han ido provocando. Reinventados en la escena electoral con posterioridad al éxito político de Hugo Chávez, una amplísima franja de organizaciones de izquierda participaron en competencias por el poder y alcanzaron triunfos importantes.

Aunque la retórica enarbolada con anterioridad despejaba la opción de disputar la carrera presidencial por vía del voto, es innegable que el mapa político del continente se transformó desde el año 1999. Precios del petróleo altos y un descalabro del modelo partidario tradicional encontraron los nuevos mesías llamados a reinventar la gestión gubernamental, desde una perspectiva con un matiz ideológico. Se fueron los “corruptos” y gobiernos de “derecha” que bajo la sombrilla protectora de impedir el fenómeno de Fidel Castro, trastornaron el ascenso de figuras insignes, y en aquellos países que conquistaron el favor de la ciudadanía, se articuló todo un esquema de derrocamientos amparados en una concepción propia de guerra fría. Piensen en Bosch, Allende y Bishop.

La verdadera tragedia de un segmento del progresismo consistió en que el variopinto de sus exponentes creó las bases de criterios incongruentes alrededor de las tareas públicas que, en el mayor de los casos y con el paso del tiempo, terminaron emulando los hábitos y deformaciones que combatieron. Cuando el combate a la corrupción representó su sello distintivo, muchos de sus voceros cayeron en las debilidades, hicieron fortunas y cometieron excesos de toda índole, pretendiendo que sus posturas de carácter teórica los protegiera del cuestionamiento. Los sandinistas, antes de irse en su primer ciclo, hicieron mediante ley un reparto de los inmuebles más costosos en toda Managua, la gente calificó el exceso como una piñata. A la élite chavista-madurista, el incremento patrimonial encontró en la frase suelta de boliburgesía, la formal acusación de sus desviaciones éticas alrededor del manejo de fondos públicos.

Lo grave es que existe un modelo de gestión progresista abismalmente opuesto a los gobiernos de Maduro y Ortega. Ricardo Lagos, Pepe Mujica, Tabaré Vásquez y Michelle Bachelet, demostraron la posibilidad de combinar su sentido de compromiso ideológico sin renunciar al desarrollo de políticas económicas verdaderamente transformadoras. Por eso, Chile y Uruguay no pueden ser asociadas al énfasis autoritario que caracteriza los actuales gobiernos de Nicaragua y Venezuela, donde la existencia de presos, persecución de disidentes, inhabilitación de potenciales competidores representan la regla de oro de dos anacrónicos exponentes de un modelo impropio del siglo 21.

Como el modelo Maduro y Ortega se torna indefendible, sus fantasmas han sido instrumentalizados en el marco de competencias electorales fuera de sus respectivos países. Así instalan la lógica del miedo, en Colombia y México, para detener y/o imposibilitar las victorias de Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador. Podrían conseguirlo en el primer caso, pero ante la posible victoria del segundo, la alternativa del balazo y recrear el episodio de Mario Aburto, tendría consecuencias tremendas. El argumento es injusto, pero políticamente perverso porque trasladan al escenario de sociedades distintas, fenómenos con un altísimo nivel de impugnación, debido al daño que pueden ocasionar en la contienda por alcanzar la presidencia.

Cuando la figura irrepetible de Fidel Castro eclipsó el debate en todo el continente, la franja progresista y liberal sintió la terrible manipulación que afectó proyectos políticos. Ahora bien, el líder cubano tenía el atractivo, seducción, inteligencia, talento y vuelo que, constituye un insulto, compararlo con los mandatarios de Venezuela y Nicaragua. De paso, ese excepcional ciudadano que cambió el curso de la historia a su llegada a La Habana en enero de 1959, no se le conocía vocación por el dinero ni deseos de dejarle grandes capitales a sus familiares.

Ya se siente, pero a largo plazo y básicamente cuando salgan del poder, el mundo sabrá de las locuras ocultas de Maduro y Ortega. En el interregno, afectan terriblemente a los partidos progresistas en toda América Latina. ¡Penoso!

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