Daniel Ortega Un largo camino de regreso al poder

<p>Daniel Ortega Un largo camino de regreso al poder</p>

Por Adam Thomson
En 1990, poco después de perder las elecciones presidenciales, Daniel Ortega apareció en una de las plazas principales de Managua, aceptó públicamente la derrota y declaró que él y su Partido Sandinista empezarían a gobernar “desde abajo”.

Hoy miércoles, cuatro elecciones y casi 17 años después, el ex líder guerrillero nicaragüense de 61 años, dejará de gobernar “desde abajo” y retorna al poder en uno de los regresos políticos más asombrosos que haya presenciado América Latina.

Ahora, visiblemente más viejo, y después de haber cambiado sus espejuelos de marcos anchos y traje militar de campaña por camisas blancas sin cuello y “chinos”, uno de los tradicionales enemigos de Washington debe su victoria a varias cosas -y no menos a la división en la derecha de Nicaragua, y a la miseria en que continúan viviendo muchos de sus 5,2 millones de habitantes.

Sin embargo, también puede atribuirlo a dos rasgos personales: su determinación y su capacidad para hacer acuerdos prácticamente con cualquiera que sea necesario para alcanzar su objetivos.

La determinación no es ninguna sorpresa. Nacido en La Libertad, al Este de Managua, Ortega creció con sus dos hermanos en un hogar inmerso en conversaciones revolucionarias y planes para derrocar el régimen del general Anastasio Somoza.

Después de mudarse a Managua, Ortega rápidamente se involucró en círculos revolucionarios, pero fue llevado a prisión durante siete años, a la edad de 23, después de su primera operación de recaudación de fondos para el movimiento Sandinista, al asaltar una sucursal del Bank of América.

La cárcel, buena parte del tiempo en confinamiento solitario, fue un periodo de formación en la vida de Ortega. Fue allí, por ejemplo, cuando escribió poesía y recibió visitas de Rosario Murillo, una colega poeta que es ahora su esposa y madre de sus ocho hijos.

Casi todo el que lo conoce  concuerda con que Ortega es introvertido y serio, y hasta sus propios amigos admiten que nunca se ríe. Como dice Aldo Díaz Lacayo, un ex embajador en México y Venezuela durante el gobierno sandinista de 1979-90: “Él no es el político típico. Refleja mucho sobre todo y sabe cómo escuchar”. 

Sin embargo, esas características parecieron más que apropiadas para un hombre que encabezaría el movimiento Sandinista hasta Managua, para derrocar la dictadura de Somoza en un torbellino de fuego, y que libraría una guerra contra las fuerzas opositoras de los “contras, financiadas ilegalmente por la administración Reagan durante los años 80.

El respaldo de EEUU al conflicto, sobre el cual algunos estimados dicen costó la vida a 38,000 personas y daños económicos por US$17 millardos, resultó al final demasiado para el Consejo Sandinista gobernante.

Sin embargo, esa misma determinación que lo hizo entrar en Managua en 1979, ha estado actuando desde entonces. Comentaristas políticos dicen, por ejemplo, que eso es lo que lo ha mantenido a la cabeza del Partido Sandinista, aún después de tres derrotas electorales consecutivas, hasta la victoria del pasado noviembre.

Dicen también que tiene mucho que ver con la forma en que superó un escándalo en 1998, en el cual Zoilamérica, su hijastra, lo acusó de haberla abusado sexualmente cuando ella tenía 11 años.

Los críticos, no obstante, alegan que en su persecución del poder, Ortega ha dejado atrás casi toda la ideología que lo acompañó en los primeros tiempos. “Después de 1990, todo cambió”, dijo Víctor Hugo Tinoco, un sandinista que abandonó el partido. “Dejó de ser un liderazgo colectivo y se convirtió en un liderazgo personal de Daniel”.

Ciertamente, muchos viejos amigos y aliados lo acusan de no detenerse ante nada con tal de alcanzar el poder. La lista es larga, pero los acuerdos recientes que Ortega cerró incluyen uno con Arnoldo Alemán, el ex presidente, ahora en prisión por corrupción.

También logró una alianza con Jaime Morales, un ex negociador “contra” y hombre de negocios, el actual vicepresidente de Ortega. El más reciente, y ante la irritación internacional, Ortega respaldó una ley promovida por la Iglesia Católica, su enemigo tradicional, que hace ilegal el aborto para las mujeres embarazadas que tengan complicaciones que amenacen su vida.

En la campaña presidencial del año pasado, Ortega evitó hacer propuestas específicas. Habló más sobre su amor a Dios, predicó la reconciliación y la paz y defendió a los pobres. También criticó a EEUU, pero defendió el derecho a la propiedad privada.

¿Qué  puede reservar esta mezcla ecléctica para el futuro de Nicaragua? “Eso es algo que nadie puede adivinar”, dice Carlos Fernando Chamorro, un analista político. “Ortega es como el péndulo de un reloj: está oscilando constantemente”.

VERSION IVAN PEREZ CARRION

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