Si un turista llega de Noruega a República Dominicana quedará sorprendido al saber que el presidente Danilo Medina registra una altísima aprobación en las encuestas. Tanto apoyo a un presidente es inusual en cualquier país del mundo, y más aún en uno plagado de problemas como República Dominicana.
Al entablar conversación con los primeros dominicanos, el turista escuchará que debe cuidarse de los delincuentes, que la luz se va y el agua también, que las escuelas son de mala calidad y los servicios de salud por igual.
Si lee la prensa el segundo día, el turista encontrará los nombres de corruptos y asaltantes, feminicidas y violadores, narcotraficantes y chapeadores (no sólo chapeadoras). Si camina por las calles encontrará hoyos, basura amontonada, y un mal olor en algunos lugares que espanta. Si se sienta en un parque encontrará vendedores ambulantes, vagos, tigueres al asecho, limosneros y pordioseros. Con estas vivencias su confusión aumentará, ¿por qué es tan popular el Presidente?
Si visita el polígono central de Santo Domingo, quedará impresionado con los edificios, centros comerciales, tiendas caras, restaurantes y bares, túneles y elevados. Pero cada vez que salga del polígono encontrará la dura realidad de la mayoría de los dominicanos.
Para el tercer día sabrá que en el país la oposición política es raquítica, que gobernó malísimo, que el caudillismo abunda y las instituciones son instrumentos para beneficio de algunos.
De repente su raciocinio se iluminará al detectar que dos ex presidentes con altas tasas de rechazo aspiran a competir por cuarta vez. ¡Ah! ¿Será que la gente se aferra al Presidente para mantener esperanzas porque los ex no dan aliento, se preguntará?
Al cuarto día, el turista habrá descubierto la fórmula del éxito. El presidente Medina se desdobla en buen samaritano, el pueblo lo ve misericordioso y auténtico, a diferencia de los soberbios. Ese ha sido combustible de largo metraje.
Cierto, Medina ha tomado medidas públicas de impacto, como el 4% del PIB para la educación y enfrentar el analfabetismo, la renegociación del contrato con la Barrick Gold y el cese al fraude millonario con Bahía de las Águilas, el reparto de créditos agrícolas y el sistema 9-1-1, pero su altísimo nivel de aprobación no es simplemente producto de esos logros.
Danilo Medina tiene el país a sus pies porque en los contrastes políticos, él aparece desinteresado, preocupado, comedido, genuino, modesto y sencillo. Cuando actúa positivamente es el buen presidente, cuando llegan las adversidades lo disculpan. La alta popularidad de Medina genera un serio problema en el PLD. Ha descarrilado la noción de quién es el líder, aunque Medina proclame que no le interesa el cargo ni el título; y ha descarrilado las aspiraciones presidenciales de sus compañeros, porque hasta que no decida si habrá o no reelección, todos quedan en la gatera.
La popularidad de Danilo Medina debería enseñar dos lecciones a la clase política dominicana, tan adicta al caudillismo. Primero, un beneficio de la democracia es la posibilidad de cambiar; Medina llegó sin brillo y ahora alumbra. Segundo, nadie tiene el monopolio de la magia de gobernar.
Es lamentable que Leonel Fernández para candidatearse por cuarta vez, cambiara el sistema de reelección presidencial en la Constitución de 2010. Dos postulaciones consecutivas y nunca jamás era mejor sistema que el actual de repostulaciones indefinidas no consecutiva. Y si el caudillismo dominicano es tan visceral, hubiese sido preferible establecer una repostulación inmediata y la siguiente después de dos períodos de espera.
Es también lamentable que el caudillismo dificulte, y quizás impida, que en el PLD se abran unas primarias competitivas sin Leonel ni Danilo.