Danilo Medina provoca la beatitud al mismo tiempo que el espanto, y no es la “tentación totalitaria”, pero se ha entregado a las cosas: ama el poder más que a todo, y es el cínico (en el estricto sentido de su etimología) que prometiendo la felicidad conduce a la desventura. Su ideal es un país despojado de cualquier subjetividad, e instalar en cada cabeza el ojo del Estado. No hace nada, no aspira a cambiar nada; ha sido de tal modo desfigurado, sacralizado, que un fuerte aparato propagandístico ha hecho de él un tótem con menos manteca que un ladrillo. Casi ni ríe, porque se le cuartea el yeso de la cara. Si Leonel Fernández triunfaba porque construyó el inmovilismo social a través del clientelismo y la corrupción, Danilo Medina, usando los mismos recursos, paradójicamente acaba en el falseamiento de sí mismo. Se desdice respecto de la reelección, juega a ser Dios, se empina sobre el paternalismo y la miseria ancestral, sin enfrentar a fondo ninguno de los problemas estructurales del país.
Su éxito reside en hacernos creer que él es un Leonel Fernández invertido. Pero ni su práctica, ni el estilo de sus ejecutorias se alejan del leonelismo. Lo que está en crisis en nuestro país es el modelo.
Doce años del modelo leonelista ha engendrado monstruos en su propio vientre, y sin dejar de ser lo que es, el danilismo aspira a sustituirlo. Es ese modelo lo que está en crisis, un modelo que ha enriquecido a toda la cúpula partidaria, y que ha legitimado la corrupción como forma de acumulación originaria. Un modelo que se erigió sobre una Constitución, la del 2010, cuidadosamente zurcida para mantener la “retícula de poder” construida (Michel Foucault); un modelo que tiene sus “Altas cortes” de partidarios del PLD con togas y birretes para garantizar la impunidad, un modelo de financiación del partido a través del presupuesto, un modelo que gobierna a su antojo el Tribunal Electoral , la Junta Central Electoral y la Cámara de Cuentas; un modelo cuyo esquema de dominación ha domesticado a la clase media, y la ha condenado a la incertidumbre, y la ha frisado en la angustia de verse caer todos los días en la fosa sin fin de la proletarización; un modelo que emplea el asistencialismo como forma de control de las masas, un modelo pervertido por la inequidad, un modelo que incentiva la violencia y la delincuencia, un modelo cuyos paradigmas sociales exitosos son políticos ladrones, farfulleros, cínicos y mentirosos.
Por ello los panegiristas de la reelección han convertido a Danilo en una efigie sublimada, y magnifican el real deterioro de Leonel, y lo crucifican y estigmatizan como “el problema”; hundiéndolo en sus contradicciones, sus mezquindades y angustias, sus prejuicios, sus afectos y sus odios. Como si Danilo fuera otra cosa. Como si la reelección no constituyera la continuidad del modelo. Leonel Fernández no es “el problema”, el “problema” es el modelo de dominación social con el cual el PLD ha gobernado el país durante quince años. Oponerse a la reelección no es ser leonelista, es rechazar ese modelo.
Cuando Leonel Fernández descubrió el poder del dinero en la práctica política dominicana, ya estaba tomado por la concepción patrimonial del Estado, y su hermana gemela: la corrupción. Entonces erigió el modelo, y lo impuso con su práctica. Danilo Medina no encarna la negación de ese modelo, a lo sumo, lo readecúa. No ha tocado ni con el pétalo de una rosa ese modelo. Y la reelección es tan solo la forma de consolidar la hegemonía del grupo económico que lo acompaña. Leonel Fernández engordó a sus rentistas con el poder del presupuesto público directamente. Los rentistas de Danilo Medina venían de afuera del PLD. Son inversionistas que ahora pretenden hacer pasar el proyecto de la reelección como si fuera una cruzada patriótica.
Lo que se está tambaleando es el modelo. Lo que hay que cambiar en este país es el modelo. Es el modelo de dominación social, que Leonel Fernández concibió en su obsesiva vocación de eternidad, al que hay que darle la vuelta de tuerca. Y Danilo Medina y su reelección es el gatopardismo: “cambiar” para que todo siga igual.