Daños a las playas

Daños a las playas

Por una falta de infraestructuras para tratar aguas residuales de industrias y hogares, y de aplicación de regulaciones estrictas sobre quienes se han asentado en riberas y litorales, una importante zona de playas de la región del Este provechosas para el turismo muestra preocupantes niveles de contaminación.

También ha ocurrido –como bien acaba de exponer una serie de reportajes de este diario a cargo de la periodista Odalís Mejía- que los bordes costeros han sufrido, con el paso de los años y por la mala forma de aprovecharlos, alteraciones que aceleran los efectos de la erosión.

Impactadas por basuras y líquidos de cloacas, erosionadas y deformadas por corrientes marinas, algunas playas que sustentan importantes inversiones generadoras de divisas se encuentran hoy en un proceso acelerado de deterioro que arroja sombras sobre el futuro de tales recursos.

Un sector de los empresarios que sacan provecho de la naturaleza en la franja que se extiende de San Pedro de Macorís a Boca Cica, admite, poco más o menos, que sus establecimientos operan cerca de focos de contaminación.

Algunos de esos empresarios han tratado de ajustarse a las normas que prohíben arrojar al subsuelo y a aguas costeras los fluidos dañinos que desechan. De hecho, lo poco que existe en Boca Chica, Juan Dolio y Guayacanes para filtrar aguas y desechos es obra de hoteleros.

Sin embargo, las plantas de tratamiento en servicio no son ni remotamente suficientes. Sucede que la presencia de inmuebles para uso colectivo o privado de vacacionistas resulta densa y hasta caótica. Se trata de edificaciones levantadas con notables transgresiones.

De viejo se ha violado el límite en que debe construirse, siempre más allá de los sesenta metros de la pleamar.

A lo largo de decenios, muchas personas se lanzaron a usufructuar terrenos para esparcimiento propio o para vender el uso de sus facilidades; pero no crearon medios para que los severos efectos de una fuerte presencia humana, generadora de detritus y desperdicios, no se revirtiera contra todos.

Ante el grado extremo que han alcanzado los daños la Secretaría de Medio Ambiente tiene que establecer un plan de emergencia que fije plazos para sanear las playas, y encabezar un amplio esfuerzo público y privado para lograrlo.

El factor Higuamo

Convertido en una de las más perniciosas cloacas del país por el desagüe de industrias vinculadas a procesos químicos de alta toxicidad, el río de San Pedro de Macorís ha quedado nueva vez delatado como uno de los orígenes mayores de la degradación de las aguas que bañan todo el polo turístico que se extiende desde su desembocadura hasta Santo Domingo.

Todo lo vertido en las riberas petromacorisanas, tanto en el Higuamo como en el Soco, situado más al este, es movido densamente por las corriente marinas hacia lugares donde la gente se sitúa para bañarse y divertirse.

A la práctica sin control de lanzar residuos industriales al Higuamo –que es de larga data- se ha agregado la arrabalización y el hacinamiento causados por miles de familias pobres que se han asentado últimamente en sus orillas.

Ninguna autoridad local mostró preocupación ni movió un dedo para evitarlo. Tampoco para rescatar un ámbito fluvial tan significativo en el discurrir e historia de una ciudad considerada de poetas y de bellos atardeceres (?).

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