Daños colaterales

Daños colaterales

Claudio Acosta.

El lenguaje de la guerra, cínico por definición, mete en el paquete de los “daños colaterales”  a las víctimas inocentes del conflicto, en su mayoría  civiles, y así habrá que definir también la muerte de un menor de doce años en un barrio de la ciudad de Santiago, donde sus autoridades libran una guerra a muerte –literalmente– contra la delincuencia que les ha robado el sueño y la tranquilidad. Pero las calles y callejones del barrio Cerro de Papatín, de Bella Vista, son también utilizadas como campos de batalla de la feroz guerra que libran pandillas que se disputan el control del microtráfico, los famosos “puntos” de drogas; el pasado martes en la noche, desconocidos dispararon desde un vehículo en marcha contra un grupo de personas que se encontraban  en un carrito de comida rápida, matando a dos jóvenes  a los que la Policía identifica como  reconocidos distribuidores de drogas y un menor de doce años, de origen haitiano, llamado John Dexit. Tan atemorizados  están los vecinos por el clima de violencia que ha desencadenado esa guerra que nadie vio nada ni quiere hablar de lo sucedido, pues temen las represalias del tigueraje con el que tienen, desgraciadamente, que convivir. El drama de los residentes  del Cerro de Papatín, convertidos en rehenes de su propio miedo, se repite en otros barrios de Santiago donde esos enfrentamientos son el pan  de todos sus días, pero la realidad es que no hay un rincón de la geografía nacional donde el narcotráfico  no haya plantado su maligna  semilla con su secuela de violencia y muerte. Por eso no  extraña leer en los periódicos que alguien murió por estar  en el lugar equivocado en el momento equivocado,  como el  niño haitiano John Dexit, lo que tal vez explique que la opinión pública reaccione con tanta indiferencia ante los frecuentes reportes sobre los “daños colaterales”  producto de  una guerra que, según todas las evidencias, estamos perdiendo batalla tras batalla.

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