Danza de estrellas en gala inolvidable para el deleite

Danza de estrellas en gala inolvidable para el deleite

POR CARMEN HEREDIA DE GUERRERO
El arte de la danza fluye incontenible de una fuente interior que transforma las vivencias en formas que se externan, en movimientos que emocionan,  en una íntima relación de cuerpo y espíritu. Ese cosmos de la danza exquisitamente rítmico, fue   proyectado  por las estrellas de la danza clásica mundial que se dieron cita en una gala inolvidable.

El Teatro Nacional acogió a estas grandes figuras internacionales y nacionales, convocadas por Mónika Despradel, con el noble fin ulterior de ayudar al Proyecto Nido de Angeles de la Fundación elbien.com.

 Un verdadero deleite para los amantes de la danza clásica significó el programa escogido, en el que se incluían los grandes “Pas de deux” clásicos, que  convirtió  la noche en una verdadera contienda de virtuosismo. Sin embargo, más allá de lo espectacular que deslumbra y enciende pasiones, está la emoción, el sentimiento profundo que nos enternece y hace vibrar hasta lo más profundo de nuestros corazones,  y en esa dicotomía reside la grandeza de la danza clásica: su esencia lírica  y la técnica, como medio, nunca como fin.  Dos momentos verdaderamente exquisitos son dignos de resaltar en esta gala, el “Pas de deux” de Giselle, interpretado por Grace-Ann Powers y Carlos Guerra, pertenecientes al Miami City Ballet, y el  del segundo acto de “El lago de los cisnes” a cargo de Daria Klementova y Dimitri Gruzdyev, del English Nacional Ballet.

 La Giselle de la juvenil Grace Ann Powers está embuida de una gran delicadeza y pureza de estilo,  sus perfectas posiciones  recuerdan los grabados de las grandes bailarinas del ballet romántico. Son además notables sus “entrechats” y balances, que hablan de una gran habilidad. Carlos Guerra, excelente “partenaire”, muestra sus dotes en la variación. Daria Klementova, es una Odette sublime, con un sentido de la lógica del movimiento y del sentimiento que expresa, la  limpieza en la ejecución se decanta en los “développés” y las extensiones. Dimitri Gruzdyev es un excelente bailarín de factura rusa, es un  Siegfried  intenso y pasional, es la perfecta imagen del bailarín noble.

 El virtuosismo de los “Pas de deux” se pone de manifiesto y arrebata a un público que si bien no colmó la platea, era ardiente y conocedor. En Diana y Acteón diseñado para el lucimiento de los bailarines, fue incluido por Petipá en el ballet “Esmeralda” de Jules Perrot y Pugni, basado en la obra de Víctor Hugo, Nuestra Señora de París. Con la inclusión de este “Pas de deux” Petipá rompe la línea argumental, pero  por su atractivo ha permanecido independiente, más allá del propio ballet, a partir de la versión de la Vaganova. Los intérpretes Flavia García y Joseph Phillips del Dance Theatre of Harlem y San Francisco Ballet, muestras sus excelentes dotes, brillantes en sus solos.

 Una de las grandes sorpresas de la noche lo fue el joven bailarín mexicano Isaac Hernández,  gran promesa de la danza mundial. Su actuación en el paso a dos del ballet, La llama de París, fue colosal, inmenso en sus giros y cabriolas, excelente partenaire, igual calificación para  la “petite ballerina” Hitomi Takeda, del Boston Ballet & Rock School.   Adiarys Almeida y Joseph Gatti, del Cincinnati Ballet, intérpretes de “El Corsario”, elevaron el entusiasmo del público que retribuía con aplausos y bravos el virtuosismo de estos  artistas. Impresionante el despliegue de la Almeida en sus múltiples giros intercalados con los “fuettes”, y la  belleza y elevación de los saltos y la perfección en los giros de Joseph Gatti.  La música porteña, el tango, dejó sentir sus melodiosos lamentos y la seducción que envuelve este baile, se puso de manifiesto en la pieza “Buenos Aires”, de Gustavo Mollajoli. Excelentes exponentes lo fueron Silvina Perillo y Juan Pablo Ledo, del Ballet Estable del Teatro Colón. Cambiando de género la pareja interpreta el “Pas de deux” de Don Quijote, con mediano desempeño.  Estados Unidos y República Dominicana, representados por dos bailarines cubanos, Alihaydee Carreño y José Manuel Carreño, apellidos emblemáticos de la danza en Cuba, interpretaron el Cisne Negro. La actuación de José Manuel  era esperada por el público dominicano, llenando su actuación  las expectativas creadas. Su presencia escénica, los desplazamientos y la excelente técnica mostrada avalan su calificativo de primer bailarín. Por su parte Alihaydee, no logra el nivel de su compañero, su interpretación de Odile es discreta, carente de brillantez y belleza en los pasos, lo que contrasta  con la dosis excesiva de pantomima. Mejora en su variación y en la coda en la que muestra dominio de los giros, que le permite la realización de los múltiples “fuettes”.   

De Estados Unidos el Cuban Classical Ballet, presenta el paso a dos de “Agon” ballet de George Balanchine y música de Stravinsky. En este hermoso dueto se pone de manifiesto la abstracción expresiva de la estética de este coreógrafo. Carlos Guerra y Jennifer Carlynn Kronenberg proyectaron con la poética de su danza, las asimetrías de los movimientos en  consonancia perfecta con  música de Stravinsky.

 El solo “Adagietto”, de Walter Mastteini con música de Mahler, interpretado por el   bailarín italiano Giuseppe Picone, produce un rompimiento.  La propuesta coreográfica en su abstracción simbólica es interpretada por el espectador desde su propio marco referencial. Picone exhibe una hermosa presencia y su danza mesurada está ejecutada con pasión y  ternura.

 La participación del Ballet Clásico Nacional y Ballet Roto en la pieza de Víctor Ramírez “Imagen de un sueño”, es muy buena, el grupo destaca los hermosos movimientos y ensambles de gran lirismo creados por el coreógrafo.  En el ballet de Thaddeus Davis, el Ballet Nacional logra transmitir en un lenguaje moderno la idea del autor.

 Felicitaciones a Mónika Despradel por su empeño en presentar a nuestro público espectáculos de gran calidad.

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