Dar al César lo que es del César,
a Dios lo que es de Dios

Dar al César lo que es del César,<BR>a Dios lo que es de Dios

El distinguir César-Dios no era sólo una negación de las pretensiones divinas del Emperador sino la aceptación de que hay dos grandes esferas sociales, el stado con  su poder coactivo y el Sacerdocio de quienes fungían como intermediarios oficiales entre Dios y el pueblo.

JOSÉ LUIS ALEMÁN S.J.
Han pasado varias semanas desde que un grupo de sacerdotes dominicanos criticaron en el clásico Sermón de las Siete Palabras del Viernes Santoprácticas sociales y gubernamentales. Algunos, buscando sentido a esas denuncias, bien públicas y conocidas, las atribuyerona preferencias partidistas. Puede que sí pero más bien no o no solamente sí.

Ciertamente los predicadores centraron su condena en temas de política económico-social del Gobierno: escaso gasto público en educación y salud, inversiones costosísimas que impiden un uso más oportuno en otras áreas, inseguridad pública, hambre fiscalista unida a exhibicionismo de altos funcionarios, pobreza…

¿Estarán los nuevos Montesinos dando a Dios lo que es del César? ¿Qué basereligiosa tienen esas condenas cuando la religiosidad disminuye en muchos sectores sociales?¿No estarán confundiendo activismo social populista con profetismo religioso? ¿No sabrán las horrendas consecuencias económicas de la puesta en práctica de una letanía de condenas de fenómenos sin profundizar en estructuras de poder que son condiciones indispensables de perdurabilidad de sociedades que ya no cultivan el ideal político del bien común sencillamente porque ya todos quieren su bien personal o grupal?

Estas preguntas, tal vez no muy profundas pero tampoco triviales, merecen reflexión. Comencemos diciendo que aun en una sociedad tan profundamente teocrática como la judía de aquellos tiempos la frase evangélica de dar al César lo que es del Cesar y a Dios lo que a El pertenece resulta sorprendente. ¿ Pertenecíaa Dios en aquella sociedad todo o solamente parte?

 El distinguir César-Dios no era sólo una negación de las pretensiones divinas del Emperador sino la aceptación de que hay dos grandes esferas sociales, el Estado con su poder coactivo y el Sacerdocio de quienes fungían como intermediarios oficiales entre Dios y el pueblo. Tal vez la formulación significaba embrionariamente lo que hoy llamamos relaciónEstado-Iglesia.

De hecho la comunidad religiosa de los primeros tiempos del cristianismo, tal como se aprecia en la Carta a los Romanos (capítulo 13) y en la primera carta de Pedro (capítulo 2), aceptaba la legítima autoridad procedente de Dios de un Estado distinto de ella.

Digamos que para nuestra mentalidad se trata de dar al Estado y a la Iglesia lo que a cada unotoca sabiendo que esa pertenencia relativa cambia con el desarrollo global de la sociedad entendida ésta como un todo.

 

1 Distintos enfoques tradicionales Iglesia-Estado Quien quiera analizar estas relaciones en el mundo real tendrá que confesar con Pablo VI (Ecclesiam suam, nn. 72-76) que en su bimilenaria historia la Iglesia Católicaha enfocado sus relaciones con el Estado deformas muy distintas.

La Iglesia ha tomado en tiempos distintos tres actitudes: distanciarse del «mundo»,derecho de imponer estatalmente un modo cristiano de organizar la vida socialy hasta de promover cruzadas contra quienes la amenazan,buscar cierto influjo preponderante sobre el Estado.

a) La fuga del mundo. Este distanciamiento de cuanto se tiene como mundano puede ocurrir voluntariamente o por la presión de una sociedad abiertamente antieclesiástica.

 La tendencia»mística» en un vocabulario sociológico, justificado en el famoso «nada, y más allá nada, y después nada de nada» de San Juan de la Cruz al describir el camino a seguir para que Dios nos una a El sin dejar pesar ninguna otra cosa, es común en toda espiritualidad que evite potenciales conflictos económicos o sociales con círculos de podereconómicos, religiosos o estamentales.

Abunda, por lo tanto, entre quienes sufren una relación de dependencia y entre quienes evalúan mucho el riesgo y buscan disminuirlo. La fuga, evasión, del mundo especialmente en las personas que conocen los riesgos de enfrentarlo es en estos casossemivoluntaria,más propia de derechassubconscientemente amantes del status quo y propensas a legitimaciones no del todo sinceras. Obviamente la actitud mística presenta diversos grados que no excluyen una buena conciencia pero en general todos sus cultores coinciden en segregar «lo religioso» de «lo profano» y consiguientemente no simpatizan con críticas de religiosos a la sociedad. Todo esto a pesar de la evidencia aplastante de críticas sociales en el Antiguo Testamento y de la herejía de suponer un Dios espiritual y un demiurgo material. Lo religioso seríasolamente orar, participar en ritos litúrgicos y respetar a la mujer (al hombre) de tu prójimo(a).

La misma tendencia se da paradójicamente en sociedades abiertamente hostiles al ejercicio público de prácticas religiosas. Se comprende, por ejemplo que en tiempos de persecución imperial de Roma los cristianos renunciasen a esfuerzos directamente encaminados a «regular» la vida «profana». En estos casos, por imposibilidad de actuar de otro modo,cultivado, lo religioso tiene que renunciar a lo público.

Como en la fuga semivoluntaria del mundohay en esta fuga impuesta por los poderes sociales grados diversos de tolerancia y de renuncia. El socialismo marxista histórico fue muy opresivo de lo religioso en Europa y menos en Cuba aunque aun aquíno deja de apreciarse en la exclusión católicos practicantesde ciertas carreras universitarias o determinadas posiciones en el tren burocrático.

La eterna legitimación, no cien porciento falsa, es el potencial antirrevolucionario de actitudes religiosas que insisten en garantizar la aplicación amplia del terreno de Dios.A Dios, a la Iglesia, pertenece en principio sólo la conciencia muda. Ni siquiera el ejercicio público simbólico del rito entra en el espacio tolerado por el César aunque por razones tácticas convenga a veces no combatirlo.

Lógicamente la crítica social religiosa tiene que ser combatida activamente. No hay allí tolerancia a Montesinos.

b) La misma actitud minimizante del campo perteneciente a la Iglesia cuando ésta practica la fuga del mundo, pero en sentido inverso, ha sido propia de la Iglesia en los mil años de «cristiandad» o sea de persecución implacable a heterodoxias o heteropraxis. En la Cristiandad la Iglesia maximizaba su espacio social y minimizaba el del César.

Por el poder «directo» o «indirecto»sobre los Gobernantes la Iglesia controlaba el dominio propio del Estado y de ella misma. El poder de la Iglesia era «directo» si ella disfrutaba, sin mediación estatal o meramente con información al Estado,del ejercicio legal del poder coactivo en un muy ampliado campo religioso.

En la versión del «poder indirecto» la Iglesia disfrutaba de poder moral sobre la conciencia de los Gobernantes para inducir a estos a prácticas favorables ala Iglesia.

En una cultura en la cual la Iglesia disfrutaba de poder religioso y educativo monopólico, del prestigio moral que daba la conducta verdaderamente cristiana de muchos fieles -ciertamente más que de muchos dignatarios eclesiásticos-y de bastante autonomía económica, el poder de la Iglesia sobrepasaba con frecuencia el de un Estado cuyos gobernantes se suponían religiosos.

Esta era aproximadamente la situación imperante en los inicios de La Española conquistada cuando habló Montesinos en nombre de los PP. Dominicos. Su crítica era «interna» al sistema de poder: no se trataba sólo de condenas sociales sino de ofensas a Dios por abuso de sus hijos indios por partede Gobernantes y de conquistadores-colonizadores españoles.

c) Una tercera actitud de la Iglesia frente al mundo menos distante de nosotros es caracterizadapor Pablo VI como acercamiento «a la sociedad profana para intentar obtener influjo preponderante o incluso ejercitar en ella un dominio teocrático».

 En esta nueva concepción la Iglesia no puede invocar ningún poder de origen divino sobre los Gobernantes. Hasta de acuerdo al derecho canónico hay separación de Iglesia y Estado. Sí es posible políticamente que la Iglesia logre privilegios para ella y concesiones administrativas que de hecho impongan a la sociedad políticas que la Iglesia considera obligatorias por derecho natural como la libertad de educación religiosa, defensa de la familia y de la vida, derecho de existencia de instituciones intermedias entre individuos y Estado, etc.

Existen diversas formas de alcanzar este influjo factual de la Iglesia sobre el Estado: personalidad y prestigio de dignatarios eclesiásticos, importancia electoral de los cristianos, presión de notables..

Curiosamente Pablo VI no cree que esta forma de enfocar las relaciones Iglesia-Estado sea ideal, por lo menos en la Cultura moderna occidental. El prefiere un enfoque dialogal.

 

2 El enfoque del diálogo a) En una sociedad tan plural como la moderna, tan capacitada para pensar, hablar y discutir y tan dispuesta, en teoría a tratar con dignidad a cuantos difieren de sus opiniones,la Iglesia no tiene la posibilidad deimponer a la sociedadsus creencias y sus normas de conducta. Por razones pragmáticas no bastan a la Iglesia la exposición y la sola predicación de sus modos de concebir la relación con Dios yla ordenación de la sociedad. Tiene que convencer y comprender la lógica «mundana».

b)Pero, además, y principalmente, el diálogo con los no-creyentes, los creyentes, los cristianos separados y con quienes están en «el interior de la misma Iglesia Católica» ayuda a la Iglesia a comprender mejor su misión: «nos hará (el diálogo) descubrir elementos de verdad también en las opiniones ajenas, nos obligará a expresar con gran lealtad nuestra enseñanza… nos hará maestros» (n. 77).

 Más todavía: «el diálogo de la salvación obedece a exigencias experimentales…, no se vincula a vanos apriorismos, no se aferra a expresiones inmóviles cuando estas han perdido la virtud de hablar y de mover a los hombres» (n. 79).

c) Las condiciones del verdadero diálogo son negativas unas y positivas otras.

En las negativas, las que deben evitarse para que se de un diálogo humano,

 hay que incluir la condenación apriorística de la contraparte, la polémicaofensiva y habitual, la futilidad de la conversación inútil, el orgullo.

Las condiciones positivas de diálogo son la capacidad de comprensión y la confianza en el valor de la palabra propia sinceramenteexpuesta y en la actitud de nuestra contraparte para aceptarla. La Iglesia no ignora los límites de sus fuerzas, sus propios fallos y debilidades humanas, y sabe «que la aceptación del Evangelio no depende en última instancia deninguno de sus esfuerzos apostólicos, de ninguna favorable circunstancia de orden temporal. La Fe es don de Dios…Pero la Iglesia que debe ser semilla, ser fermento, ser sal y luz del mundo…advierte la asombrosa novedad del tiempo moderno pero con ingenua confianza habla a los hombres de su destino trascendente, les habla de verdad, de justicia, de liberación, de progreso, de concordia, de paz, de civilización» (n. 89).

Finalmente la persona con quien se dialoga tiene derecho a recibir de nosotros cuanto realmente creemos. Ocultar, modificar nuestras convicciones significa engañar al otro.

 Las fuentes de las convicciones de la Iglesia son cuatro:Las palabras de los Evangelios,la reflexión de la razón,la atención a los más pobres yuna experiencia multisecular que le facilita juzgar el potencial favorable o destructivo para la convivencia social de nuevas propuestas sociales.

3 ¿Qué decir de los predicadores de la Semana Santa?

 Tal vez lo expuesto ayude a evaluar la crítica sociala la que nos referíamos al principio de este artículo. Por supuesto la falta de transparencia, la opacidad» de nuestras motivaciones y su inevitable ambigüedad, matiza todo juicio «definitivo». Sabemos también por Max Weber que entre los hechos y los sentidos atribuidos a los mismos no hay univocidad

 Existen sin embargo muchos elementos que permiten una evaluación confiable. Entre ellos descuellan:

a) la no cuestionada realidad de los hechos criticados;

b) la criticabilidad de los mismos;

c) la ópticaeclesial de la preferencia por los pobres herencia de Cristo que, aunque puede inducir a visiones un tanto unilaterales de la totalidad social, permite apreciar una realidad que afecta dolorosamente a muchos dominicanos;

d) la cuestionable prioridad de las políticas públicas para superar – nopara aliviar asistencialmente- la pobreza, comparada con la retórica y la disponibilidad de fondos para la modernización del país, facilita una interpetración antigubernamental;

e) la costumbre, usada por nuestros gobiernos y por la misma sociedad, de atribuir la responsabilidad fundamental de nuestros males a pasados Gobiernos y de nuestras fortunas al actual Gobierno, robustece la tendencia a una comprensión partidista;

f) el probable peso de un enfoque de «cristiandad» a lo Montesinos que juzga ofensa de Dios, pecado,el descuido del pobre atribuible a los gobernantes y espera que su condena desde el púlpito estimule la conversión de los responsables sin cuestionar su legitimidad, sienta el supuesto de una interpretación religiosa más que partidista de la predicación;

g) Respuestas de funcionarios de tipo despectivo y acusativo a señalamientos derealidades reconocidas provocan un incremento de denuncias e indican poca voluntad de diálogo. Más inteligentes pero igualmente antidialogales son las meras aceptaciones del derecho de opinión y las solicitudes de más tiempo para remediar tan patentes realidades;

h) La única respuesta válida del diálogo consistiría en una sustancial reordenación del gasto público a favor de los barrios pobres: medicinas y análisis, agua y energía, limpieza de calles, préstamos a mininegocios…

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