Darío Meléndez – Los hijos de la era

Darío Meléndez – Los hijos de la era

Hay herencia dañinas y herencias muy dañinas, la única solución posible es rechazarlas, mientras se conservan dañan. La herencia del estatismo que nos legaran las dictaduras y nos impone el «Hermano Mayor», constituye un capital funesto, una heredad embrujada. Las famosas tres «C» han resultado tan funesta, que su nefasta existencia no deja de causar daños y más daños, sin que se vislumbre un término.

Lo peor de todo es que las «generaciones de la era» aún nos mantenemos aferradas al ideario de los inolvidables «jefes», el caudillaje se ha gravado en nuestra formación con caracteres indelebles, sólo la muerte podrá borrar esa convicción. A nadie se le ocurre que el Estado se despoje de bienes, por el contrario, todo lo que hay en la Nación debe estar en manos del gobierno para que los administre -nos administre- maneje nuestros bienes y nos libere de los poderes, nos asigne en cuerpo y alma al poder del «jefe», como en Cuba. Es la consigna, nadie nos quita la mente esa obsesión, hemos sido formados así y nada ni nadie nos hará cambiar. La formación que recibimos al nacer, nos acompaña a la tumba.

El régimen se endeuda y la Nación se endeuda, el gobierno cae en crisis financiera y todos los dominicanos caemos en crisis financiera, el gobierno no puede pagar y todo el comercio se hunde en bancarrota, nuestro mundo gira alrededor del régimen, es la esclavitud revivida en la subconsciente colectivo; sin darnos cuenta, somos esclavos de un Estado y nuestra voluntad la entregamos al cesar de turno que resulta agraciado con el poder gubernamental, endilgándole todos los resultados buenos o malos que la vida nos depara. Así vivían los esclavos y sus familias, sujetos en cuerpo y alma al amo, así pretendemos vivir, esclavos del oficialismo.

Están en la picota dos deficiencias gubernamentales; la corrupción y la energía eléctrica. Dos tareas que se entiende corresponde al gobierno enfrentar con decisión y no a la población laborista dedicarse a perseguir y resolver, exigiendo respeto a su dignidad y enfrentando con su esfuerzo las dificultades que presenta la vida.

Es muy cómodo esperar que el gobierno pague la energía que consumimos, que nos libere de la responsabilidad que corresponde a cada quien afrontar, los jefes han acostumbrado al dominicano a vivir en la esclavitud del paternalismo estatal , la creencia que el Estado debe ponerle el frente a todas nuestras necesidades es una marca indeleble que nos imprimió «la era» y a diario nos revive el ejercicio del poder gubernamental.

Combatir la corrupción y resolver la falta de luz se han convertido en el estribillo de moda, es una preocupación que aflora en toda reunión, en todo corrillo se comenta; se dice que la estabilidad gubernamental se mantiene en peligro, por causa de la prevaricación oficial y la falta de energía eléctrica.

Hay corrupción donde el gobierno maneja riquezas, todo sistema que produce dinero sin dueño es codiciado pastel que invita al cohecho; no hay corrupción donde las personas no pueden poner mano a bienes sin dueño. La corrupción no es un mal del subdesarrollo, hay corrupción en Suiza, en Suecia, en Alemania, en Dinamarca, en China, Japón y en todo el mundo donde los gobiernos disfrutan la macroeconomía.

La corrupción es intrínseca en todos los gobiernos, mientras más macroeconómico es un gobierno más corrupto es; nadie, desde el gobierno mismo puede combatir ese flagelo como se pretende; mientras la macroeconomía sea el leit motiv de la política, la corrupción será el tema de moda.

Para que la corrupción no exista, el gobierno no puede administrar riqueza.

Se habla de combatir la corrupción, pero el tema de la macroeconomía no se toca, porque esa es el alma de la política, sin ella no existen políticos ni partidos, no hay elecciones, ni se reparten prebendas que los infelices pagan, mientras esperan el día que el amo resuelva todos los problemas a sus esclavos.

Combatir la corrupción manteniendo la macroeconomía, es dar palos al gato mientras se mantiene la carne en el suelo, deben reconocerlo quienes se reúnen para combatir una costumbre que es propia de la política, siendo su matriz la proclamada macroeconomía.

La actividad comercial en manos del Estado ha sido y sera siempre un premio a la corrupción , la energía eléctrica, los combustibles y todo lo que comercializa el gobierno es y será motivo de desorden y corrupción autorizada. No habrá solución a esos desórdenes mientras no se admita que el Estado no es comerciante, lo cual no podrá pretenderse que se reconozca, mientras permanezcamos en el escenario «los hijos de la era».

Somos así y así seremos. Quizás las nuevas generaciones aprendan de nuestros errores.

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