No he podido dejar de asombrarme ante la estulticia y la osadía de muchos humanos al no “ponerle asunto” a las cosas de Dios. La facilidad que tenemos para tomar sus cosas con superficialidad y falta de respeto. En video, ante una audiencia de gentes cultas, el candidato Barack Obama se burlaba de lo inadecuada de la Biblia para nuestros tiempos, diciendo que si alguien ve un tipo como Abraham con un niño y un cuchillo en mano llamaría de inmediato a la policía.
Los hombres somos esclavos de nuestra carne, y somos propensos a darle curso a nuestra animalidad y a nuestro ego, y a quitarnos, como dice el Salmo (2:3), quitarnos toda ligazón con Dios y con sus leyes y estatutos. El hombre se ha alejado de Dios y no quiere arrepentirse ni pedir perdón. A regañadientes, ha aceptado tener intermediarios, los profetas, sacerdotes de los cuales puede siempre dudar o contradecir. O, mejor aún (piensa): procurar “dioses falsos, complacientes y permisivos”; o construir sus propios ídolos, o convertirse ellos mismos en sus propios dioses. O, mejor aún (piensan) decretar que Dios no existe.
O que su existencia no puede ser probada. Para sorpresa de los que la leen por primera vez, todo eso está perfectamente claro en la Biblia. De ello dan testimonio los salmistas, cantautores de aquellas épocas. Dios quiso hablarles a sus gentes, pero ellos le dijeron a Moisés: “Mejor habla tu con él, no sea que muramos al escuchar su voz. (Éxodo 20:18). Siglos después, los líderes del pueblo fueron ante el profeta Samuel, para decirle que querían tener un rey, como los pueblos de alrededor. Samuel se puso triste porque sentía que esa petición era un rechazo a su persona.
Fue entonces que Dios le dijo a Samuel: No te aflijas, que no es a ti a que no quieren, sino que su rechazo es a mí, Yahvé (ver Samuel Cap. 8) Quien conoce algo de psicología de masas sabe que esas gentes querían un rey para adularlo y manipularlo, como se hace ahora y en todo los tiempos. Los hombres como Abraham le dieron la oportunidad a Dios de mostrárseles, y llegaron a entender el Plan de Dios y a confiar en él. Y a obedecerle aún cuando no entendían lo que Dios quería hacer con ellos o con sus familiares y pertenencias.
Por eso, Abraham, en contra de todo instinto y sentido común obedeció cuanto Dios le ordenó que sacrificara su propio y único hijo, Isaac. El mensaje de ese hecho fue para generaciones como la nuestra, para que en ese hecho no consumado, nos percatáramos de la significación de la muerte en cruz de Jesucristo, el hijo único y amadísimo de Dios, que siendo algo en extremo dolorosos para el Padre, él nos la ofrenda para que miráramos en ello su amor, de lo que Dios es capaz para que seamos salvos mediante ese sacrificio. Estos días son muy oportunos para reflexionar lo que puede implicar rechazar esa ofrenda de paz y conciliación.