De Alonzo Perry a Nelson Ned

De Alonzo Perry a Nelson Ned

Cerramos aquí la ocurrencia del cuñado Perucho Morales, seibano, repentista, acerca de las celebraciones de bodas costosas. Después de repetir su planteamiento de que era mejor celebrar un divorcio por todo lo alto para satisfacción del “deber cumplido”. Agregó de inmediato: “¿Usted no se ha dado cuenta de que las bodas se publican en el Listín Diario y los divorcios van a dar a El Nuevo Diario?”.

Se trata de un personaje estupendo. Ya les hablé de nuestras diversiones. Viajábamos mucho: un viaje largo ahora y el siguiente corto. Recorrimos  medio país: Desde Higüey a Oviedo; de Samaná a Elías Piña; de La Romana a Dajabón.

Cierta vez fuimos por los lados de San Cristóbal, un gran vecino para los habitantes de la capital. Queríamos comprar unas plantas. No dimos con lo que buscábamos, pero no nos amilanó el fracaso. Continuamos echando la vista y descubrí un hermoso árbol de níspola (nísperos). Caminamos hacia el punto y vimos la oportunidad de obtener semillas de esa planta. El encargado nos dijo que no había semillas, pero que nos ofrecía algunas de las plantitas que brotaban al pie de la planta madre.

Nos llevamos tres plantitas, una para cada casa. La tercera no sé. Perucho ya tenía vivienda, esposa y dos hijas. Pasó un tiempo y la matica que me tocó se levantó frondosa y productiva. Un fruto de un sabor y tamaño inapreciables. Amigos y familiares se “inscribían” en la lista para participar de la producción. Para mí fue una satisfacción y un orgullo. Perdón, todavía lo es, pues aquella matica aún vive. Un día Perucho estuvo en casa. Como de costumbre fue a ver su mata de níspero, pues siempre compartió la propiedad y le daba su “conversao”.

Una vez más se admiró del gran tamaño del níspero cargado de frutas. Y habló, quizás dirigiéndose al árbol:

Esa mata se llama Alonzo Perry.

Se refería al recordado refuerzo norteamericano del equipo Licey en el juego de pelota en el país. Perry era un hombre de seis pies y cuatro pulgadas.

Dimos unas vueltas por la ciudad y cerca del mediodía me dijo: “Vamos a llegar a casa, que Gilda (su esposa) tiene algo por allá. Enrumbó el automóvil hacia el punto de destino. Era domingo. Llegamos pronto a la casa, y el cuñado no perdió tiempo para llevarme al patio de la vivienda para presentarme un arbolito que yo, de prisa, no identificaba y me explicó con esa cara pícara y maliciosa que lo caracteriza para hacer reír a la gente: “¿Usted sabe, cuñado, cómo se llama esta pareja de las matas de níspero que trajimos hace tiempo de San Cristóbal? Pues esa plantita, que nunca he descuidado, no me han valido formas. ¿Usted no sabe su nombre?” Le respondí: “Nada. Sólo recuerdo que en el lenguaje de la agronomía hay dos nombres: níspola para la fruta y níspero para el árbol”.

Perucho se mordió los labios maliciosamente, antes de pronunciar: “Este árbol se llama Nelson Ned. No hay Alonzo Perry sin  Nelson Ned”. Esa es la satisfacción del sencillo trofeo que descubrimos en San Cristóbal, en aquel recorrido. No hay mejor pareja. Sólo Benitín y Eneas podrían hacerles sombra. Estamos cumplidos.

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