De amores y desamores políticos

De amores y desamores políticos

ROSARIO ESPINAL
En un pasado no muy lejano, las relaciones humanas eran de largo aliento y la devoción de los súbditos a la autoridad política era duradera. Hoy en día, la abundancia de opciones, los derechos adquiridos y la impaciencia por alcanzar objetivos, someten las relaciones humanas, incluidas las políticas, a muchos vaivenes y transformaciones.

Cada vez se hace más difícil encontrar razones o beneficios suficientes para mantener activo el entusiasmo político. Los amores tienden a ser pasajeros y la lealtad efímera.

En países con larga tradición de gobiernos democráticamente electos se han realizado muchos estudios sobre el re- alineamiento y des-alineamiento electoral.

El re-alineamiento se produce cuando un partido que ha sido mayoritario en las preferencias electorales por largo tiempo es desplazado del poder por uno minoritario que se afianza en el gobierno.

El des-alineamiento, por el contrario, se produce cuando el electorado abandona el sistema electoral o cambia con frecuencia de opciones electorales en función de la coyuntura.

El des-alineamiento desertor refleja un estado de desamor partidario profundo en un amplio segmento del electorado, que no encuentra un partido o líder adecuado para canalizar sus emotividades políticas. Se expresa comúnmente en la abstención electoral.

El des-alineamiento coyuntural expresa también un desamor partidario, pero puede ser mediatizado por el clientelismo vinculante, o por un encantamiento pasajero con un partido o líder que no se traduce en afinidad político-electoral estable.

Las elecciones congresionales y municipales del 16 de mayo pasado evidencian que en República Dominicana se registra un proceso de des-alineamiento en las dos formas mencionadas:

la abstención por un lado, y la mayoría electoral otorgada por primera vez al PLD en el voto local. Los resultados electorales revelan claramente que el cambio en las preferencias a favor del PLD no se quedó en el nivel presidencial, sino que pasó al nivel provincial y municipal.

Los datos también debilitan uno de los mitos recientes de la política dominicana: que los partidos con líderes locales fuertes (PRD y PRSC) pueden mantener su hegemonía electoral, independientemente de lo que ocurra en la política nacional.

En esta ocasión, al igual que en cualquier elección de medio término, pesó tanto el amorío que tiene el electorado con sus líderes locales como con los nacionales.

Ciertamente hay liderazgos locales fuertes, capaces de sostenerse en medio de los desamores de la ciudadanía con sus partidos, pero hay también candidatos locales de menor prestancia que se benefician de la popularidad de sus líderes nacionales.

Los arquitectos de la Alianza Rosada fallaron porque pensaron que al unir dos partidos tradicionalmente fuertes se encaminarían, con la ayuda de sus líderes locales, a mantener una mayoría congresional y municipal.

También fallaron porque pensaron que las alianzas generan beneficios con la simple sumatoria de las preferencias electorales de las partes. No es el caso, mucho menos, cuando las alianzas generan tantos perdedores resentidos, como ocurrió con los despojados de candidaturas.

Es evidente ahora que el desplome electoral del PRD no concluyó en el 2004. La inestabilidad y el desasosiego heredados del gobierno de Hipólito Mejía han generado un desamor prolongado en un amplio segmento del electorado con ese partido.

El PRSC, por su parte, no gana elecciones desde aquellas amañadas contra Peña Gómez en 1994. Aunque un segmento del electorado mantiene una relación devota a Balaguer, tendría que surgir un líder reformista capaz de aglutinar ese sector para poder recomponer el partido. Por el momento, ese líder no existe y la Alianza profundizó la desarticulación del reformismo y del voto balaguerista, aunque sobrevivan algunos caciques provinciales.

Confiado en su liderazgo nacional, Leonel Fernández se lanzó a hacer campaña para favorecer a los líderes locales de su partido y así logró una mayoría gobernante. Esta vez, a diferencia del 1998 cuando el PRD iba en carrera ascendente, los vientos soplaban a favor del PLD.

La victoria peledeísta en muchas provincias y municipios permite ahora hablar de la posibilidad de que se produzca un re-alineamiento electoral a favor del PLD.

Pero esta hipótesis es de concreción remota porque, en los últimos 40 años, ningún partido dominicano ha sido capaz de mantener una mayoría gobernante estable por medios democráticos.

Balaguer logró permanencia en el poder en 1966-1978 con represión y elecciones amañadas. Luego, en su gobierno del 1986-1990, las reelecciones de 1990 y 1994 fueron muy cuestionadas, a tal punto, que su último período de gobierno fue reducido a dos años.

A principios de los años 80, el PRD intentó consolidar un gobierno de mayoría estable y fracasó rápidamente. Tuvo otra oportunidad de lograrlo en el 2000-2004 y fracasó de manera aún más estrepitosa.

Queda entonces por verse si en los próximos años se producirá un re-alineamiento electoral a favor del PLD, o si por el contrario, el electorado dominicano continuará zigzagueando, producto de sus cambiantes amores y desamores políticos ante las insatisfacciones.

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