De aquí a cien años

De aquí a cien años

A comienzos de un nuevo año el tiempo, las perspectivas de futuro, tientan en un presente malo como el actual a imaginar los cataclismos que se nos avecinan. Pero honestamente se cansa uno de ejercicios de “augurería” lúgubre que no conllevan ni ciencia especial-basta proyector los últimos datos del 2,003 para poder estimar razonablemente qué pasará en el primer semestre del 2,004- ni perspicaz visión de augur:el ritmo económico no suele cambiar drásticamente a muy corto plazo.

En 1930 Keynes sufría un desgano intelectual parecido cuando escribió su ensayo

“Posibilidades económicas para nuestros nietos”. Pésimos eran aquellos días: el mundo

entraba en lo que sería la crisis del siglo XX. Todos hablaban de la decadencia tecnológica de Inglaterra. Todos pintaban de negro el presente. Todos predecían un triste porvenir. Todos tenían razón a corto plazo. Pero Keynes aborrecía sumergirse en un océano donde no llegase la luz. A diferencia nuestra, indagaba siempre rutas de escape . De él escribió el genio matemático de Bertrand Russell: “La inteligencia de Keynes era la más aguda y clara que jamás conocí. Cuando discutía con él sentía que me jugaba la vida y rara vez salí a flote sin sentirme como un tonto. Algunas veces me inclinaba a pensar que tanta facilidad era incompatible con profundidad pero no creo que esa impresión estuviese justificada”.

Los malos tiempos deben buscar nuevos enfoques. El nuevo enfoque de Keynes en aquella desagradable situación fue descrito por él mismo con las siguientes palabras: “Mi objetivo con este ensayo no es examinar el presente o el futuro inmediato sino desembarazarme de perspectivas de corto plazo y volar rumbo al futuro. ¿Cuál será razonablemente la calidad de nuestra vida económica de aquí a cien anos? ¿Cuáles las posibilidades económicas de nuestros nietos?”

Sencilla fue la respuesta keynesiana. En primer lugar no se registraban en Inglaterra indicios de declive tecnológico ni de senilidad empresarial. Simplemente “el sistema monetario y bancario se quedó atrás del ritmo de innovación tecnológica. El desempleo es un problema transitorio: los procesos para ahorrar trabajo han sido mayores y mejores que para nuevos usos del trabajo desplazado. En cien anos los países desarrollados disfrutarán de niveles de vida de entre cuatro a ocho veces más altos que los actuales. Cuando la escasez no tenga sentido sustancial, el problema económico será el de aprender a disfrutar más ocio con mayor creatividad y placer igual que “los lirios del campo que ni trabajan ni tejen”. Eso sí hasta entonces tenemos que aceptar que la avaricia, el interés y la precau-

ción serán nuestros dioses por un largo tiempo. Sólo ellos pueden sacarnos del túnel de la necesidad económica a la luz del día”.

¿Qué decir de la República Dominicana en este horizonte temporal? No creo que ni el problema dominicano sean los dominicanos ni que los próximos cien años seguirán carac-

terizándose por la corrupción privada ni el saqueo público. Toma mucho tiempo pasar de

una sociedad montonera a una sociedad económica basada en normas, intereses mutuos respetados y dominio de la ley.

Myrdal, premio Nóbel de Economía, que buceó profundo en los problemas reales del desarrollo económico de los países de Asia Suroriental y se atrevió a identificar la corrupción y cierta clase de religión santificadora de malas prácticas económicas sin base teológica racional, nos recuerda que hace 200 años los países escandinavos, hoy los más libres de negociaciones fraudulentas, eran oasis de las siempre juntas corrupción pública y privada. La pobreza estimula el clientelismo y la acumulación originaria aprovecha el poder estatal pero a medida que un país aumenta el volumen de transacciones su necesidad primaria ya no es el ventajismo sino la previsibilidad.

Este es el más firme de los resultados esperados de ahora a un siglo.

Para dar orden a otros presagios tomaré el esquema general de Cuentas Nacionales diseñadas por Robert Stone, otro premio Nóbel de Economía. La gran ventaja de su sistema ordenador es la contemplación explícita de tres cuentas de genuina importancia: pro-

ducción e ingreso, demografía y recursos naturales y ambientales.

Vistas las cosas en el horizonte de 100 años y usando como referencia la historia económica del último siglo, parece altamente probable que el producto interno bruto del país más

que se decuplicará. República Dominicana ha logrado triplicar en 12 años (1990-2002) el

total de bienes y servicios producidos. La experiencia sugiere que una tasa tan alta de cre-

cimiento ni es sostenible ni deseable. El rápido crecimiento del producto nos embriagó y nos obnubiló para no ver el peligro que significaban el endeudamiento externo con los que financiamos déficits fiscales y la debilidad de nuestra balanza corriente de pagos. Duplicar el producto cada 20 anos garantizaría el resultado previsto sin tener que suponer tasas poco realizables de más de 4% del producto al llegar a niveles tan altos de producción que su aumento depende sólo de tecnologías sofisticadas.

Parece igualmente predecible que en 100 años el sector agropecuario representará alre-

dedor de un 5% del producto mientras que los servicios superarán el 70% del mismo. Su-ponemos que la tecnología nos seguirá llegando vía su importación (“usar ideas” en el

vocabulario de Paul Romer) y no “creando ideas”.

El ingreso nacional en dólares medido por su poder de compra de una canasta “univer-

sal” de bienes y servicios, será igual al que hoy disfrutan los Estados Unidos mientras que su división entre capital, trabajo e ingresos del Gobierno reflejará la mayor competencia del comercio internacional, el mayor rol social del Estado y el estancamiento de la pobla-

ción.

Estas predicciones son probables si tenemos en cuenta algunas tendencias seculares de convergencia en la mayor parte de los países en desarrollo que han superado el peligro de convertirse en Estados “fallidos”. No puedo creer que faltarán crisis políticas y econó-

micas de envergadura, quizás hasta estructurales, en un período tan largo de tiempo. Espe-

ro que estas crisis, sin embargo, afecten más el sendero dinámico de desarrollo que el resultado final esperado.

Más nítidas aún son algunas expectativas demográficas: estancamiento de la población en unos 11 millones de habitantes; incremento de la escolaridad que bien puede pasar de una mediana actual de casi 7 años de escuela aprobada al nivel de 12 años alcanzado ya por muchos países desarrollados, entre ellos algunos de América Latina. Las altas tasas de crecimiento del producto y de la escolaridad unidas al no crecimiento de la población significan que el grado de bienestar económico dominicano será sustancialmente mayor que el actual. A Pareto, ilustre padre de la economía del bienestar, estas profecías lo harán sonreir en el más allá. Para él la única manera de mejorar el bienestar de los más pobres, dada la secular e inmutable tendencia a una mala distribución de la riqueza, es el aumento de la producción y/o la disminución de la población

Nos falta escudriñar los posibles resultados ambientales. De ellos hay mucha menos ex-

periencia histórica desde que el crecimiento económico y el aumento de la población pre-

sionan los recursos naturales y ambientales. El Club de Roma,que abogaba en los sesenta

por una tasa de crecimiento cero para evitar catástrofes ambientales, se equivocó en sus

predicciones a corto plazo pero su llamada de atención sobre el grado limitado de recur-

sos naturales de la Tierra sigue dando que pensar.

La sustitución de gas natural por carbón de madera y el abandono progresivo de la tala de bosques, ocasionada por una agricultura primitiva de tumba y quema, han detenido en casi todo el país la erosión de los suelos. De hecho los datos sobre la cobertura vegetal, aunque obtenidos mediante diversas tecnologías, muestran una impresionante mejoría: del

14,1% del país en 1980 al 27.5% en 1996. La creación de una secretaría de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales facilita institucionalmente el monitoreo de los recursos naturales, la evaluación del impacto ambiental de nuevas inversiones y el diseño e implementación de políticas ambientales adecuadas.

A pesar de estos avances, hay que aceptar que el mayor obstáculo potencial a largo plazo para el logro de los resultados económicos expuestos, lo presenta el carácter de isla relativamente pequeña compartida por dos países de diverso grado de desarrollo y cultura. La característica isleña debe recordarnos que el país no dispone de una retaguardia física para grandes catástrofes ambientales como pueden ser la pérdida de litoral mucho más urbanizado que las zonas centrales por inundaciones causadas por el calentamiento de la atmósfera y el avance de la desertificación en el suroeste.

Más palpable aún es el peligro para el desarrollo económico y hasta para la tranquilidad

del país de un fracaso haitiano en el esfuerzo de superar su pobreza, pérdida de tierras cultivables por erosión y precaria estabilidad sociopolítica. El desarrollo haitiano opera prácticamente como una condición del nuestro. Basta una fuerte inmigración económicamente forzada procedente de Haití para cuestionar el presagio de una población dominicana estancada y por ende el de un ingreso per cápita muy alto.

No creo que el futuro haitiano sea tan malo como muchos prevén. Puntos brillantes del panorama haitiano son el mayor grado de conciencia política unida a la demanda de un mejor Estado de derecho, la cuantía y calidad intelectual de muchos emigrantes a Canadá y Estados Unidos, la calidad profesional y técnica de la burocracia, la mejoría y creciente democratización de la educación, el volumen de las remesas enviadas por haitianos en el exterior y la ayuda potencial de Francia y Canadá al desarrollo económico, jurídico y social.

Por estas razones me atrevo a creer que Haití no sólo operará a mediano plazo de modo

neutral en el desarrollo de República Dominicana, sino que incluso podrá ser un factor po-

sitivo para el mismo.

Terminemos este artículo volviendo a Keynes. Sus profecías se van cumpliendo en todo menos en un punto: que el problema económico ya no sería la escasez- esto es ya verdad en muchos países- sino cómo usar creativamente el ocio. La realidad es otra: la de la obsesión por mayores riquezas no siempre sustanciales. “gadgets”,quincallería barata, que dicen los sajones. En realidad, el espíritu humano, aún en lo material, no tiene límites.

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