De asuntos políticos y peligros “amistosos”

De asuntos políticos y peligros “amistosos”

Jacinto Gimbernard Pellerano
En un discurso pronunciado en el apogeo de la Guerra Civil de los Estados Unidos, Abraham Lincoln se refirió a los sureños como hermanos que iban por el camino equivocado. Una señora mayor, presente en el público, se abrió paso hacia Lincoln y lo reprendió por no calificar a los sureños de acérrimos enemigos a los cuales había que destruir, que aniquilar, que exterminar. “Pero señora -replicó Lincoln- ¿acaso no destruyo a mis enemigos al convertirlos en mis amigos?”.

La técnica ha sido milenariamente utilizada por políticos hábiles, entendiéndose, por supuesto, que no existe tal propósito de amistad sino una estrategia de debilitamiento del opositor como hizo Mao Tse Tung con Chiang Kai Shek para que dejara de lado las diferencias ideológicas y lo ayudara militarmente para expulsar a los japoneses de China, que la habían invadido en 1937. El organizado ejército de Chiang presentó batallas bien planeadas y exitosas, mientras las fuerzas de Mao, entregadas a guerra de guerrillas, no sufrían inmensas pérdidas. Así, con sus fuerzas debilitadas Chiang cayó luego ante los comunistas, tras la victoria contra los japoneses, y debió radicarse en la isla de Taiwán, antigua Formosa, y dejarle la inmensa tierra firme al habilidoso Mao.

Cuando, años después, un visitante japonés intentó disculparse ante Mao por la invasión a China, Mao lo interrumpió diciéndole; “Creo que debería agradecer esa invasión”.  Entonces explicó que la misma le sirvió para preparar y organizar una fuerza de la cual no disponía en un principio.

En tiempos más recientes, los colegas de Henry Kissinger estaban convencidos de que el astuto político se llevaba mejor con sus enemigos que con sus amigos. En 1971, durante la guerra de Vietnam, Kissinger fue objeto de un intento de secuestro. Entre otros involucrados estuvieron dos conocidos sacerdotes antibelicistas, los hermanos Berrigan, otros cuatro sacerdotes católicos y cuatro monjas. En privado, sin informar al Servicio Secreto del Departamento de Justicia, Kissinger organizó un encuentro con tres de los supuestos secuestradores, un sábado por la mañana. Cuando explicó a sus invitados que para mediados de 1972 habría sacado de Vietnam el grueso de los soldados estadounidenses, conquistó de inmediato su buena voluntad.

Caemos en el refrán popular: “Cuídame Dios de mis amigos, que de mis enemigos me cuido yo”.

Todo esto viene a cuento, se me planta en el pensamiento, al juzgar conductas de ciertos amigos del Presidente Fernández -colaboradores cercanos- que manejan tan torpemente sus declaraciones públicas que le traen a uno la imagen de un elefante caminando en una cristalería.

Se habla de que un importante número de funcionarios gubernamentales se consideran dueños absolutos de la verdad. Cual que sea ésta. Lucen drogados con los alucinógenos del poder -que es terrible, que obnubila y distorsiona-.

Personas que han sido consideradas inteligentes, cautas y ponderativas, de repente resultan empalagados por las mieles que empapan las alturas y lo dejan a uno atónito con lo que dicen, afirman y proclaman, negándole a personalidades conocimiento de su profesión y vocación y, todavía más lejos, negándole a los legisladores y a la oposición calidad para establecer cuáles son las prioridades del país.

He leído en la columna de Rafael Molina Morillo (que es lectura obligada como la “Coctelera”) su referencia a unas declaraciones atribuidas al Secretario Técnico de la Presidencia, Temístocles Montás, en el sentido de que los legisladores y la oposición no están para establecer cuáles son las prioridades del país “ya que son atribuciones exclusivas del Gobierno Central” (el Poder Ejecutivo, lo que quiera y considere el Presidente de la República).

Entonces ¿para qué hablar de los tres poderes del Estado? De ser así, metiéndonos en la maraña de una fantasía absurda, habría de constituir un formidable ahorro para la Nación la anulación del Poder Legislativo y hasta del Judicial. Por supuesto estoy abusando de una mala ironía, pero lo que cuenta es que el Primer Mandatario de la Nación necesita que sus colaboradores resistan sus entusiasmos repentinos, sus arrebatos efervescentes y sus fervores descuidados y piensen bien antes de hablar.

Yo creo en la amistad y creo en los errores involuntarios, pero en cierta medida ha de tenerse presente lo escribía Ralph W. Emerson en “Journals”: “Con frecuencia los amigos son sólo una ficción basada en un momento de interés”.

Hay que tener cuidado.

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