De Aura Celeste, moral y Aristóteles

<p>De Aura Celeste, moral y Aristóteles</p>

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
La bien conocida actitud de la magistrada Aura Celeste Fernández en la Junta Central Electoral, es un aire fresco. Es una esperanza. Me dirán que «lavar la ropa sucia dentro de la casa» es lo aconsejable.

Pues no.

Como tampoco son aconsejables los malignos «acuerdos de aposento», que suelen resultar sólo beneficiosos para quienes están allí, apartados y desconectados de los intereses generales de la Nación, aunque pretendan tenerlos en cuenta…y, a lo mejor, se lo crean.

En este caos moral y de ordenamiento nacional, regenteado por las drogas, en medio de este viento terrible de la criminalidad -que se esparce muy fácilmente y se minimiza o recoge con gran dificultad- no caben los silencios cómplices por comisión u omisión, por hacer o callar.

Si bien me regocijó, como a muchos, la elección del doctor Julio César Castaños Guzmán como presidente de la Junta Electoral, no dejó de preocuparme lo que habría de encontrar allí, y el trabajo que debería realizar para ser consecuente con su trayectoria y con la de su bien recordado padre. Esto porque, como multitudes, tenía la certidumbre de que allá, en la Junta, había mucha ropa sucia que lavar, aunque existieran funcionarios honestos de ambos sexos.

Bien hizo la magistrada Fernández en airear públicamente lo que sucede allí (pienso que en parte) porque lo que no se publica, no se atiende.

¿No se hizo necesaria la fuerte acción del diario El Día para que se decidiera reparar las instalaciones del Acuario Nacional, tremendamente deteriorado por el abandono? ¿No hay que publicar en primeras planas de los diarios fotos de estudiantes sentados en el suelo, o recibiendo clases bajo un árbol, para que aparezcan miles de pupitres y se reparen escuelas desastrosas? ¿No son necesarias las campañas públicas para que se le ponga atención a cualquier dramática situación…aunque se trate de agujeros en importantes vías públicas que destruyen los sistemas de rodamiento de los vehículos? ¿Y qué de los hospitales, de los salarios de miseria, de la Seguridad Social?

Necesariamente hay que acudir a los medios de comunicación. Si la magistrada Fernández se hubiera limitado a tratar asuntos morales en la junta…su palabra ensordecida por los intereses, acallada por los intereses, estaría aplastada por la inmoralidad pesada que nos afecta gravemente. Creo que más que en otros países de la región.

Entramos en territorios de la moral.

Extrañamente recuerdo haber escuchado a uno de los refugiados españoles que acogió Trujillo, junto a otros extranjeros que escapaban del horror de la Segunda Guerra Mundial, mientras los hispanos escapaban de la dictadura de Francisco Franco, expresar dolientemente ante mis oídos infantiles: «Todo se ha perdido, menos la moral…que se está perdiendo».

Pues parece que aquí la hemos perdido. Y si no brotan salvadoras voces como la de Aura Celeste Fernández, a riesgo de lo que sea, estamos perdidos.

Ojalá resulte que está de moda el descaro, la inmoralidad abierta y aplaudida, porque las modas son pasajeras.

Sócrates, equivocadamente, argumentaba que no depende de nosotros ser buenos o malos. Aristóteles en La Gran Moral (Cap. X) asegura que «La virtud y el vicio dependen del hombre y son voluntarios; ¿para qué el legislador prohíbe las malas acciones y ordena las buenas y virtuosas? ¿Por qué impone penas al que comete acciones mala o no cumple con las buenas que le prescribe? Bien insensato sería el legislador que dictara leyes sobre cosas cuyo cumplimiento no depende de nuestra voluntad. Pero no hay nada de eso, porque de los hombres depende ser buenos o malos, y lo prueban las alabanzas y reprensiones de que son objeto las acciones humanas». Hasta aquí Aristóteles.

Parece que estamos llegando al fondo de un barril de excremento. Lo importante es la disposición y la entereza valiente de limpiarlo hasta límites posibles, no ilusorios, porque como escribió Verlaine: «El gusano está en la fruta» (Le ver est dans le fruit).

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