De bachilleres, burocracias y tiempos frustratorios

De bachilleres, burocracias y tiempos frustratorios

Sí. En años en que la fuerza juvenil todavía ilumina las esperanzas de lograr un futuro digno, seguro y estable, ha de escogerse con gran cuidado, entre las que más nos atraen, aquellas profesiones para las cuales consideramos tener habilidades para triunfar.

Desde hace bastantes años, como profesor de música, he aconsejado a varios alumnos, aquí y en el extranjero, variar sus fallidos empeños por dominar  un instrumento que se les resiste u otra demandante actividad creativa para la cual no disponen de los necesarios requerimientos. Así, logré que un joven pianista que aspiraba al concertismo y en realidad poseía un notable talento para la composición, se convirtiera en un exitoso autor de arreglos orquestales que lo llevaron a reconocimientos en el mundo cinematográfico.

Pero los ejemplos se acercan a la docena.

Me duele que tantos valiosos jóvenes dominicanos estén empeñados en obtener carreras universitarias: medicina, odontología, ingeniería civil, derecho… para verse  después en la miseria moral y física con un título que no abre puertas ni ventanas, porque aún si tuviesen talento para tales ocupaciones, carecen de los medios económicos y sociales para realizar estudios de post-grado en alguna renombrada universidad extranjera y luego instalarse con la requerida parafernalia.

No solo sucede aquí. En países del llamado Primer Mundo, he conocido taxistas, porteros de hoteles, “Maitres”, policías, vigilantes privados, todos graduados de profesionales universitarios que no pueden mantenerse con el ejercicio de su “especialidad”.

Por todo esto me regocijé cuando el Gobierno dominicano se envolvió en la instalación del Instituto Técnico Superior Comunitario o “Community College”, para formar técnicos capacitados.

Carecemos de buenos técnicos. Si usted lleva su automóvil a un taller, por más elegante y costoso que sea, arreglan –más o menos- algo pero dañan otra cosa. De electricistas y técnicos “reparadores” de televisores u otros electrodomésticos, no hablemos. Hace meses que lucho porque un “calificado” técnico  instaló un nuevo y costoso intercom en nuestro apartamento, ya que, según él “el viejo no se podía reparar”. El nuevo equipo funcionó durante apenas una semana. Luego no ha habido forma de que venga a ver qué pasa.

Necesitamos técnicos bien formados, no gente que “se las arregla”.

Tengo una anécdota simpática. Cuando era dueño de un Peugeot 404 (que era una maravilla) con el paso de los años empezaron a salirle pequeños desperfectos. Encontré un mecánico de la casa que me ofreció sus servicios a mejor precio. Todo iba bastante bien, pero en cierta ocasión sentí fallos en el sistema de frenaje y él, al examinarlo, me dijo: “Hombe, eso no es nᔠy llamó a un atolondrado asistente.

-Mira, muchacho, tráeme una gomita y un clip de agarrar papel.

Por supuesto, no lo permití y, poco a poco, me llevé mi querido 404. Me costó mucho más… pero por fin lo pudieron reparar.

Ahora me entero de que la ministra de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, Ligia Amada Melo pide a la ministra de Educación Josefina Pimentel que facilite la documentación requerida a los jóvenes bachilleres que aspiran a cursar una carrera técnica en el “Community College”.

 Se trata de romper una burocracia absurda y antiprogresista.

Como dice Andrés L. Mateo: ¡Oh Dios!

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