De blasfemia a realidad

De blasfemia a realidad

TEÓFILO QUICO TABAR
La conformación política en nuestro país. La integración de los partidos políticos. La manera como se han ido aglutinando las personas en torno a dichas organizaciones a lo largo de éstos casi 46 años de vida política con aspiración democrática. Los criterios que han imperado frente a las realidades más allá de las ideas, han concluido en que no hay grandes diferencias ideológicas entre unos y otros. Los principios y las ideas quedaron en el camino.

A partir de 1960 se inició el proceso. Algunas organizaciones políticas han desaparecido y otras se fusionaron. Pero casi todas se constituyeron con características tan especiales como sui géneris, desde el punto de vista de las clases que los integran, las ideologías o doctrinas que han dicho practicar, o de las plataformas con las que salieron a la luz pública o fueron reconocidas.

En medio de la efervescencia revolucionaria e idealista que se vivía en esa época, alguien muy querido nos advirtió que los problemas de países como el nuestro, lamentablemente no eran de plataformas ideológicas ni de organigramas, sino más bien de personigramas. Dentro del hervor patriótico y el idealismo místico, eso representó una blasfemia.

Desde el inicio, en la conformación de los partidos primaron mucho cuestiones coyunturales. Sentimientos familiares o de grupos. Liderazgos individuales. Amiguismo. Oportunismo, así como otros aspectos por encima de los conceptos ideológicos. Incluso los que dijeron profesar doctrinas ideológicas, permitieron que se mezclaran personas de cualquier forma de pensamiento y conducta. Se fue imponiendo desde el principio el concepto de la masificación. Lo cuantitativo sobre lo cualitativo.

Salvo los socialcristianos de origen y algunos de la izquierda, adoctrinaron su militancia mediante cursos de capacitación política, ofreciéndole oportunidades de adquirir conocimientos más allá de los rudimentos políticos tradicionales, tanto aquí como en el extranjero.

El PRD aún contando con una vieja escuela de formación, no le dio el seguimiento requerido a la preparación ideológica de su militancia. Tal vez la presencia de Bosch en principio y luego Peña Gómez como líderes tan carismáticos, permitió que la militancia colocara sus liderazgos por encima de lo programático o ideológico.

El PLD más tarde, que comenzó enviando sus alumnos a círculos de estudio exclusivos para la liberación nacional, terminaron graduándose en las escuelitas del pragmatismo. Creyendo lo mismo y utilizando métodos similares que los demás.

La consecuencia ha sido que los partidos de hoy no tienen grandes diferencias ideológicas, programáticas, ni siquiera en los aspectos conductuales. Si alguna diferencia podría marcarse, ha sido más bien por actitudes individuales o personales. La real diferencia está en su historia. En su pasado. Hoy incluso, los mismos partidos se agencian las mismas personas. Sin pasar por tamiz, escuela de formación, ni nada.

En todos los partidos por igual hay gente de derecha, de centro como de izquierda, aunque la mayoría no sepa nada de eso. Más que de ideas o contenido, las organizaciones dependen del matiz que el dirigente de turno le quiera dar. De lo que el que lidera la organización quiera ofrecer.

Algunos que crearon ilusiones y expectativas revolucionarias, confundieron la defensa de los intereses populares con los grupales. Otros se acomodaron en la idea de que en política solo se hace lo que conviene. Otros adoptaron la fusión caudillista, abandonando el pensamiento humanista cristiano del bien común.

También en las llamadas organizaciones «no partidarias», integradas en su mayoría por políticos «independientes» con pretensiones impolutas y elitistas, las cosas son iguales. Las mismas derechas, centros e izquierdas junto a los nuevos ricos, pero sin brújulas. Como tienen dueños, se van a fin de cuenta donde ellos señalen.

Como decía aquel señor hace 45 años, las organizaciones no son buenas o malas por las ideas que dicen profesar, sino por las personas a quienes les toca dirigir o gobernar. Una idea por buena, conducida por una persona inadecuada, es peor que una idea no tan buena en manos de un hombre sensato y capaz. Lamentablemente, lo que ayer constituyó una blasfemia, hoy se erige como un monumento a la realidad. Continuaremos.

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