En el país, la palabra bohemio tiene una connotación de vida disipada, música romántica, poesía, bebida espirituosa, serenatas y trasnoches. En ambientes más refinados, se asocia con artistas, pintores, poetas e intelectuales disidentes.
El término se refiere a Bohemia, región de la República Checa, con un pasado de tribus indómitas, que resistieron con denuedo los afanes imperiales de naciones vecinas; pero más específicamente, se liga a los magiares, gitanos que llegaban a París desde Bohemia, tribus que nunca fueron sometidas del todo, en las que abundaban artistas, agoreros y prestidigitadores trashumantes, que escogieron no tener patria o compromiso con estado alguno, a cambio de una libertad sin trabas burocráticas, ni despotismos de oligarquías nacionales.
A otros pueblos los imperios les dieron menos oportunidades. Los aztecas y los incas, que eran culturas más complejas y civilizadas, fueron sometidos mediante su propia organización social. Distintamente, los mapuches chilenos, los navajos, apaches, y otros de las praderas norteamericanas, nunca fueron sometidos, aunque sí desbandados o destrozados étnicamente. Igualmente, en unos y otros, la desintegración social, la vagancia y el alcoholismo, la depresión, la delincuencia y el pillaje, constituyen un patrón de adaptación contra la sociedad que los despoja y margina. Surgieron así en muchos países de América, arrabales de excluidos, gentes sin posibilidad de pertenecer a la sociedad.
El pobre bardo, personaje de esos arrabales, canta la tragedia de su clase. Músicos, cantantes o cantautores desviven en parrandas y devaneos faranduleros de patios y cabarets. Excelente poesía popular viene de estos bohemios. Valses, pasillos, sambas, boleros y bachatas han alcanzado la discografía y los grandes escenarios. Y son, luego, parte de la materia prima de otros bohemios, cultos pequeño burgueses también, a su modo, enmarcados en el desarraigo y la protesta social. Con bastante creatividad y, sobre todo, advocantes y buscadores de nuevas formas de libertad. Desafiantes de la cultura oficial, a veces; cómplices encubiertos, otras tantas. Levantiscos, cuando estuvo de moda la revolución; conformistas mal disimulados, cuando ha convenido.
Bohemios por antonomasia, han sabido hacer de su novelería un negocio, de su entretenimiento un trabajo, y de su ingenio, la norma del far niente y el savoir faire. Sustentada y pagada, a menudo no menos que la de los guagüeros de Juan Hubieres, por el Estado; también por los grandes negocios de diversión y de la cultura.
No dejan de aportar. Sobre todo, obligándonos a ver las cosas desde otros ángulos y desafiando con frecuencia los pocos convencionalismos que quedan. Ellos, también, deberían revisarse y preguntarse de vez en cuando, si acaso no existen otros modos más serios y eficaces de mejorar este relajo corrupto, absurdo e irrespirable que ha llegado ser la República Dominicana.