Una antigua maldición china consiste en desearle al enemigo que viva un tiempo de transición, en un período de grandes cambios. De acuerdo a ese punto de vista, el mundo está viviendo un tiempo maligno. Todo está variando a grandes velocidades y las rocas a las cuales podía uno aferrarse para no ser víctima del furioso oleaje de las circunstancias y sostenerse agarrado a una fe religiosa o política, esas rocas han perdido su firmeza o simplemente se han hundido dejando apenas una marca de espuma en el lugar donde se encontraban.
Dentro de una ebullición de antivalores huecos, predomina la sensación de que todo es una fiesta de incredulidades y que no es posible detectar la verdad. Los criterios encontrados, las quejas e inconformidades sobrecogen el alma. De repente tenemos la sensación de que es cierto lo que dice el famoso tango argentino, Yira: nada es verdad, todo es mentira.
¿Es acaso verdad la democracia? ¿Lo es el marxismo-leninismo aplicado? ¿Lo es el patriotismo de los políticos anhelosos de poder? ¿Son necesariamente honestas la motivaciones de la izquierda o la derecha. Razón tenía Juan Bosch cuando afirmaba que en política, lo importante es lo que no se ve. Y parece que la aseveración es aplicable a todo, porque, al fin y al cabo, todo es política. Y uno se acongoja al recordar que Aristóteles en su Política (obra de la cual sólo suele tenerse en cuenta o citar con respeto su afirmación de que el humano es un animal político) se acongoja uno repito- cuando el filósofo dice en la misma obra que El político no se avergüenza en aplicar a los demás lo que no considera justo ni útil para sí (Política, Libro IV, cap. II, § 8)
Entonces sí, la política es un arte de manejar intereses personales.
No cabe duda de que todo se mueve, todo fluye y se transforma para acercarse a lo mismo que estaba antes, con otro ropaje, tal vez menos harapiento, y a veces hasta elegante y con flor en el ojal.
También sucede que intereses de grupos de poder, sean militares-comerciales o propios de comerciantes-industriales sin escrúpulos, impiden que se realicen buenos propósitos de los mandatarios. Ahí tenemos el caso de Barack Obama, quien obviamente no puede hacer todo lo que quiere y hasta asusta a uno lo que pueda suceder cuando enfrenta grandes intereses económicos como el abandono del Escudo Antimisiles en Europa del Este, aunque dulcificado con nuevos proyectos defensivos que beneficiarán a grupos industriales y habrán de apaciguar la sed insaciable de los negociantes del belicismo. Igual peligro ofrecen para él todas las modificaciones que atenten contra la salud de un imperialismo acostumbrado a hacer y deshacer, según su conveniencia. Caiga quien caiga. Mueran quienes mueran.