BONAPARTE GAUTREAUX PIÑERO
En el escenario nacional se libra una guerra encubierta contra funcionarios del gobierno pasado, a quienes se urtica, se les pincha, se les molesta, en una actitud de torero que no se justifica. El torero, ayudado por picadores, rejoneadores y banderilleros, acosa al toro para que pelee, para que le faje al trapo rojo que se mueve frente a él retándolo, diciéndole que tiene miedo de entrar y arrojarse contra esa visión que lo llama, que lo inquieta, que lo invita a pelear. Se escuchan los gritos que bajan del tendido achuchando al toro, empujando al diestro a que se acerque cada vez más, que sea más osado, que se arriesgue en cada pase, porque a nadie le importan las cogidas que sufren los toreros, porque todos quieren que se arriesgue el otro, sin medir las consecuencias.
El diestro avanza, el animal embiste, nadie sabe cuántos cientos de kilos de fuerza bruta se lanzan contra el capote que invita al toro cuyas cornadas repetidas veces se quedan en el aire, no chocan contra nada sólido, producen desilusión. Cada movimiento del capote es otro engaño para el toro y puede ser un éxito para el torero, quien escucha los «ole» que surgen de miles de gargantas emocionadas que participan de la fiesta taurina.
Enantes no se mataban los toros. Hace mucho tiempo. Ahora se mata la vaca, se desuella y se exhiben los restos de una manera impúdica y vainera, porque algunos piensan que la impunidad será para siempre, porque olvidan la canción que dice: hasta la belleza cansa. Eso provoca que unos políticos actúen como toreros ante otros políticos que cuando están abajo son tratados como toros y menos que toros, como bueyes de los que llevan caña para el ingenio, para que después sean objeto de merengues y burlas cuando en Cambronal, o en otro sitio, se coman un toro como Cabo e Vela, sin saber de qué murió.
Habrá que ver si los toreros deben ser toreros o deben ser toros. Habrá que ver si los banderilleros, rejoneadores y picadores tienen bagaje, calidad y moral para asistir al torero y, finalmente, si éste conoce el arte de la tauromaquia para actuar con elegancia en los pases, sensatez para situarse en el lugar correcto, razones legales para reclamar los premios que se otorgan al diestro y, de manera muy especial, moral.
Moral y ejemplo de vida para juzgar a los demás y no vestir el odioso traje del inquisidor hipócrita, lleno de complejos de culpa y de superioridad mezclados, que producen una suerte de depresión bipolar que tanto daño hace cuando está en baja como cuando está en alta.
El reto está echado. Los actores son conocidos. La obra debe ser sacada de la prensa, montada en los tribunales o se desacredita y los jueces deben actuar para bien de la República, sin parcialidades dañinas y sin actitudes cobardes y complacientes ante el poder o ante la turba. Porque tanto va el cántaro al pozo hasta que se rompe. Y no queremos un Alejandro que rompa la soga con una espada. ¿Estamos?