De capacidades, rectificación y justicia

De capacidades, rectificación y justicia

Bien. Poseer conocimientos adecuados no necesariamente garantiza la buena función de un funcionario. A veces puede resultar que el nombramiento de un ministro de Estado que luce alejado de aspectos importantes correspondientes a sus nuevas funciones, le hagan -debido a una clara y valiente idea de sus lagunas- buscar cautelosas y documentadas asesorías para llevar a buen fin sus propósitos constructivos.

Trujillo llevó a cabo este concepto, aunque con otro propósito: demostrar que el único plenamente capacitado era él: el todopoderoso. Eso creía ser y en cierta medida, mostrenca y dolorosa, lo fue.

Pero no son cosas nuevas.

Ahora he querido remontarme al siglo quince español, porque Gómez Manrique (1413-91) tío de Jorge Manrique, el del famoso poema a la muerte de su padre, escribió (el tío) la “Querella de la gobernación”, donde los mejores se hayan siempre preteridos… “¡Ser gobernados los buenos/ por los que tales no son!/ Los cuerdos fuir debrían…”.

Pero, lo cierto es que los buenos no siempre resultan serlo. Por ejemplo, hay preparados y bien intencionados funcionarios que no saben funcionar como jefes. También artistas y científicos que no saben enseñar. No pueden sino luchar a partir de cierta altura. Ni mi esposa Miriam Ariza ni yo hemos tenido la capacidad para enseñar principiantes. Levantar algo desde el suelo es difícil y requiere un talento especial, y cierta rígida, mesurada e inconcesiva fuerza para exigir lo que es necesario en cada nivel.

Uno debe reconocer si lo tiene o no.

Y cuando existe una anarquía social como la que padecemos los dominicanos tras una lamentable confusión entre lo que es libertad y lo que es libertinaje, error que abarca grandes y chicos, ricos y pobres, cada uno enarbolando y sacudiendo la bandera de sus personales intereses, sin reparar en los derechos de los demás, entonces, el país no marcha bien.

Impera el reino del abuso, donde el comerciante poderoso no se conforma con una justa ganancia por su trabajo, inversión y riesgo. No, busca ganar millones a costa de esquilmar a quienes requieren sus productos, así sean modestos elementos de diarias necesidades alimentarias o vestuarios del común de la población. Pero esa indiferencia hacia lo que requiere el pobre, insospechablemente la mantiene también el pobre, dueño de un pequeño negocio establecido en una acera, impidiendo el paso a los peatones que tienen que tirarse a la calle a torear los automóviles, autobuses, camiones, y las temibles motocicletas que zigzaguean a velocidades espantosas, hasta con los semáforos en rojo.

Retornemos a la vieja España y tomemos la portentosa “Historia general de España” de Modesto Lafuente. Dice que con el ascenso de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, en el siglo quince, “la anarquía social de antes desaparece como por encanto y el cuerpo cadavérico de la nación se hace un cuerpo robusto y brioso”. Pero explica Ramón Menéndez Pidal en “Los españoles en la historia”, que no hubo tal resurrección taumatúrgica con el ascenso de los Reyes Católicos, sino “una labor pertinaz de rectificación, de la cual fue parte muy importante la instauración de la justicia”.

Eso es lo que nos falta a los dominicanos.

Rectificación y justicia.

 

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