De circunstancias, la nariz de Cleopatra y «amistades»

De circunstancias, la nariz de Cleopatra y «amistades»

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Qué duda cabe. Existe una interacción entre el individuo y las circunstancias, aunque se conozca plenamente el peso de éstas. Es decir, no somos prisioneros aherrojados a las circunstancias que nos rodean. No son ellas las responsables totales de nuestros actos. Una misma inducción puede provocar millones de reacciones. Cuando se habla de E. R., Estímulo-Respuesta, no se habla de una fórmula sino de una posibilidad. Entonces, más importante que el «Estímulo» o la «Inducción», es «La Respuesta» (y no me refiero, naturalmente, al programa televisivo del doctor Vincho Castillo).

El caso es, que, frente a la realidad nacional que ha encontrado el Presidente Leonel Fernández, lo importante son sus respuestas, sus reacciones a acciones anteriores sin título de propiedad que hoy hieren gravemente al cuerpo de la Nación.

Las circunstancias son importantes pero no decisivas. Sainte-Beuve, el conocido escritor francés que varias veces cambió de posición política y religiosa, nos dejó la opinión de que la historia hubiese seguido completamente otro rumbo si la nariz de Cleopatra hubiese sido diferente, por su efecto en César. He visto en Roma la placa de mármol que conmemora la visita de Cleopatra a la Urbe, y, realmente, tenía demasiada nariz. Pero puede servir de ejemplo y enseñanza la acotación de Sainte-Beuve. A menudo un capricho o un entusiasmo pueden marcar la diferencia entre el triunfo o la derrota.

Lo he escrito otras veces. El Presidente de la República debe cuidarse de los «pajaritos volando» que le pintan «amigos», que más valiera tenerlos de enemigos. Aquello de «Señor, cuídame de mis amigos, que de mis enemigos me puedo cuidar yo», es trágicamente más acertado que erróneo. Me pregunto: ¿cómo un verdadero amigo de un mandatario puede aconsejarle y esforzarse en convencerlo de envolverse en peligrosas obras suntuarias hijas de caprichos y ambiciones? Las «obras suntuarias o faraónicas» de Balaguer –tal vez con la sola excepción del Faro a Colón– son sensatas. Ahí está la Plaza de la cultura con su magnífico Teatro Nacional y sus múltiples edificaciones necesarias, la biblioteca y los museos. Está la Avenida 27 de Febrero, efectiva y descongestionante, está la Plaza de la Salud, el pulmón de los miradores Norte y Sur, etc. Todo realizado sin esos préstamos fenomenales a entidades financieras internacionales.

Es que Joaquín Balaguer conocía y aceptaba al poeta Ovidio, cuando en «Las Tristes» (obra escrita en el exilio), el admirable lírico latino decía: «Mientras seas dichoso muchos amigos encontrarás, pero si los tiempos fueren adversos, solo te encontrarás» (Donec eris felix, multos numerabis amicos…).

Eso ha de tomarse en cuenta. Ya empieza a percibirlo Hipólito Mejía, aunque las complicidades malvadas obliguen al uso de hipocresías, cautelas, mordazas y paños tibios.

Si las culpas se dirigen directamente hacia arriba, los del medio y los de más abajo se desentienden, «obedecían órdenes superiores», y abandonan el barco como los ratones en un naufragio.

Como tenemos encima el problema del libre albedrío, Dios no puede estarse metiendo en nuestros asuntos, especialmente en nuestras meteduras de pata, pero me atrevo a implorar al Señor que ilumine al Presidente Fernández para que no hunda más el país con inversiones absurdas como el Metro de Santo Domingo.

La modernidad es otra cosa.

Y nos falta mucho para alcanzarla.

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