De ciudadanías y globalizaciones

De ciudadanías y globalizaciones

Dice Pedro Martínez que sintió orgullo al ver a su compañero, «Manny» Ramírez, ondear la bandera estadounidense el día en que jugó por primera vez luego de haber jurado por la ciudadanía del país donde se ha hecho millonario. Ambos juegan en el mismo equipo. Hasta donde se sabe, Martínez no ha jurado por dicha ciudadanía.

Ahora no sabremos si Ramírez sentirá «algo» cuando vea a los parciales de origen dominicano y/o jurados o no jurados, seguidores de los Medias Rojas de Boston, ondear la bandera dominicana cuando su compañero Martínez lance y lo haga bien, o cuando su compatriota ()o ex compatriota?) David Ortiz haga lo propio como bateador.

No puedo saber si la patria se guarda hasta nuevo aviso cuando se jura por otra ciudadanía. Los prolegómenos propios del negocio y el negociado pueden determinar, y de hecho determinan, circunstancias distintivas entre lo conveniente y lo inconveniente. Parece que la patria se lleva muy dentro aunque se vista de engaños, de mentiras y superficialidades. Pero sin embargo la ciudadanía se hace constar en una tarjeta de presentación, en un carnet de identidad, y se estampa sobre documentos oficiales (o federales para este caso) dejando tácitamente expresado que hay privilegios, derechos y deberes que cumplir y hacer cumplir.

El derecho a ser lo que se elige es libre. Pero hay que dejarlo constar documentalmente. No se ejerce, se demuestra. Por eso hay patrias libérrimas y otras son restrictivas. Por estas últimas se jura porque obligan. Se firma un contrato de estudiada solidaridad, de escénico amor, de conveniente respeto, de temerosa asociación.

Por las otras, aquellas que dieron el espacio embrionario y ofrecieron la calidez sin compromiso de un clima humano más allá de lo idiomático, no se debe estampar firma alguna sobre papeles timbrados de agencias federales. Se lleva en un lugar remoto, quizás no tan remoto, pero difícilmente distinguible, al que denominan alma. Es tan sublime y tan subliminalmente conservada que no necesita levantar la mano (siempre derecha, cosa rara, aunque se sea zurdo) para testificar su lealtad.

Es, sencillamente irreductible e incompatible con el ámbito cuestionable de una declaratoria oficial.

Ahora, yo que sigo el béisbol, no sé si estaré viendo en «Manny» Ramírez a un ex dominicano o a un dominicano más empujado por el hambre circunstancial de garantizar sus depósitos en moneda convertible, grafismo de dramática realidad que hace de los tesoros momentáneos o perdurables, una nueva modalidad de adoración, santificada en los grandes emporios que han construido las nuevas catedrales de vidrio.

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