De comidas y bebidas

De comidas y bebidas

Alrededor de la mesa tienen lugar –algunas veces- conversaciones más sabrosas que las mismas comidas servidas. Pero puede ocurrir que los platos sean exquisitos, el vino oloroso y los comensales educados e inteligentes. En esos casos podemos decir que hay la conjunción afortunada de tres “cuerpos celestes”, como decían los astrólogos de la antigüedad. En esta época inverosímil, en la que conviven narcotraficantes, terroristas y especuladores financieros, comer bien y en buena compañía debe considerarse un privilegio principesco. Hablar de buenas comidas suele considerarse una costumbre propia de gente criada con escasez de alimentos. A pesar de que está de moda en todo el mundo la gastronomía, sigue siendo un pecado celebrar la buena digestión.

Los hoteles de lujo presentan ahora comidas que podríamos llamar “de diseño”; las combinaciones entre carnes y vegetales son colocadas con criterios pictóricos; y los platos se decoran con orlas y firuletes de colores que recuerdan los cuadros de Joan Miró. Esta ornamentación, fantasiosa y neobarroca, abarca entradas, platos fuertes y postres. No me refiero a esa clase de comidas pretenciosas, “de mercadeo internacional”. Hablo de la cocina tradicional doméstica; de comidas bien hechas y bien servidas, con materias primas escogidas por una ama de casa exigente, elaboradas para familiares y amigos con “esmero, dedicación y amor”. Es la comida suculenta ortodoxa, que incita a las charlas de sobremesa.
El buen vino actúa como estimulante de la conversación; es el líquido comburente de la verbosidad espontánea y desinteresada. Se dice a menudo que es una desgracia haber nacido en una isla de las Antillas, en un pueblo subdesarrollado, suborganizado y superpolitizado. Un comensal, satisfecho con el sabor y la cocción de lo que había comido, levantó su copa y dijo: ¿Y si hubiésemos nacido en Siria o en el Medio Oriente? ¿Estaríamos mejor?
-Si usted decidiera marchar a otro país, comentó su vecino, no estaría mejor en Ucrania, ni en Grecia, Cuba o Venezuela. Problemas no faltan en Turquía, en Libia, Israel, Yemen, Egipto, Corea, Túnez. Algunos países del Este de Europa están asediados por emigrantes magrebíes y del Oriente medio. Lo peor de todo es que en ninguno de esos países encontraríamos buenos amigos, conversadores, que nos inviten a comer.

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