De dicha y escritura

De dicha y escritura

Tengo un nieto de 23 años, estudiante de término de arquitectura, que hace reír a su abuelo con historias burlonas que él reproduce teatralmente. “Gratereaux: usted es un hombre dichoso; escribe lo que le da la gana y no lo meten preso”. Estas palabras las dijo un vendedor de aspiradoras para limpieza de alfombras. Ciertamente, librarse de ser encerrado en un calabozo es una dicha. En tiempos de Trujillo, muchos de mis mejores amigos sufrieron prisiones y torturas. Y escribir, para el que siente ser escritor, es algo muy próximo a la felicidad. Se es escritor antes de llegar a serlo; o sea, que lo eres “en potencia” antes de escribir tus libros; y lo eres, “en acto pleno”, después que logras redactarlos.

Es muy difícil ser escritor en un país pobre, con poca educación y larga tradición dictatorial. Sólo una fuerte vocación y un gran empecinamiento, consiguen vencer los obstáculos que interrumpen esa pretensión descabellada. He tenido la suerte de poder publicar libros cuyos temas interesan a pocas personas y a ningún editor. Además, he sido columnista de varios periódicos. De este modo, cada día puedo “drenar” angustias, insatisfacciones, manías y otras cargas psíquicas complejas. Escribir es tarea felicitaria y catártica para todo verdadero escritor. Expresar emociones e ideas descarga, a quienes lo hacen con honradez, de algunas pesadas responsabilidades sociales.

Encima de todo esto, los propietarios o administradores de los periódicos están obligados a pagar tus colaboraciones. Escribir todos los días es un ejercicio de entrenamiento que potencia las facultades del escritor. Lo pone en contacto cotidiano con los lectores; con gente de todos los lugares, con las más variadas opiniones y prejuicios. Así conocerá la amplísima gama que compone la humanidad. Puede decirse que esa relación con sus lectores lo enriquece sentimentalmente.

Esos lectores no son tan sabios como los críticos literarios; pero en la mayoría de los casos son mejores personas y tienen menos prejuicios. Una buena parte de los políticos lee “oblicuamente”, buscando algún significado oculto; los escritores de profesión tienen la vista fija en “el estilo”. En cambio, los lectores puros y simples son más generosos, “interactivos”, penetrantes, que críticos y literatos. ¡Tengo la dicha de tener muchos lectores!

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