De disciplina, claridad y desniveles

De disciplina, claridad y desniveles

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Disciplina. Disciplina cívica es lo que nos falta. Esa es la modernidad que necesitamos, como es la modernidad que requiere toda Latinoamérica, para surgir limpia del lodo de la miseria que ahoga a las multitudes en nuestros vastos territorios mientras unos pocos, disciplinados y voraces, nadan con rítmico vigor y gracia sobre aguas bonancibles y depuradas, en las cuales los únicos tiburones son ellos mismos. Los demás son pecesillos multicolores que les sirven de elemento alimenticio.

¿La solución está en impedir la existencia de los tiburones?

No.

A la inversa, está en saber utilizar su energía, su imaginación y su capacidad de trabajo, en resumen, su disciplina, haciéndola atractiva y redituable para las grandes masas. Está en el incentivo verdadero (y subrayo, verdadero) de la minúscula y pequeña empresa. Está en la facilitación de las posibilidades de ascenso educacional en el nivel, dimensión y ruta práctica y necesaria y en lo económico en forma justiciera y amplia. Pero ahí está el terrible obstáculo: no tenemos justicia. Las leyes y demás disposiciones legales no se cumplen. A ningún nivel. Implantar su obediencia sería entrar verdaderamente en la modernidad.

En años en que escribía guiones para el programa televisivo «Planeta 3» me tocó tratar el tema de la economía y el desarrollo en nuestro continente latino. Me zambullí en la rica biblioteca del Banco Central de la República y puede sacar en limpio que si no existían reglas claras y cabalmente respetadas, no podía haber progreso. Se trataba de la esencia de enjundiosos trabajos de altísimos especialistas en el ramo.

Lo primero es: claridad y respeto.

Antes que nada, ha de reconocerse y enfrentarse hasta donde se pueda la realidad del costo de la vida. Especialmente los fines de semana vemos clientes adquiriendo vinos de cosechas privilegiadas, manifestando sus conocimientos y familiaridad con los quesos más exclusivos del mundo y con las más variadas exquisiteces que designamos con el vocablo alemán «delikatessen», que no significa más que «comida (essen) delicada (delikat). Pero la inmensa mayoría de clientes llora su impotencia para comprar lo mínimo necesario para alimentar mediocremente a la familia. Y uno lee en un artículo periodístico, que me dejó pasmado, el regocijo del autor, que extiende hacia los beneficiarios del aumento de sueldo que se ha otorgado a la Policía Nacional, mediante el cual un teniente ganará ahora diez mil pesos mensuales… y así, aumentando por gradación, un general ganará unos cuarenta o sesenta mil pesos mensuales. No sé si por frustración, dolor, compasión, tristeza, desesperanza o rabia perdí el periódico que traía la noticia y el comentario que –desconcertantemente– daba a entender que con los nuevos sueldos los servidores de la ley podrían realizar sus funciones sin preocupaciones económicas.

¡Por Dios!

¿Cuánto cuesta alimentar una familia con un mínimo de dos hijos, durante un mes? ¿Cuánto cuestan la ropa, los zapatos, el transporte? ¿Cuánto cuestan los medicamentos imprescindibles, que aunque el dólar haya bajado casi a la mitad, a causa de una efectiva política monetaria del actual gobierno, los precios se mantienen criminalmente altos?

Y no alcanza para comer modestamente.

Cuando yo era niño, adolescente, aún ya un hombre joven, los pobres comían locrios de bacalao o arenque con plátanos verdes. Hoy es «bocado gourmet».

Las escuelas y los hospitales públicos son un horror (salvo cuando eventualmente los visite el Presidente de la República). Se pretende que los médicos y los profesores vivan el tremendo sacrificio de sus profesiones con la misma entrega de otros tiempos, cuando no tienen con qué darle de comer a sus familias, ni les alcanza para pagar el alquiler de la vivienda que mal les cobija.

Hay un terrible y dramático desnivel. En verdad, ni los profesores ni los médicos de hoy muestran y tienen la capacidad, la entrega, que presupone el Juramento Hipocrático y el ideal de los grandes pensadores del pasado. Pero tampoco reciben ningún tipo de justa retribución humana, espiritual y material, por la labor que realizan. No hay profesores bien pagados, ni aún en recintos de segunda enseñanza o universitarios. Los médicos por igual. Si no logran establecer una consulta privada, nutrida por Certificados de Estudios en el exterior, a costa de tremendos sacrificios, lo logran hacerle una mueca a la indigencia.

Así no se puede progresar, ni pensar en modernidad, ni en locuras como el tren subterráneo.

Presidente Fernández: no le voy a resultar simpático con mis opiniones, pero no olvide aquello de «quien bien te quiere te insuflará inquietudes y tristezas».

Publicaciones Relacionadas

Más leídas